05. Cisnes y luciérnagas

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Liz

No soy tonta. A veces no necesito investigar porque la información llega hacia mí sin que yo la busque, como ha pasado esta vez con el chico.

Cinco Hargreeves. Así se llama. Y no me lo quiso decir, aunque la pregunta es: ¿pensaba hacerlo?

Hace dos noches, cuando jugamos parchis, me dijo que su cumpleaños era el primero de octubre, dato que Reginald Hargreeves dio a conocer en una conferencia de prensa. Pudo haber sido una coincidencia, sí, pero lo que dijo luego cuando le mencioné sobre viajes en el tiempo fue algo que me hizo darme cuenta con quién estaba hablando. Además, cuando se fue, lo vi desde la escalera teletransportarse.

Sé que su identidad es algo muy secreto de la academia Umbrella, y a mí recién me está conociendo, pero se sintió como... no sé, yo me sentí tonta.

Además, he tenido un día horrible. Tengo dolor de cabeza, no dejo de preguntarme si él seguirá pensando en mí y si me dirá quién es, ayer mi madre discutió con mi padrastro y ahora estoy hasta la coronilla con la tarea de mi hermano y mis estudios para la prueba de admisión en la universidad.

Llevo media hora tratando de ayudar a mi hermano con su tarea, pero no recuerdo nada de lo que él está hablando. Matemáticas no es mi fuerte, y tampoco logro concentrarme si mi cabeza no deja de pensar en Max... ¿o Cinco?

—A ver, pero ¿a ti qué te tiene rarita? —me pregunta Liam cruzándose de brazos.

Tiene solo 16 años y tiene ese típico carácter de chico duro que nada le importa, pero yo lo he visto crecer, llorar, hacerse pis y de todo, así que nunca logra intimidarme aunque sea más alto que yo y ya esté ganando músculo como fruto de sus salidas al gimnasio con sus amigos.

—A mí nada —digo encogiéndome de hombros.

—Seguro. Pareces media loquita —se burla.

—¿Y a ti? ¿Cómo te ha ido con la chica esa? —le pregunto dándole un empujón juguetón en el hombro.

Sus mejillas enrojecen enseguida.

—Bien. Digo, es guapa. Y muy amable y bonita y linda —dice con su rostro empezando a arder.

—¿Sí? Deberías darle regalitos —le digo sonriendo.

—No le he dado regalos, pero me he tratado de fijar en cada detalle de lo que hace, como tú me enseñaste. Sé qué música oye, así que a veces le digo que escuche una canción por ella y se pone feliz, también le digo que ciertas cosas me recuerdan a ella y trato de recordar cada cosa que me dice, aunque no es tan difícil. Ella no sale de mi cabeza.

Sonrío con cierto orgullo. Me alegra saber que he criado a un buen hombrecito.

Tomo mi tacita de café sin azúcar y doy un sorbito.

—Oye, Liz, ¿a los menores de edad les venden condones?

Casi escupo el café en sus cuadernos.

—¡¿Por qué estás pensando en comprar condones?! ¡Tienes 16 años! —le tiro una goma en la cara, sorprendida.

Vale, sé que es normal. Yo también fantaseaba con tener relaciones a esa edad, pero es que se siente raro ver como mi hermano pequeño, al que vi jugar a ser el rayo McQueen, pensando en hacerlo.

—¡No te hagas, Liz! —me tira la goma de vuelta—. ¡Te he escuchado maldecir todos los días a un número y también gemirlo!

Entreabro mis labios, sorprendida y avergonzada a partes iguales.

En mi defensa, estoy ovulando.

—¡No me faltes el respeto!

—¡Es la verdad!

Encuentros de Medianoche - Cinco Hargreeves Donde viven las historias. Descúbrelo ahora