04 | Partida de parques

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Natasha

Al día siguiente, un doctor hizo su aparición en la puerta de mi habitación de hotel, presumiblemente para revisar la lesión en mi cara tras el golpe que recibí de aquel tonto, al que en ese momento si se me llega a aparecer enfrente, le partiría la cara en cuadritos, por más lindo que fuera.

—La inflamación debería disminuir en aproximadamente tres días. Te colocaré una venda para acelerar el proceso de recuperación —explicó el doctor mientras examinaba suavemente la zona afectada en mi cara—. Además, te daré unas gotas para tu ojo, ya que, aunque la sangre se ha reducido desde ayer, debemos continuar cuidándolo. También te recetaré una crema de marihuana para la mejilla, que tienes que aplicar con un masaje suave cada noche. —Mientras hablaba, extrajo una venda de su maleta y con cuidado la ubicó debajo de mi barbilla, envolviendo ambas mejillas y ajustándola sobre mi cabeza. —Asegúrate de usar los geles de hielo para reducir la inflamación aún más rápido. —Cerró su maleta y continuó explicando: —Con el tratamiento adecuado y siguiendo mis indicaciones, es probable que dentro de una semana la inflamación y el morado hayan disminuido significativamente. Tu ojo también debería mostrar una mejoría notable.

Asentí nuevamente cuando unos discretos golpecitos en la puerta interrumpieron la conversación, indicando que alguien pedía permiso para entrar. —Adelante —dije.

Mi padre y David aparecieron en el umbral, avanzando juntos hacia la habitación. Al ver a mi papá, no pude evitar adoptar una expresión seria mientras él se acercaba a mí. Su atención se centró inmediatamente en la venda que cubría mi rostro, mientras que yo miré hacia David y lo saludé: —Hola, David. —Él respondió con un simple asentimiento y una sonrisa. Volví a mirar a mi padre, quien suavemente acomodaba mi cabeza para examinar con detenimiento mi mejilla. —Pa... —susurré.

—Hola, Natasha —dijo, aún concentrado en inspeccionar mi lesión—. ¿Cómo esta? —Pregunto al que hacía un momento me había colocado la venda.

El doctor se volvió hacia él para responder: —Bien, el golpe no fue muy grave. Si sigue las indicaciones y se cuida lo necesario, en una semana no debería quedar rastro del golpe. —Mientras hablaba, se acomodó la maleta en su espalda, listo para irse.

—¿Cree que esté lista para arbitrar el partido de pasado mañana? —preguntó al doctor, pero antes de que él pudiera responder, lo interrumpí

—¿¡Qué!? —mi exclamación llamó la atención de todos —. ¿Cómo que otro partido? ¡No me había dicho que habían más! —grité, mientras que mi papá fruncía el entrecejo.

—Se me olvidó decirle, todo pasó muy rápido —respondió, tratando de no alzar la voz debido a la presencia de otras personas.

—Sí, así como también se le "olvidó" —hice comillas en el aire —mencionar que usted fue el que le dijo a David que cancelara mi contrato y que me pusiera en ese partido —seguí diciendo, el con los ojos abiertos en gesto de sorpresa, casi al punto de salírseles—. Y ahora todo el mundo dice que consigo todo fácilmente por ser su hija. Cómo que sufrimos del cerebro ¿Cierto? —terminé diciéndole, casi gritándole.

Él apretó la mandíbula y dijo: —¿Pueden dejarnos solos? —dirigiéndose a los otros dos hombres, quienes asintieron y se marcharon, dejando que la puerta se cerrara con un sonido seco detrás de ellos. —¿Quién le dijo eso? —preguntó él, con los ojos recorriendo mi rostro, buscando respuestas.

—¡No importa quién! Lo que quiero saber es por qué no me dijo nada, ¡solo he escuchado todas sus mentiras estos días! ¡Y lo peor es que no me entero por usted, sino por otras personas! —grité, levantándome de la silla y golpeando la mesa con mi puño.

El árbitro || Richard Ríos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora