Capítulo 40

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Guardián de los Campos Dorados.

El título, que se sentía como una nube flotante, se hizo tangible y real. El peso del nombre pesaba más que nunca sobre Louisen.

Si tomaba la decisión equivocada una vez más, ¿qué garantía había de que no volvería a equivocarse? No había ninguna garantía. Louisen estaba preocupado por la vaga idea de que todo saldría mal y sería miserable. El miedo carcomía su razón, empujándolo a un pozo de ansiedad y depresión que le impedía pensar racionalmente.

《Este tipo de pensamiento no es bueno....》

Louisen sacudió la cabeza.

《¿Qué dijo el santo que hay que hacer cuando uno está deprimido? Dijo que hay que ponérselo difícil a uno mismo.》

Louisen era un devoto creyente, así que caminó y caminó por los pasillos del palacio ducal. Como si eso fuera a poner fin a su ansiedad.

***


El tiempo pasó volando y llegó el día de la partida de Carlton.

Las horas recién amanecidas eran más silenciosas que la noche más profunda. El aire frío de la madrugada era fresco. Estaban listos para partir.

Cuando Carlton salió, sus subordinados trajeron su caballo, y él acarició su brillante pelaje y comprobó su estado. Iba a recorrer un largo camino hasta la capital sin detenerse. Los que no pueden seguir su ritmo partirían por otra ruta.

En cierto modo, fue un movimiento más cauteloso que cuando llegó al sur desde la capital. Se preguntaba si era necesario, pero le ponía nervioso oír que los nobles del sur tramaban algo.

Le hubiera gustado enviar un equipo explorador, como dijo Louisen, pero no podía permitírselo.

Carlton miró el ducado.

Era un edificio increíblemente grande y antiguo. Recuerda que le sorprendió lo grande que era cuando llegó. En aquel momento, no veía la hora de salir de aquí e irse a la capital, pero también le entristecía marcharse. Ha habido muchos problemas, pero ha sido la vida más cómoda en los últimos años.

Había mucho que comer. El tiempo perpetuamente soleado, los cielos altos y los campos abiertos le hicieron sentir relajado y generoso. Entendió por qué la gente de otras partes del país suele llamar complacientes a los sureños. No hay nada por lo que apresurarse cuando vives en un lugar como éste.

《Pero es la última vez, así que al menos debería haberte despedido apropiadamente.》

Carlton se arrepintió un poco. Pero era hora de irse.

—Vámonos.

—Sí.

Al oír las palabras de Carlton, todos montaron en sus caballos. Carlton estaba a punto de montar su caballo cuando una brillante cabeza apareció desde el costado del castillo a través de la niebla de la mañana. Era Louisen.

—Ah, qué alivio. Aún no te has ido.

Carlton se sorprendió por la inesperada aparición de Louisen.

—¿No decidimos que no habría despedida?

Su tono era duro pero extrañamente amable.

—Ah, quería pedirte que hicieras esto.

Louisen le tendió un pequeño paquete y una carta. Carlton no lo aceptó, sino que miró la mano con aire distante.

—Cuando llegues a la capital, ¿podrías darle esto al marqués de Natrang?

𝑳𝒂𝒔 𝒄𝒊𝒓𝒄𝒖𝒏𝒔𝒕𝒂𝒏𝒄𝒊𝒂𝒔 𝒅𝒆𝒍 𝒔𝒆𝒏̃𝒐𝒓 𝒄𝒂𝒊𝒅𝒐 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora