ALESSANDRO
Estoy conduciendo en medio de la noche. Ya casi son las 1:03 a.m., y el cansancio pesa sobre mí. A pesar de todo, me siento aliviado de que el cargamento de drogas haya llegado al aeropuerto sin ningún problema. Mis hombres deben estar moviendo el cargamento a una de nuestras bodegas en este momento. Al llegar a la mansión, me estaciono en la entrada principal y apago el motor. Al bajar de la camioneta, observo a mi alrededor, dándome cuenta de que la camioneta de Mia no está estacionada. Al principio, no le presto atención, pensando que tal vez la estacionó en la parte trasera de la mansión, cerca del jardín.
Introduzco el código en el panel de la puerta y esta se abre. Al entrar, veo a mis hombres armados cumpliendo con sus rondas de vigilancia. Una de las sirvientas, usando su pijama, sale de la cocina sosteniendo un vaso de agua. Me acerco a ella.
—¿Mia está dormida? —le pregunto, esperando una respuesta simple—.
La sirvienta me mira con una expresión de confusión.
—Señor Harvalen, Mia y su hija no están en la mansión.
Me quedo helado al escuchar sus palabras. Hace horas que nos vimos y la vi alejarse en su camioneta. Mi mente comienza a girar con preguntas y preocupaciones. Le pregunto a uno de mis hombres por qué no me informaron que Mia no había llegado.
—Pensamos que Mia y Nora estaban contigo —responde, visiblemente incómodo—.
Saco mi celular del bolsillo de mi pantalón y llamo a su celular, pero no entra la llamada porque está apagado. Mi preocupación se transforma en una mezcla de miedo y furia. Le pido a André, uno de mis hombres que es bueno con la tecnología, que use la laptop de mi oficina para rastrear la última señal del celular de Mia.
—André, necesito que rastrees el celular de Mia. Es urgente —le digo, mi voz tensa—.
—Enseguida, jefe —responde André, ya en marcha hacia la oficina—.
Luego de unos minutos, André me enseña en la pantalla de la laptop que la señal del celular de Mia se desvaneció a unos pocos kilómetros de la mansión. Hace poco pasé por esa zona y no vi su camioneta. Mi corazón late con fuerza mientras llamo a mis hombres para que preparen las armas y las linternas.
—Vamos a buscar en la zona donde se desvaneció la señal. Preparen las armas y las linternas. Nos movemos ahora —ordeno, mi voz firme y decidida—.
Conducimos hacia esa zona, las luces de las camionetas y las linternas iluminan la carretera, pero no se ve nada. Mis hombres se adentran en el bosque, revisando cada rincón. Mi ansiedad aumenta con cada minuto que pasa.
De repente, André me llama señalando una camioneta oculta entre los árboles. Me acerco rápidamente y abro la puerta del conductor. Veo las llaves puestas y el celular de Mia en el asiento del conductor. Reviso los asientos traseros, pero no veo a mi hija. Está claro que las han secuestrado.
—¡André, revisa los alrededores!, ¡Busquen cualquier pista! —grito, mi voz cargada de desesperación—.
Mi gente revisa la zona, pero no encuentran ninguna pista. De repente, mi celular vibra con un mensaje. Al revisarlo, es de un número desconocido. El mensaje contiene una dirección y una advertencia: "Ven solo o le haremos daño a Mia y a Nora."
Mi mente se llena de rabia y preocupación. Sé que no puedo arriesgarme a perderlas. Mi decisión es inmediata.
—Escuchen todos, tengo una dirección. Me están pidiendo que vaya solo. Necesito que me cubran, pero mantengan la distancia. No podemos arriesgarnos a que les hagan daño a Mia y a Nora —les digo a mis hombres—.
ESTÁS LEYENDO
La Sombra Del Anillo
RomanceAl despertar la mañana siguiente, Mia se encuentra en una habitación desconocida, compartiendo la cama con el hombre del bar. La sorpresa no termina ahí: ambos llevan argollas de matrimonio en sus dedos. Desconcertada y con resaca, intenta recordar...