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El día comenzó de manera perfecta, como si el universo hubiera decidido regalarles una pausa de tranquilidad. El sol brillaba con suavidad, las nubes eran solo un toque esponjoso en el cielo y el aire estaba fresco y limpio, ideal para pasar un día en familia. Bruce había decidido dejar de lado el trabajo por un rato, sabiendo que sus hijos, tanto los mayores como los pequeños, necesitaban su presencia más que nunca. Todo estaba en su lugar.

La familia disfrutaba de un momento relajado en el parque cercano. Los niños jugaban a lanzar un frisbee, mientras el gran perro danés corría felizmente, atrapando el juguete en el aire. La risa de Richard, Tim y Jason llenaba el aire, mientras Damián y Ariadna disfrutaban del suave vaivén del columpio. Damián empujaba con suavidad el asiento de Ariadna, asegurándose de que su hermana pequeña estuviera segura mientras disfrutaba de su momento de felicidad. El brillo en los ojos de la niña, su risa contagiosa mientras volaba por los aires, era el reflejo perfecto de la armonía familiar que todos tanto valoraban.

Bruce los observaba con una sonrisa, sintiendo una paz que rara vez experimentaba. Los problemas de Gotham, las preocupaciones de la vida cotidiana, parecían estar a kilómetros de distancia. Ese día, era solo para ellos. Solo para disfrutar. Sin más.

Pero, como siempre, el destino tenía otros planes.

De repente, una serie de gritos rompió el aire, seguido por el sonido inconfundible de pasos frenéticos. Bruce sintió un nudo en el estómago al escuchar el pánico que se desataba a su alrededor. Las personas comenzaron a correr, a empujarse, a buscar refugio. Los niños ya no estaban jugando, ahora se encontraban atrapados en una marea humana descontrolada. Los gritos, las carreras y la confusión fueron lo único que escuchó.

—¡Papá! —gritó Tim, con el rostro lleno de preocupación mientras intentaba abrirse paso entre la multitud.

Damián, con su instinto protector, había tomado la mano de Ariadna, pero al igual que el resto, fueron empujados por la avalancha humana. En un abrir y cerrar de ojos, Ariadna fue separada de él. La pequeña, con su overol rojo y su camiseta naranja de manga larga, se encontró atrapada entre las personas que corrían sin control. Su corazón latía con fuerza en su pecho, y en ese momento, el miedo se apoderó de ella. No podía ver a su hermano, ni a nadie familiar. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas pecosas, un torrente de pánico que la envolvía sin poder controlarlo.

De repente, una mujer, con cabellos rubios teñidos en tonos llamativos, apareció en medio de la multitud y, sin pensarlo, levantó a Ariadna en sus brazos. La niña, asustada, no comprendía lo que ocurría, pero al estar en los brazos de la mujer, se sintió un poco más segura. Entre los gritos y el caos, la mujer comenzó a correr, tratando de encontrar un lugar seguro. Ariadna, temblando en sus brazos, luchaba por entender la situación.

Damián, que había perdido el agarre de la mano de su hermana en el torbellino de gente, se encontraba paralizado por el miedo. Los segundos se convirtieron en minutos, y no podía encontrar a Ariadna entre la multitud que continuaba corriendo. La desesperación lo consumió. Su corazón latía con fuerza, y el aire parecía volverse espeso. No había rastro de ella. El parque, que momentos antes había sido un refugio de risas y juegos, ahora parecía una pesadilla de caos.

Bruce, que había intentado llegar hasta sus hijos menores, se encontraba atrapado en la confusión. El caos era absoluto, pero su mirada se dirigió hacia Damián. Su hijo mayor estaba buscando frenéticamente entre las personas, su rostro demacrado por la ansiedad. Fue entonces cuando Bruce se dio cuenta: Ariadna no estaba con él. El pánico se apoderó de su pecho. ¿Cómo había ocurrido? ¿Cómo había podido suceder algo tan rápido?

—¡Damián, ¿dónde está Ariadna?! —Bruce gritó con desesperación, el miedo y la ansiedad llenando su voz. Se había acercado a su hijo, alejándose momentáneamente del caos, pero ahora no podía pensar en nada más que en la desaparición de su hija. En esos momentos, no era el Caballero Oscuro; era solo Bruce Wayne, un padre completamente roto por el terror de no saber dónde estaba su pequeña.

El Legado Del Murciélago Donde viven las historias. Descúbrelo ahora