Yo venía aquí a lo que venía. Estaba Mari Puri, la de la caja 44. Me hacía unos ojitos... me miraba como el conejo de mi prima la Toñi cuando le metía el dedo por el culo. Tenía cuatro años, diré en mi defensa. Pues total que yo iba ahí al súper, al súper de confianza, ahí donde tienen los yogures más baratos y las coliflores más hermosas. Que yo no compro mariconadas de esas, pero siempre da confianza que un súper tenga buenas hortalizas, yo siempre lo he dicho. Eso es lo que te diferencia de, por ejemplo, un Carrefour. No vayáis ahí, las coliflores son enanas como mis testículos y no te dan cromos de La Liga por compras superiores a cincuenta lereles. Bazofia.
Pues para allá que fui, a ver a la ver a la Mari Puri. Compré alcaparras, que le encantan, y caldo Gallina Blanca, su favorito. Me acerqué a la caja 44 a ver a mi moza, ahí con mi cestita de la compra, como Caperucita, pero sin que me encule un lobo travestido después. Pero estaba yo ahí en la fila, tan campante, esperando mi turno para ver a aquí mi amiga, cuando de pronto, un troll se cruza en mi camino. No sé, tenía un pendiente de esos de en medio de la nariz, rollo vaca, pelo largo como Eren Jaeger después de activar el Retumbar, y la cara... pues también de Eren Jaeger, si es que vaya pintas. Iba en chándal, olía eso a gato muerto, pero vamos, no lo sé porque mi olfato sea muy fino, sino porque le asomaba la cabeza del bicho por uno de los rotos del pantalón. Ya hay que tener mal gusto, pero yo qué sé, la gente ahora es muy sentimental, igual soy yo el gañán.
-Abulumbandam -me dice.
No sé qué me dijo, la verdad, no lo oí bien.
-Sí -le dije como respuesta genérica, no quería ser grosero.
-¿Sí? -gritó como el Eren Jaeger cuando llamaba a los titanes, perdón, es que me acabo de ver las pelis y estoy muy impactado-, ¡pues te voy a partir esa cara de paleto que me llevas!
Y sacó una pokéball, aquí mi amigo, y de ella salió... ¡salió otro como él! ¿Qué cojones? Ahora había dos jambos de estos feos, lo que me faltaba, y el olor se duplicaba.
Pero la Mari Puri estaba mirando, tenía que ponerme flamencón o iba a quedar de mariquita.
-¡Pues yo me voy a cagar en vuestra puta madre, en la de los dos! -les dije, para marcar territorio.
El troll que había salido de la pokéball sacó otra pokéball y de allí salió... ¡mi madre!
-Pero, mama, ¿qué haces aquí? -le dije.
-Ay, hijo, que me he perdido buscando la parada del autobús- me dijo.
-Mama, es donde la otra vez, donde fuimos a renovar el DNI.
-¡Yo de eso no me acuerdo!
-A ver, que te hago un croquis.
Cogí un rollo de papel de culos, de esos de doble cara, que si no, se rajaba con el boli, y le cogí un boli del bolso a una señora que estaba mirando los plátanos, a ver no estuvieran muy blandos, y le hice el croquis a aquí mi mama.
-¡Ah, cojones, la madre que me parió! -dijo mi mama al darse cuenta de su error-. Vale, vale, ya lo pillo.
Una vez ubicada mi mama, pudimos reemprender la batalla. Ahora sí, mi adversario sacó otra pokéball y de ella salió... ¡otro de ellos! ¿Pero cuántos hay?
Y va el nuevo que acababa de salir y saca otra pokéball y de ella sale... ¡mi madre!
-¿Pero otra vez, mama?
-Ay, hijo, que el croquis ese que me has hecho era una mierda.
Al final, la tuve que acompañar yo a la parada del bus. Pero, a lo que volví al súper, ya había como doscientos tíos de esos, y cada uno con una pokéball en la mano amenazando con sacar a otros doscientos tíos de esos. Tenía las de perder, era una batalla muy desigual... Lo que esos pipiolos no sabían es que yo soy un maestro del salchichón. Así es: ¡cogí un salchichón y empecé a cascar mamporros a diestro y siniestro! Más a siniestro que a diestro, porque daban todos un miedo... Igual eran diestros también, pero vamos, que daban muy mal rollo.
Me quedé solo. Me cargué hasta a la Mari Puri en pleno frenesí. Yo no quería, pero es que, en cuanto agarro un salchichón... entro en cólera y ya no hay quien me pare. Salí a la calle, estaba todo el mundo muerto. No había ni edificios ya, parecía que había pasado por ahí el Eren Jaeger ese. Fui a mi casa, mi casa había sido aplastada por una roca y un titán se estaba comiendo a mi madre. El muro estaba roto. La Guarnición no daba a basto a evacuar a la gente. Espera, que me he ido de la historia. Pero eso pasó de verdad, ¿eh? Bueno, que no había ni Dios vivo ya por ahí. Solo quedaba yo. ¿Me había cargado a toda la humanidad?
Vagué y divagué durante meses por el desértico mundo que había dejado mi arrebato salchichonil. Veía el terror en las caras desfiguradas de los cadáveres de lo que un día fue una persona miserable que mangaba bolis del trabajo. Un votante de Vox, un fan de OT... uno que escalaba por las escaleras de emergencia de los edificios... Es que acabo de ver una escalera de emergencia que pone "Prohibido escalar", ¿alguien lo habrá intentado y por eso ponen ese cartel? En fin, la gente hace cosas muy raras. Como exterminar a la humanidad a salchichonazos, ya me joderí- Ah, no, calla, que ese soy yo. Pues sí, merecía lo peor, me sentía como esa gente que pega chicles usados debajo de las mesas. Un monstruo, definitivamente. Alguien sin el derecho de vivir. Planeaba acabar con mi vida, pero justo entonces, cuando estaba ahí ya con el mood, metido en harina, escuchando a The Weeknd... y va y aparece un gilipollas a cortarme el rollo.
Parecía una actriz porno, aunque yo diría que se parecía más a Mariano de Aquí no hay quien viva (no sé si conocéis el meme). Llevaba un cigarro en la mano, estaba en pelota picada en una piscina hinchable y con toda la piel arrugada por la edad y por la humedad. Sí, era el puto Mariano, a mí no me jodas.
-¡Eh, ignorante de la vida, ven a meterte aqui conmigo! -me dijo.
Y no sé, no era algo que diera mucha confianza, pero yo me metí. Llevaba meses sin contacto humano, más que los cadáveres que me iba follando por el camino. Estaba muy necesitado de cariño, así que me metí en la piscina con Mariano.
Se hizo de noche, hablamos de todo: de la vida, del amor, de física cuántica, del Imperio Romano. Mariano me iluminó con su sabiduría a la luz de las estrellas. Fue una noche mágica. Me abrió un mundo de posibilidades, ¡los secretos del universo! ¿Cómo podía haber tanto conocimiento en una mente tan pequeñita y arrugada? Hicimos el amor como tigres salvajes, las estrellas temblaron de pudor, la hierba se humedecía y se estremecía, los cervatillos nos miraban atemorizados. Fue maravilloso.
Nueve meses después, nació el mesías. No lo parí yo, ¿eh?, que yo soy un tío, y el Mariano también, eso es imposible todavía. No, pero resulta que el Mariano vivía en una comunidad de vecinos que había sobrevivido al Retumbar. Había niños (un crío to borde que le voy a partir los piños un día de estos), ancianos (tres viejas cotillas que les voy a reventar la tráquea un día de estos), perritos... (el chucho de las viejas, que ladra como un puto furro en la cama). Resulta que Belén, una de las vecinas, estaba embarazada. Sí, Belén, la pringada que no encuentra ni curro ni novio. Pues resulta que, un día, la visitó el Espíritu Santo (las malas lenguas dicen que fue Emilio, que subió a arreglarle un enchufe) y se quedó preñada. Por ahí se decía que su hijo sería el mesías que salvaría el mundo. Y nació, porque es lo que tienen los niños, que nacen. Lo llamaron Messi, de mesías, y todos le adoraban. Creían que iba a salvarles y a matar al cabrón que había destruído el mundo. Mala pata sería que se pisparan de que había sido yo. Y se pisparon, ya te digo si se pisparon. Resulta que hablo en sueños, y claro, el Mariano me oyó. Estaba metido en una cama de ochenta, siendo generosos, y la compartía con el Mariano y el Emilio, que era su hijo, el que se dice que era el padre del mesías, aunque allí te crucificaban si negabas la existencia del Espíritu Santo. El Emilio estaba hasta los cojones, que ahora entendía a San José, decía, que la Belén tenía de virgen lo que tenía él de Brad Pitt. Bueno, y ella también, que era del montón. Del montón bueno, pero del montón. El caso es que todos se armaron con cuchillos de cocina y fueron a por mí. Suerte que no había salchichones, no quería exterminar a la poca humanidad que quedaba... o sí, porque, para que quedaran estos frikis... No sé, no sé, pero no había salchichones, así que... me tocó improvisar. Con una caña de lomo, que es más contundente, me enfrenté a toda la comunidad de vecinos, incluido Mariano, aquel que había sido mi amigo, aquel que me había abierto la mente y había ampliado mis horizontes, que había agrandado mis entendederas... Ahora era mi enemigo. Era él o yo. Y fui yo. Lo ensarté con la caña de lomo como el que ensarta a un furro con una lanza. No te creas que me costó matar a mi amigo, llevaba años haciéndolo. Pero se notaba que mi maestría con este embutido era muy inferior a la del salchichón. Se me abalanzó doña Concha y no tuve escapatoria, se deshizo del lomo como el que se deshace de un anciano en una gasolinera (probablemente aprendió esa técnica de su hijo Armando), y me inmovilizó. Me encerraron en el cuarto de contadores y me sometieron a todo tipo de torturas: me pusieron pinzas en los pezones y en el manubrio, doña Concha se me sentó encima desnuda, Juan Cuesta me dio una charla sobre el preservativo, y el cabrón del niño... el niño, José Miguel, ese era el que más sabía de tortura: me hizo la cosa esa que te ponen un trapo en la cara y te echan agua, me puso al conejo de los gays en una caja encima de la tripa y encendió un mechero para que el bicho se asustara y empezara a cavar un túnel a través de mi cuerpo para escapar... menos mal que su padre le pilló en pleno proceso y lo castigó sin Play. La Hierbas, que era muy bonachona, me dio una de sus hierbas para calmar mis dolores, y con eso aguanté mucho mejor el resto de torturas. Al final, en el turno de torturas de Vicenta, conseguí engatusarla para que me soltara. Era como muy tonta, y yo, a base de escuchar al resto de vecinos, aprendí sus debilidades: le dije que la amaba, que me casaría con ella si me soltara. Me soltó y me fui. Y ella se quedó con una cara de gilipollas digna de ser retratada. Pobre mujer. Me miraba confusa mientras me piraba en su puta cara tras haberme soltado. Me apresuré en salir cagando leches de allí, antes de que Vicenta diera la voz de alarma, pero no consiguió contactar con el presidente: el móvil le pedía el PIN.
Corrí y corrí como un desgraciado. Nadie me seguía, pero por si acaso. Tarde o temprano se enterarían, pero para entonces yo ya estaba en Marbella. No había tampoco nada allí, estaba todo destruido, pero oye, era Marbella. Cadáveres de giris y mafiosos muertos por todas partes. Me sentía solo. Muy solo. Mariano me hablaba en sueños a veces. Me decía que hiciera algo grande. Pero ¿el qué? Solo decía algo grande. Podría ser construir una muralla, fabricar unos zapatos del 57, tener un hijo gordo... Había nuchas posibilidades. Puto Mariano de los cojones, siempre con sus enigmas. Ese hombre era como Jesucristo, hablaba siempre con parábolas y no lo entendía ni Dios, así ha acabado la Iglesia como ha acabado: respetando a los maricones. Que yo no es que tenga nada en contra de ellos, ¿eh?, solo es que los odio. Pero vamos, que intenté ponerme en el pellejo de Mariano, pensar como él, razonar como él, ¡ser como él!
Me quité la ropa y me metí en el mar, como Dios me trajo al mundo. Me quedé ahí hasta arrugarme como una puta pasa y me fumé un piti. Tremendo piti, ¡cómo entró! Como los que se arreaba Mariano. Sabía a gloria. ¡Sabía a Mariano! Y ahí lo entendí. Tenía que arreglar el mundo, el adefesio que había hecho, enmendar mi pecado. Necesitaba encontrar una superviviente buenorra con la que repoblar el mundo. Buenorra por que no se perdiera la guapura humana, más que nada, no por mi propio placer. Con un hombre guapo y una mujer guapa, tendríamos la belleza masculina y la femenina en los nuevos repobladores del mundo: ¡erradicaríamos la fealdad! No, si al final se habría hecho un favor a este mundo matándolos a todos. El problema era encontrar a la jamba, porque, claro, había encontrado a los personajes de Aquí no hay quien viva, algún superviviente más tendría que haber, pero es que encima tenía que ser una tía buenorra. ¿De dónde la sacaba? ¿Dónde van las tías buenorras normalmente? Pues al gimnasio. Había que buscar las ruinas de un gimnasio. Hecho. Un Vivafit de esos. Pero todo el mundo muerto. Imagina una vida entera yendo al gimnasio para acabar asesinado por un gilipollas con un salchichón. Tanto esfuerzo, tanto ejercicio, para nada. Pues nada, que no había ni Dios. ¿Qué haría Mariano en esta situación? Bañarse desnudo en una piscina hinchable, así que eso hice. Pasé allí toda la tarde, me quedé más sobao que las manzanas del Carrefour, que las toca todo el mundo a ver si están buenas. Cuando desperté, ahí estaba. Estaba... ¡Carmina! ¿Quién es Carmina? Nadie lo sabe, pero ahí estaba. Sí, era ella, era Carmina. No sé quién era ni qué hacía ahí, pero ahí estaba, haciendo algo, o nada, quizás. Quién sabe...
-Mariano... -me dijo con su voz angelical.
-No -le dije-, yo no soy Mariano.
-¿Eres una actriz porno?
-Tampoco.
-¡Joder, ya se ha vuelto a liar el becario con los papeles! -repateó ahí el suelo mi amiga.
-Mariano está muerto -le aclaré-, pero yo por ti puedo ser lo que quieras.
Me miró de arriba abajo.
-Bueno, venga, vale -concluyó-. Me dicen por el pinganillo que no quedan más seres humanos vivos, los últimos que quedaban acaban de hacer un suicidio colectivo en honor a no sé qué mesías.
-Ah, sí, sé quiénes son -dije.
-Bueno, que vas a ser tú el encargado de repoblar el mundo.
-Ah, sí, venga, pues vamos al lío -me bajé los pantalones, para ahorrar tiempo.
-Eres el último humano que queda en la faz de la tierra... -continuó como si nada.
Yo, mientras, me iba sacando la chorra y poniéndome en posición.
-...además de estos dos.
Y salieron ahí dos gachos, una tía así rubia tetona y un gacho con la mandíbula que parecía el tío ese de los memes del Chad, y con unos pectorales y unas piernotas que cualquiera diría que venía de la vendimia.
-Ellos son Adán y Eva -prosiguió aquí Carmina.
-Bueno -dijo Adán-, yo me llamo José María.
-Tú te llamarás como yo te diga -le chistó aquí la Carmina-. Ellos van a repoblar el mundo, y tú, tío random que va a hacer el papel de Mariano porque no hay otro remedio, serás el encargado de cuidar de sus hijos mientras ellos follan como monos, para que no tengan que parar de follar y procrear y podamos repoblar el mundo más rápido.
-Ah, pues -dije-, que yo soy aquí la nanny, ¿no?
-Exacto. Nos vendría mejor Mariano, que, con su sabiduría infinita, podría encarrilar a los niños por el camino correcto; contigo, las generaciones futuras serán un desastre y el mundo estará avocado al fracaso, pero es lo que hay, es un apaño de última hora que hemos hecho, no se le puede pedir peras al olmo.
-Oyes -me defendí-, que yo soy discípulo del grandísimo Mariano, soy como él o mejor. ¡Yo encarrilaré a esos niños y traeré prosperidad al mundo.
-Bueno, sí -dijo ella-, lo que tú digas, pues hala, unos a follar y el otro a currar, ea.
Y se esfumó ahí en una nube de humo.
-¿Y esta qué era, la relaciones públicas? -dije, para hacerme el chistosillo, a ver si me ganaba a la Eva en el tiempo de descuento.
-Es una emisaria de Dios -dijo la Eva, to borde.
-Ah, pues -dije yo.
-Pues, ah -dijo Adán, intentando competir conmigo en el festival del humor.
La Eva hizo así con los ojos como redondeádolos, de eso que dices en inglés "roll your eyes", como rodar los ojos, ¿no?, como si fueran las ruedas de un camión. No sé muy bien qué quiere decir, pero eso hizo la jamba.
-Bueno, pues manos a la obra -dijo aquí el Adán, con los calzoncillos ya por las rodillas y todo el pitarraco al aire, en posición de ataque.
-A ver, a ver, te me calmas -dijo la Eva.
-¡Delantero centro! -grité inconscientemente.
La Eva me miró con cara de circunstancia.
-Perdón -me excusé-, a veces digo cosas.
-Ah, vale.
-Vale, ah -dijo aquí el Adán, que se estaba empezando a poner aquí nervioso, ¡que igual no mojaba el churro!
-Me tendrás que conquistar, ¿o qué? -dijo la Eva.
-¡Invernaderos en el celtiberio! -dije yo.
Los dos me miraron así con cara de preocupados.
-Perdón, ya me callo.
-Bueno, a ver -dijo el Adán-, vamos a ver, manos a la obra...
Se agarró el pitarramen y empezó así a menearlo. Movía las caderas como si de una lavadora se tratase y su pito bailaba al son de sus movimientos.
-¡Esa Eva, esa Eva!, ¡eh!, ¡eh! -gritaba el Adán mientras se meneaba como una sardinilla.
Yo quise competir, aún tenía posibilidades.
Me saqué un moco y empecé a darle forma. Las danzas fálicas no son lo mío, pero el origami se me da de puta madre. Hice una grulla. Se la regalé.
-Esto es para ti, mi amor -le dije, pegándole la grulla en el pelo.
-¡Carmina, por favor! -gritó la Eva, apurada.
-¿Qué ocurre, moza? -le dije.
El Adán seguía ahí a lo suyo, que estaba ya sudamdo, pero no paraba, no paraba, estaba ya obcecado y no respondía.
Apareció Carmina, así en una nube de humo celestial.
-A ver, ¿qué cojones pasa? -dijo.
-¿Pero qué frikis me has traído aquí? -dijo aquí la Eva.
-Pues lo que había, maña, lo único que ha sobrevivido al apocalipsis.
-Pues está la humanidad apañada. ¿Y eso de la selección natural dónde ha quedado?
-Pues no sé, no sé, yo estoy tan decepcionada como tú, pero oye, es lo que hay.
-Sí, pero es que tú no te los tienes que follar.
-Bueno, solo te tienes que follar al de las danzas, al otro no.
-Bueno -irrumpí-, o al que quiera ella...
El Adán seguía ahí, a lo suyo, que le había gustado hacer el bailecillo ese, ¿eh? No paraba, y eso que ya no le estaba mirando nadie.
-No, ya -dijo la Eva, no haciéndome ni puto caso-, si al otro sí que no me lo follaba ni coña, vamos.
-Oye, que estoy aquí, ¿eh? -me aquejé.
-Sí, por desgracia -me dijo la puta zorra.
-¿Por desgracia? Mira, pues ya me has tocado los cojones.
Cogí el rabo aquí del amigo, el Adán, y con él le sacudí a la Eva y me la cargué.
-¿No te jode la tía esta? -dije.
No era un salchichón ni un fuet, pero con cualquir objeto fálico me defendía mínimamente.
El Adán estaba perplejo, pero se puso a bailar otra vez, que había cogido ritmo y ya no paraba.
-¿Pero qué haces, tonto de los cojones? -dijo la Carmina.
-Co, que la tía esta es una creída -dije-, que se cree que ella es Lady Gaga, ¿o qué?
-¡Tú eres gilipollas!
-Venga, nena -le guiñé un ojo-, vamos a repoblar el mundo tú y yo...
-Los cojones -me cruzó la cara.
El Adán se rio.
-¿Y tu de qué te ríes, so mono? -le dije-, tú a bailar.
-Mira, ¿sabes lo que vamos a hacer? -dijo la Carmina.
Le agarró el pito al Adán.
-¡Oye, agárramelo a mí! -dije yo, celoso.
-¿Pero por qué todo el mundo me agarra el rabo? -dijo él-, ¡dejadme bailar!
La Carmina empezó a hacerle ahí lo que en mi pueblo llamamos un pajardo.
-Uy, uy, sí, qué gustito... -dijo el Adán, pero que las caderas no las dejaba quietas, seguía intentando bailar el tío pesado.
-¡Oye, esto es injusto! -me quejé.
El Adán se corrió, ni dos segundos duró.
Yo me reí.
Entonces la Carmina, con toda la mano ahí llena del líquido de la vida, cogió y me la metió por el culo. La mano entera, un fisting de los de revista, vamos.
-¡Oye, pero no, yo quiero como a él! -dije.
Sacó la mano.
-Hala, por hacer el gilipollas, ya no folla nadie! -dijo la Carmina-.
A los nueve meses, parí a mi primer hijo. Lo llamé Ahmed. No sé, tenía cara de Ahmed.
Cuando Ahmed nació, volvió la Carmina a hacerle una paja al Adán, que no te creas que había parado de bailar en estos nueve meses, ¡qué embarazo me dio!
-Oye -dije-, ¿pero no podríamos ir cambiando? Ahora que se quede embarazado él y a mí me haces la paja.
Pero nada, que no hay tu tía, otra vez toda la manaza por el culo, ni las uñas se había cortazo la zorra.
Mi segundo hijo Hassan.
Al tercero lo llamé Cruasán.
A la cuarta, que ya tocaba una niña, la llamé Jacinta.
El quinto fue Jacinto.
El sexto fue Ernesto.
La séptima fue Fátima.
El octavo fue Gustavo.
La novena fue Almudena.
El décimo fue Jorge. ¿Qué?, ¿quién ha dicho que tuvieran todos que rimar?
La undécima fue María de los Cojones.
La duodécima, Carolina.
La decimotercera, Faustina.
El decimocuarto, Hilario.
Y ya no tuve más. ¿Qué?, ¿no te parece bastante catorce hijos? Tenía el culo ya como una autopista, de esas de peaje buenas.
Mis hijos follaron entre ellos y tuvieron más hijos. Claro, ellos podían follar, pero yo no, ya me jodería. La Carmina pasaba de vez en cuando a hacerles retoques genéticos, que mis genes eran defectuosos, decía, que iban a salir muy feos si no. ¡Mis cojones! En fin, puta Carmina de los cojones.
Así es como repoblé el mundo. No, si ya te digo yo que no vuelvo a ir a comprar al súper de la Mari Puri, cada día que voy es una aventura distinta, ¡estoy hasta los cojones! ¿No puedo tener una vida normal o qué?
ESTÁS LEYENDO
El día que me fui a comprar e hice de todo menos follar
HumorIba yo aquí al súper de confianza a ligar con la Mari Puri y acabé engendrando 14 hijos sin haber mojado el churro. Acompáñame en esta fatídica historia y averigua por qué no hay que ir al súper. JUIDAO Esta historia es una sarta de gilipolleces que...