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Mansión Wayne 4: 05 A.M 

La familia solo había descansado un poco desde que regresaron del largo viaje, solo para salir a las calles de Gotham y continuar con su trabajo sin tantas complicaciones mientras no fueran atrapados por Ariadna. Aunque ella estaba tranquilamente dormida en su cama, donde nada podría ocurrirle, Alfred había puesto un monitor de bebé en el cuarto de la pequeña para asegurarse de que estaba completamente segura. Había verificado que el cuarto estuviera libre de accidentes potenciales con los muebles, y las ventanas tenían seguro para niños, así que sería imposible que Ariadna pudiera abrirlas.

Después de haber dormido desde la tarde, Ariadna comenzó a despertarse poco a poco, sentándose en la cama mientras abrazaba su peluche de Batman. Con sus manitas se talló los ojos y luego miró el cuarto, iluminado por la lámpara infantil de estrellas que giraban por todo el espacio. Su mirada recorrió el cuarto levemente iluminado, encontrando varios juguetes y peluches. Por un momento se quedó sentada en medio de la cama matrimonial que ahora era suya. Gateó por la cama, se volteó apoyando su pecho en el colchón, y sus deditos de los pies tocaron la alfombra de peluche en el suelo. Luego terminó de bajarse sin soltar a su inseparable peluche de Batman.

La curiosidad de recorrer el cuarto era demasiada, incluso con los juguetes tentándola a jugar un rato. Sin embargo, otra idea estaba más presente en su cabeza: "Encontrar a papá". Ahora era momento de ir a buscarlo, lo que significaba salir de su cuarto y encontrar el de su papá. Caminó hacia la puerta, que estaba entreabierta, y la abrió un poco más, asomando primero la cabeza de su peluche de Batman para que "viera" el pasillo. Luego asomó su propia cabeza, notando el largo pasillo y las varias puertas a su alrededor.

Salió de su cuarto para mirar las puertas; algunas tenían stickers con letreros que no sabía leer. Regresó a su cuarto, que tenía una puerta blanca con flores pintadas de rosa y lila, en comparación con las demás puertas de color café. Empujó las puertas esperando que alguna estuviera abierta, pero estaban cerradas y sus dedos apenas podían rozar el pomo.

Infló sus mejillas ante el plan fallido de poder entrar a los cuartos. Ahora estaba en aquel largo pasillo, apenas iluminado por la luz que entraba por las grandes ventanas. Con determinación, Ariadna decidió que seguiría buscando, sin dejarse desanimar. Con su peluche de Batman en brazos, empezó a caminar por el pasillo, con la esperanza de encontrar a su papá y descubrir más sobre su nuevo hogar.

Al final del pasillo, una figura grande y familiar se movió con orejas alertas. Titus, el gran perro danés, había oído ruidos en el piso de arriba y se encontró con Ariadna. Al ver al enorme perro, la niña se quedó quieta. Titus se acercó lentamente, olfateándola desde los pies hasta la cabeza antes de lamerle la cara. Ariadna soltó una risa alegre.

— ¡Perrito!—  Ariadna abrazó suavemente el cuello de Titus, acariciando su cabeza. El perro movió la cola con felicidad, encantado con la nueva amiga.

Titus se convirtió en el nuevo compañero y protector de Ariadna mientras exploraban juntos el piso. Recorrían los pasillos, descubriendo cuartos de invitados, una sala de juegos, una sala de cine, una biblioteca secundaria, un pequeño gimnasio con máquinas de correr, pesas y mancuernas, un salón de instrumentos, un estudio de arte y armarios. Algunas puertas estaban cerradas, incluyendo los estudios de cada integrante de la familia y un pequeño laboratorio.

Cuando Ariadna agotó las atracciones del piso, decidió bajar las escaleras hacia el recibidor principal de la mansión. Con cuidado, se sentó y bajó los escalones uno por uno. Titus la siguió, contento y alerta, su cola meneándose con entusiasmo. Estaba encantado de acompañar a la nueva integrante de la familia, sus pasos resonando suavemente en las baldosas.

El Legado Del Murciélago Donde viven las historias. Descúbrelo ahora