En una noche tranquila en Musutafu, Todoroki Shoto, tras una pelea con su padre, camina por una playa limpia para despejarse. Allí, descubre a Himiko Toga escondida en un basurero, huyendo.
En ese momento de conexión silenciosa, ambos encuentran en...
La discusión con mi padre había sido feroz, como un relámpago rasgando el cielo en una tormenta inesperada. Sus palabras eran cuchillos afilados, y las mías, cargadas de ira y desesperación, no hacían más que alimentar el fuego.
Cada reproche, cada grito era una gota más en un mar de resentimiento y dolor que había estado acumulándose durante años. Finalmente, no pude soportarlo más. Salí de la casa, con la mente agitada y el corazón acelerado, decidido a encontrar algún tipo de paz en una caminata sin rumbo.
No sabía adónde ir, pero mis pasos me llevaron fuera del bullicioso centro de Musutafu y hacia un rincón más apartado de la ciudad.
En mi caminata, me encontré con un espacio que antes había sido una playa, un lugar que había sido limpiado con esmero en los últimos años. Ahora, en lugar de la arena dorada, quedaba solo un campo de desechos y escombros, una triste sombra de lo que había sido. Sin embargo, era un lugar solitario y tranquilo, perfecto para perderme en mis pensamientos.
En otro rincón de la ciudad, Himiko Toga se encontraba huyendo de las críticas despiadadas de sus padres. Las palabras "monstruo" y "fracasada" resonaban en sus oídos, y su corazón se hundía con cada reproche.
No podía soportar la presión y la incomprensión; necesitaba escapar. Así que salió de casa, buscando un refugio lejos del tormento familiar.
Ambos, sin saberlo, se dirigieron hacia el mismo lugar. Himiko había encontrado su escondite en el rincón más apartado de la playa, entre los restos de basura y la oscuridad de la noche. Se acurrucó allí, intentando desaparecer entre los escombros y el silencio. Fue en ese momento, bajo el cielo nocturno y el sonido lejano de las olas golpeando contra la costa, que nuestras vidas se cruzaron por primera vez.
Yo estaba caminando por la playa, en un intento de despejar mi mente, cuando noté una figura escondida en la penumbra. Me acerqué con cautela y, a medida que me acercaba, la figura se hizo más visible bajo la tenue luz de la luna. Allí estaba ella, Himiko, con sus ojos ámbar brillando a través de la oscuridad.
Nos miramos en silencio.
Ambos estábamos en fuga: yo de mi padre y ella de las críticas y el dolor.
Pero en ese instante, nuestras miradas se encontraron y compartieron algo más profundo, un entendimiento silencioso de que, a pesar de la soledad y el sufrimiento, no estábamos tan solos en el mundo. La conexión que sentimos fue instantánea y palpable, un breve destello de consuelo en medio de nuestras respectivas tormentas.
Fin del prologo
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