La Fuerza Que Tienen Las Pequeñas Palabras

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En mi corazón está la sombra de esa niña que esperaba ser adulta para hacer muchas cosas que de pequeña no podía. En mi corazón está la sombra de esa adolescente que quería ser adulta para poder tener voz propia. En mi corazón está la sombra de aquel sueño que iba posponiendo porque no era importante a comparación de las responsabilidades de la vida diaria. En mi corazón está el tiempo que planifiqué para poder disfrutar de hasta lo más mínimo.

En mi corazón está todo lo que mi mente repite a diario para que cada noche me arrepienta de haber guardado todo allí. Mi corazón me culpa de haberlo responsabilizado de guardad tantas cosas y que jamás lo ayude con el peso.

Mi corazón me culpa de haberlo ilusionado y que, al final, lo dejase caer poco a poco.

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Recuerdo el temor a crecer. Recuerdo el temor de dejar de ser feliz con las cosas simples, con las cotidianas; me daba miedo que en un futuro, todo lo que me gustaba o guste, termine de hacerlo, o peor aun, odiarlo. De hecho, aun tengo ese temor de olvidar y dejar tirado lo que me sacaba una sonrisa. Sin embargo, el miedo suele ser un recuerdo de que no debo hacerlo, no hay razón para soltar lo que nos hace feliz. Un minuto, quizá solo eso puede bastar para, aunque sea, mirar una flor y sonreír. Solo un movimiento, como el de patear una pelota se necesita para recordar nuestra niñez antes de sentirnos patéticos. Recordar u olvidar; sonreír por hacerlo o solo por pensarlo, solo depende de nosotros.

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Lo que sentí al mirarte no se compara con nada.

Literalmente.

Tal vez se asemeje a cuando ves el océano por primera vez. Tal vez se asemeje a cuando pruebas por primera vez lo que será tu comida favorita. Quizá sentí lo mismo a cuando soy feliz y escucho por mientras una canción alegre para acompañar.

Algo lindo sentí. Porque, como lo anterior, mi persona favorita ya eres, que sonría aun mas cuando te veo ya lo haces y verte para mí es gratificante.