Parte 2

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"Claro que fue una pesadilla," afirmó la madre con firmeza, deteniéndose por un momento antes de continuar, "María Isabel, Agustín, no quiero que le metan ideas de cosas que no son a Mayte. Saben lo sensible y receptiva que es emocionalmente." dirigiéndoles una última mirada severa. "Ahora, a dormir todos," ordenó, retirándose hacia su recámara con pasos que causaron eco en el pasillo.

Agustín, sin poder evitar una sonrisa nerviosa, se volvió hacia su hermana. "Isa, tal vez se lo hizo ella misma mientras caminaba dormida," sugirió, tratando de restarle importancia a la situación.

"Agustín," replicó Isabel, con tensión y sus ojos encendidos por la molestia. "Mayte no es sonámbula, nunca lo ha sido.".

El joven suspiró, dejando caer los hombros. "Isa, es mejor dejarlo así. Ya escuchaste a mamá, no le causemos un temor mayor a May," insistió, su voz llena de una dulzura que rara vez mostraba. 

"Está bien, está bien," concedió Isabel con un gesto impaciente, apartando la mirada hacia la oscuridad de la habitación. "Vete a dormir. Yo me quedo un rato más con ella," añadió.

Agustín se acercó despacio y depositó un beso en la mejilla de su hermana. Luego, sin decir más, se dirigió a su habitación, dejando a Isabel  con Mayte y la sensación de que algo más acechaba en la oscuridad.

"Chiqui, no te preocupes. Yo siempre te voy a cuidar; nada malo te va a pasar, nunca, mi chi." susurró Isabel mientras acariciaba con suavidad el cabello de su hermana.

Pero, ¿Qué sucede cuando tus miedos te siguen hasta casa? ¿Qué pasa cuando tus pesadillas no se quedan en el mundo de los sueños, sino que te acompañan a la realidad? ¿Qué haces si no es solo tu mente jugando contigo, sino que en esa esquina de tu habitación, la que tanto temes, realmente hay alguien? ¿Si, en medio de la oscuridad, esa sombra más densa que las demás no es solo tu imaginación, sino la presencia de algo maligno, algo que ha encontrado su lugar en tu vida como una sombra inamovible?

Al día siguiente, por la tarde, el eco de unos pasos descalzos resonó en las escaleras de madera vieja uniéndose a una melodía suave y triste que emergía del piano. El lamento silencioso de las notas llenaba cada la casa de los Meade.

"Me gusta, me gusta cómo suena," dijo Claudia, con una voz que rompía el hechizo de la música. Se inclinó ligeramente sobre el piano, observando cómo los dedos de su hermana se movían delicadamente sobre las teclas. "A pesar de lo deprimente que es...ese acorde de séptima suena bien ¿Qué te parece si pruebas una cadencia rota en lugar de la cadencia auténtica?" sugirió, sus ojos fijos en las manos de Fernanda, buscando algún atisbo de reacción.

"Porque soy una tonta, ¿recuerdas?" respondió Fernanda mientras sus manos seguían deslizándose sobre las teclas con una precisión casi mecánica, como si la música fuera su único refugio y las palabras de Claudia se desvanecieran en el aire, incapaces de romper la burbuja en la que se había aislado.

Claudia, con una expresión de molestia, puso su mano sobre las teclas de manera desordenada, produciendo un sonido discordante que cortó la melodía de golpe. "Ya, María, ya pasó. No fue en serio lo que te dije anoche, estaba molesta. Para que veas que me arrepiento, ¿qué te parece si me acompañas a Burguer Boy? Yo pago" ofreció, su voz llena de arrepentimiento mientras buscaba la mirada de su hermana, esperando ver un rastro de perdón en esos ojos que tanto amaba.

"Sabes que no soy fan de las hamburguesas, Clau. Quiero quedarme ensayando," respondió Fernanda con su mirada fija en la partitura que descansaba sobre el piano.

"Ándale, María, tienes que salir un poco. Mira, te mejoro la oferta: también te invito al postre" suplicó Claudia, insistentemente.

"Te agradezco mucho, es muy tentador pero prefiero quedarme. Ni ganas de salir tengo," respondió Fernanda, sin despegar los ojos del piano y sus dedos acariciando suavemente las teclas.

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