Capítulo 8

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¿Estalla el grito?

El silencio se adueñó de la pequeña cafetería, denso y cargado de expectación. La frase de Don Luis, «está lejos de terminar», resonaba en mi cabeza como un eco macabro.

—¿Qué quieres decir? —pregunté, mi voz apenas un susurro ronco—. Miguel... él... ¿qué tiene que ver con Laura?

Don Luis me miró con una mezcla de compasión y cautela.

—Alejandro —comenzó, eligiendo cuidadosamente sus palabras—, Miguel no es un simple forastero. Él y Laura... tienen un pasado juntos, un pasado que ambos intentaron dejar atrás al llegar a «El Remanso» —hizo una pausa,  dejando que sus palabras se asentaran en el aire—. ¿Pablo no te ha contado nada?

Negué con la cabeza, incapaz de articular palabra. La idea de que Pablo me ocultara algo así, algo tan importante sobre la mujer que amaba... Igual pensé que no estaba obligado. A fin de cuentas, yo solo era alguien nuevo en el pueblo.

Don Luis suspiró, frotándose la frente con  cansancio.

—Pablo llegó a la vida de Laura años después de que Miguel desapareciera. Ella era una sombra de lo que era, consumida por la pena y la culpa. Pablo, con esa bondad que lo caracteriza, le ofreció un refugio, un lugar donde lamerse las heridas.

Su mirada se perdió en algún punto lejano, como si reviviera recuerdos propios. 

—Abrieron «El Anaquel» juntos, y poco a poco,  Laura comenzó a sanar. Pablo la amó con devoción, con paciencia, sin pedir nada a cambio.

—Pero Miguel... —comencé a decir,  la incertidumbre atenazando mi garganta.

—Miguel era el hijo pródigo de El Remanso —interrumpió Don Luis, su voz baja y llena de significado—. Joven, apuesto, lleno de vida... Todos lo adoraban. Y él... Él amaba a Laura con la misma intensidad con la que amaba la vida misma.

Un escalofrío me recorrió la espalda al escuchar  la pasión en la voz de Don Luis, una pasión que trascendía el paso del tiempo.

—¿Y qué pasó? —insistí, sintiendo que la verdad se escondía tras un velo que no alcanzaba a descorrer. 

Don Luis se reclinó en su silla, sus ojos fijos en los míos.

—Algo terrible sucedió entre ellos, Alejandro. Algo que los separó y los marcó para siempre. Miguel desapareció sin dejar rastro, y Laura... Laura quedó destrozada.

Su mirada se cargó de una tristeza profunda.

—La verdadera historia de Laura y Miguel, Alejandro, duerme en el corazón de este pueblo. Un secreto a voces que nadie se atreve a pronunciar. Pero te lo advierto, remover el pasado puede ser peligroso  y a veces, es mejor dejar que las heridas del tiempo se cierren por sí solas.

Las palabras de Don Luis cayeron sobre mí como una losa. ¿Un secreto a voces? ¿Algo terrible? La curiosidad me carcomía las entrañas, pero al mismo tiempo, una punzada de culpa se instaló en mi pecho. ¿Tenía derecho a hurgar en el pasado de Laura, a remover viejas heridas que tal vez nunca habían terminado de cicatrizar?

Don Luis —dije con voz vacilante—, entiendo que son asuntos delicados, pero necesito saber. Verlos juntos... ver a Laura así de feliz, como si Pablo no existiera... me está matando.

Don Luis me observó un largo momento, sopesando mis palabras. Su mirada, curtida por los años y la experiencia, parecía ver a través de mí. Finalmente, dejó escapar un profundo suspiro.

—Está bien, Alejandro —cedió—. Te contaré lo que sé, pero escúchame bien: esto no sale de aquí. Son vidas ajenas, historias dolorosas que no nos corresponde juzgar.

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⏰ Última actualización: Jul 27 ⏰

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