Enero, 2013

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Mi infancia en gran medida no fue mala, muchas idas al hospital, muchas amistades, un afán por los videojuegos y también bastantes malos tratos disfrazados de regaños. A los 5 años de vida tuve mi primer miedo, el que me perseguiría para toda la vida. Estuve internada en un hospital gracias a una apendicitis. 

No me la pasé muy mal, sin embargo, las inyecciones me causaban pavor, y no es que le tenía miedo al dolor o les tenía miedo a los piquetes, sino que siempre solían “poncharme” las venas. 

Mi camilla la recuerdo perfectamente, era una cama para una persona y estaba llena de sábanas blancas junto a una almohada. La diferencia con otras camillas era que la mía usualmente estaba llena de sangre por más que la cambiaran. Es un recuerdo que por mucho tiempo que pase seguramente jamás olvidaré. 

Es gracioso porque yo recuerdo haber conocido a un chico bastante guapito en ese entonces. Él tenía una pierna enyesada, y estaba hospitalizado porque lo habían atropellado. Era mi amigo, y era muy dulce.

Pregunté tiempo despues en un viaje en carretera por él, mi madre dijo que nunca quiso decirme pero que él realmente nunca existió.

Es como si yo hubiese visto una especie de fantasma supongo. La última vez que lo vi fue en una noche, el dijo que el día siguiente estaría en el quirófano y cuando desperté ya no estaba, justo ese día me dieron de alta en el hospital. Datos curiosos supongo jaja.

Flor Bach pine Donde viven las historias. Descúbrelo ahora