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Escribo, pasan los años, releo lo que escribo y no me reconozco. Repito las palabras dentro de mi cabeza y la escritura tiene una voz que no es la mía, es una voz de alguien que sabe más de lo que yo sé sobre la vida. Es una voz que no modifica mi comportamiento, pero si altera mis emociones, me hace dudar, me hace sobrepensar, me hace sentir intensamente, como si fuera a explotar.

¿Por qué si la letra es mía, no reconozco esa versión mía?¿ A donde se fue? ¿Realmente existió alguna vez? ¿Por qué hablo como si fuera alguien más cuando se supone que es una versión antigua mía? Y si fuera mía, y si fuera yo, y esa fuí yo...qué cambió? ¿Cómo llegué aquí?.

Y aun así teniendo tantas preguntas, agradezco todas las oportunidades que la vida me ha dado, sin ver lo bueno o lo malo, verlo como simples lecciones de vida, porque al final, todo son aprendizajes.

Agradezco esas versiones mías que en algún momento se durmieron para jamás despertar, lucharon con lo que tenían, y aún siendo humanamente caóticas, siguieron manteniendo su esencia.

No pienso mentirme, no ha sido fácil, pero aún pudiendo ver el vaso medio vacío, los pequeños detalles que tengo en mi día a día, me hacen decidir seguir viviendo, seguir avanzando, aunque no sé a donde vaya, aunque tenga miedo, aunque no me conozca del todo.

Cada día que pasa, una versión mía nace y muere dentro de mí, deconstruyendose y reconstruyendose cada vez que pestañeo para observar el mundo, como miles de fotogramas.

Cada risa, cada lágrima, cada llanto, cada siesta, cada pequeño momento que me ha ayudado a crecer como persona, hace que mi espíritu se nutra, y que poco a poco, se vaya consolidando, vaya formándose, vaya brillando cada vez más.

Porque es ver pasar la vida, ver las almas de las otras personas a través de sus miradas, y saber que no estoy sola en esta travesía sobre lo que es vivir. Porque aunque todos seamos diferentes, vivimos en conjunto, a destiempo, en sintonías y vibraciones distintas, pero existimos al mismo tiempo.

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