Querido Romeo:
Me caso.
Sé que dije que no volverías a recibir una carta de mi parte, pero pensé que de ésto debías enterarte por mí y no por otro.
Mi padre me descubrió, encontró las cartas y las leyó todas, una por una, línea tras línea, pensamiento tras pensamiento, secreto tras secreto. Maduró durante semanas cualquier forma de hacerme sufrir, hasta encontrarla en ellas escrita. Luca.
Yo misma me cavé mi propia tumba, llevándome hacia la perdición con cada palabra que escribía, con cada deseo que develaba, con cada lágrima que lloraba.
Tú siempre me decías que las princesas no lloran, pero yo no quiero ser una princesa, si tú no puedes ser mi príncipe.
En ningún tiempo hubiese llegado a pensar que pasaría por todo ésto sola, morir defendiendo nuestro apasionado amor. Conservaba la fe sobre que cuando este momento llegase, tú siguieses conmigo.
Ha llegado el momento de que yo te compense, entregándote mi vida en el mismo lugar en el mismo lugar en el que tú me entregaste la tuya.
Prenderé todo a mi alrededor en llamas. Carbonizaré las cartas sobre mi regazo, solamente por ti. Haré mis recuerdos arder por ti. Y moriré por nadie más que por ti.
Espero que me perdones por prolongar la demora durante tanto tiempo, y rezo para que ésto no sea un impedimento en el comienzo de una nueva historia de amor, que espero no olvidar nunca, como la de aquí en Verona.
Cómo olvidarla, si es lo único que me queda de ti.
Siempre tuya,
Julieta.