A mitad de la caída libre me dí cuenta qué nadie tomaría mi mano, y sí quería salvarme de está, tenía que aferrarme del acantilado del qué me aventé. La vida es una selva, llena de engaños y misterios, donde el amor y la traición se mezclan en los labios serios. Mis gritos se perdieron en el viento, sin respuesta, mi corazón roto buscaba una salida honesta. En este juego cruel, de verdades y mentiras, me lancé al vacío, sin saber qué encontraría. La esperanza se desvaneció, como niebla en la mañana, y cada lágrima derramada fue una herida en mi alma. Me aferré al borde, luchando con mi propia desesperación, intentando hallar sentido en esta amarga traición. El eco de mis sueños rotos resonaba en la oscuridad, buscando una razón, una pizca de verdad. En cada latido doloroso, en cada susurro de agonía, descubrí que la fuerza reside en mi propia rebeldía. No hay salvadores en este mundo cruel y frío, sólo mi voluntad de acero y mi espíritu bravío. A mitad de la caída, entendí mi destino, que en mis propias manos estaba el camino. Renací de las cenizas, como un fénix en llamas, dejando atrás las sombras, superando mis dramas. En un mundo de caos, fui mi propio guerrero, y en cada paso firme, me hice más verdadero. Ahora camino solo, con la cabeza en alto, aprendiendo de las heridas, de cada salto. En un mundo de valientes y bienaventurados, me levanto de la caída, fuerte y renovado.