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-Señor Granados - Habló la señora Patricia Hernández, rectora del colegio femenino María Reina - Muchas gracias por su asistencia, colaboración e interés en el particular caso de su hija, la señorita María del Mar Granados.

Al oír eso, simplemente negué con una cabeza y reí silenciosamente ante el increíble escándalo que había hecho la doctora Patricia por aquello en lo que no fui culpable.
Realmente, yo no me identificaba como una matona o una mujer peleona, de hecho, odiaba pelear con la gente, pero había ocurrido una situación en particular con una de mis compañeras de curso que me había sacado de mis casillas.
Fernanda Carvajal era una estudiante del María Reina , cuyo carácter e ideales eran totalmente retrógrados y machistas. En la clase de religión, la joven hizo un comentario particularmente misógino, que me logró irritar completamente.
Soy una persona muy tolerante, hasta que se meten con los derechos de una mujer.

-Como le decía, señor Granados - Continuó hablando aquella mujer - En esta institución es rotundamente inaceptable el comportamiento violento de su hija, que aunque no haya agredido físicamente a la compañera Fernanda, lo hizo verbalmente, atacando sus ideas.

-Doctora Patricia, solamente estaba expresando mis ideas, de la misma manera que ella lo hizo - Afirmé seriamente - La única diferencia entre ella y yo, y la verdadera razón por la cual está usted de su lado, es porque apoya sus ideales y no los míos,

-Culicagada, nos hace quedar mal y aún así tiene el atrevimiento de venir a pelearle a la doctora - Exclamó mi papá, regañándome - Descarada. Las cosas en el mundo real no son así, su discursito feminista llegó hasta aquí, señorita.

-Evidentemente lo que dice usted es verdad, señor - Dijo Patricia con una sonrisa triunfante en su rostro arrugado - En cuanto a usted, señorita Granados, tiene que saber que su acción traerá consecuencias. Será suspendida por 7 días. Espero que en ese tiempo recapacite de su comportamiento y cuando regrese pida perdón a su compañera.

No dije una sola palabra más, aunque internamente sintiera como mi pecho ardía de ira. Sabía que entre más hablara, en más problemas me metía. Dialogar con ellos era imposible,

La doctora Patricia me pidió que me retirara de su oficina para hablar a solas con mi papá de mi "desvío del camino del bien", por lo que me senté en el suelo, afuera de la puerta cerrada.

Papá salió y no me habló, así que simplemente lo seguí hasta subirnos a su taxi.

-María del Mar, ¿Yo a usted la crié para que fuera una gamina? No señora, este comportamiento es intolerable para una señorita como lo es usted.

-Papá, ya se lo expliqué y usted sigue sin creerme - Dije al borde del llanto - Simplemente defendí mis ideas de la manera que ella lo estaba haciendo con las suyas, ¿Qué tiene de malo tener un pensamiento diferente?

No obtuve respuesta y no quise hablar más, por lo que bajé la ventanilla del carro y asomé mi cabeza a través de ella, mirando la ciudad detalladamente.
Bogotá era una ciudad definitivamente especial.

Finalmente, llegamos a casa. Agradecí que mamá si estaba, sabía que ella iba a entender mi punto, siempre lo hacía.

-Muchachita, ¿Usted para dónde va? Yo no he terminado de hablar con usted y usted aún ni ha hablado con su mamá - Dijo - Señora Ana, venga a ver lo que hizo esta culicagada.

-¿Porque las cosas con usted siempre son tan difíciles, papá? ¿Usted porque nunca logra entenderme? Ni se esfuerza en hacerlo.

-Bueno, a ver, ¿Qué está pasando aquí? - Interfirió mi mamá.

-La doctora Patricia me llamó para hablar del comportamiento inadecuado de esta señorita, al parecer atacó verbalmente a otra muchachita porque no estaba de acuerdo con sus ideas.

La Primera Mujer | Martín Salcedo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora