11.- Paz

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Eras una pueblerina que vivía en armonía junto a sus padres y un hermano en una pacífica villa pequeña donde no regía la ley de un gobernante.

El pueblo cosechaba y fabricaba sus propios artículos y víveres del día a día. No existía el intercambio con monedas ni la lectura en ese sitio, pues la palabra era suficiente para demostrar honradez y compromiso.

Con tan sólo 17 años, tu vida pacífica y alegre en la villa se vió destrozada durante la noche por un grupo de saqueadores provenientes de una anarquía.

El caos y la violencia no se hicieron esperar. En un pueblo sin armas y sin guerreros como el tuyo era imposible defender el pequeño territorio.

Tu padre hizo lo posible por proteger su hogar, pero fué asesinado sin posibilidad de hacer nada. Tu hermano mayor, quien siempre estaba en casa, esa noche salió a la lucha debido a la emergencia, pero no volviste a saber de él.

Tu madre y tú se ocultaron en un rincón de su habitación, pero fueron encontradas. En un intento por enfrentar al bandido en medio de la noche, ella fué golpeada tan fuerte en la cabeza que cayó inconsciente.

Tu mirada aterrada sólo podía mantenerse fija en la sangre que corría por el suelo hasta que el asesino te tomó del cabello para obligarte a verlo a los ojos sin decir una palabra.

El color verde turquesa de sus iris parecía oscurecerse aún más mientras su ceño se fruncía sin desviarse ni un milímetro de tu rostro. Para tí esa se volvió la representación del infierno.

El horror y la desesperación golpearon tu alma esperando la muerte, una que jamás llegó. Tu mente fué incapaz de soportar el miedo y se desvaneció con pesadez.

Despertaste atada de pies y manos dentro de una carreta en movimiento dirigida a un barco pirata. A tu alrededor había víveres, animales y objetos provenientes de tu pueblo.

Fuiste reclutada junto a otros niños sobrevivientes, mismos que fueron vendidos como esclavos o mercancía en islas remotas con el pasar de los días hasta que sólo quedaste tú.

Nunca fuiste ofrecida a nadie porque ya tenías un dueño. El líder del barco. Un individuo alto, de ojos verde azulado y pestañas inferiores largas. No escuchaste su nombre ni una sola vez. Toda la tripulación a su cargo lo llamaba "Capitán de la muerte".

A su merced tenía un solemne grupo de hermosas damas seleccionadas de las islas a las que arrivaba como una forma de alianza, pero ninguna de ellas parecía ser de su gusto personal.

Rechazaste ser parte de ellas, intentaste escapar varias veces, pero era inútil. Mantenerte cerca se convirtió en una constante para él. Controlar tu temperamento defensivo sin hacerte daño. Sabía que a simple vista eras valiosa y dañarte no le convenía, pero te sometía de otras maneras.

Te ordenaba acompañarlo a realizar ejecuciones, saquear aldeas y te obligaba a dar tiros de gracia a personas heridas, débiles  o indefensas. Todo ello como castigo a tu desobediencia.

Para colmo de males, sus mujeres te humillaban a sus espaldas cuando tenían la oportunidad.

—Miren a esa zorra. Intentando ser la favorita de nuestro capitán. Yo no sé qué le ve a una esclava cuando tiene entre nosotras a las más hermosas damas de alta clase.

—Oye, no nos ignores, corriente. ¿Acaso eres sorda también? —llamó otra al notar que seguías tu camino sin hacerles caso. No era la primera vez que te molestaban.

—Quizás debamos quitarle esa cara de inocente que se carga. Me tiene harta sólo de verla. Mosca muerta.

Un tirón de cabello y un golpe con el suave filo de un abanico de papel fueron suficientes para dejar un hilo de sangre en tu mejilla. Fuiste arrojada al suelo antes de poder meter las manos.

Nuevamente se salieron con la suya, eso habías pensado mientras te levantaste para continuar con tus labores de limpieza en cubierta, el trabajo que se te asignó por rechazar ser una de las amantes del capitán.

Sin embargo, el antes mencionado se paseaba por la zona para inspeccionar, observando a todos de reojo. Se paró frente a tí y notó el hilo rojo que escurría por tu mejilla. Se inclinó para tomar tu barbilla sin previo avisó y su expresión de ira era sutil.

—¿Qué demonios te pasó?

—...Me golpeé por accidente. —Mentiste de inmediato para evitar problemas, pero ese hombre, a pesar de ser sólo un año mayor que tú, era extremadamente inteligente.

—Esa no es la herida que resulta de un golpe. Es un corte hecho con papel. —Dedujo y mandó llamar a su harén, las cuales se formaron con placer frente a él. —Señala a la persona responsable. —te ordenó y tragaste saliva.

No esperabas que te pidiera tal cosa. Conocías sus métodos y sabías que él no te hacía daño debido a tu valor. Ellas comenzaron a temblar de nervios al darse cuenta de lo que pasaba. Te negaste a responder.

—Entonces lo haré yo. Muestren sus abanicos ahora mismo. —ordenó seriamente.

Todas obedecieron y él inspeccionó cada uno hasta encontrar el que tenía el borde dañado y una suave línea de sangre. Sostuvo el abanico un segundo y dió un suspiro pesado antes de cerrarlo y enterrar la parte más afilada contra el ojo derecho de la culpable.

El resto de ellas se arrodillaron gritando y suplicando perdón. Tú observaste con horror lo que ese hombre estaba haciendo.

—Solo yo puedo dañar los objetos que son de mi propiedad. ¿Quedo claro?

Desde entonces, supiste el infierno que te esperaría al lado de aquel hombre.

SAE, LOVE, SEADonde viven las historias. Descúbrelo ahora