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Se supone que no podía tener pensamientos en mi cabeza, al menos por el momento. Mi única misión es mirar el lente de la cámara en frente de mi como si no me molestase el kilo de maquillaje que tengo puesto encima, por no mencionar la ropa apretada y reveladora que tengo puesta. Y no quiero sonar malagradecida; después de todo este es el sueño.

—¡Calíope, no escondas tus manos! —gritó el fotógrafo que estaba a dos metros de mí.

—¡Hola, Calíope, manos! —volvió a gritar, aunque estábamos en un estudio vacío lleno de eco.

—¡Sara! —exclamó mi manager, Cory.

Y tan sólo entonces recordé que yo soy Calíope.

Mis manos volvieron a estar en frente de la cámara. Miré hacia a Cory esperando una mirada de desapruebo pero al parecer le resultó hasta cómico que aún no me acostumbre a mi nombre de artista. Para él debe ser fácil, ya que su nombre legal también es su nombre de cantante.

Debo admitir que no conocía a Cory antes de que me descubriera por mi música; al parecer era uno de los más queridos de una boyband hiphopera de los noventa, de ese tipo a las mamás les da vergüenza admitir que escuchaban. Cuando lo busqué en google (Cosa que nunca deberían de hacer con alguien que conocen en la vida real) pude verlo en su época dorada, por así decirlo, y la verdad es que no creo que haya tantos cambios en él desde entonces, ni siquiera en su ropa. Aunque ahora era un cuarentón delgado con el característico bronceado de Miami, donde ambos vivimos.

El fotógrafo dejó la cámara por un segundo y yo aproveché al instante para finalmente aflojar los músculos de mi abdomen. Miré hacia la asistente del fotógrafo, que hablaba con el hombre de algo sobre la intensidad de la luz, pero la verdad no entiendo nada sobre ese tipo de cosas. El fotógrafo se acercó a Cory y ambos se acercaron al monitor donde estaban mis fotos recién hechas. Mi ojo ha estado tiritando todo este rato por el pegamento de pestañas, por cierto.

—Lo intento Cory, de verdad, pero si ella no sabe cómo posar siempre se verá más gordita en cámara.

Nuevamente, estudio vacío, eco delator. Claro que lo escuché. Y creo que Cory se dió cuenta.

—Veamos eso en la post, ¿Te parece? —le respondió en su tono calmado característico. Miró hacia mí como si sintiese el pegamento en mi ojo y miró hacia su teléfono. —Lo siento Sunny nosotros ya tenemos, estamos a contratiempo. Mandame tus mejores tomas y deliberamos.

Sunny, el fotógrafo; ya había olvidado su nombre, le dio la mano a Cory.

—¡Es un día! —gritó por última vez, y como por arte de magia los focos ardientes se apagaron en un instante.

Yo corrí por mi vida hacia el camarín para quitarle la pestaña lo más antes posible, pero me tackleó mi manager justo antes de poder escapar.

—Espera un segundo, ¿Y tus modales?

Lo miré con cara de pescado muerto porque no entendí a qué se refería, y él apuntó hacia Sunny, que ahora miraba las fotos con la asistente. Ahí le hice cara de pescado decapitado pero sabía que, bien en el fondo, tenía razón.

—Extiende tu mano —le pedí a Cory. El lo hizo, extrañado; y sin pensarlo dos veces le entregué mis pestañas postizas.

—¡Oh, gracias, siempre quise de estas! —bromeó, probablemente para que quitara mi cara de pescado.

Me acerqué a Sunny y a la asistente, que seguían hablando de la luz de una de las fotos y lo que sea que fuera la post. La foto era hermosa; me cuesta creer que soy yo. Por suerte no se nota lo incómoda que me sentía en realidad, y creo que comienzo a entender la visión de mi estilista. Cuando me dijo que era un invierno verdadero (aun no confío ni entiendo la colorimetría) y me puso en una especie two-piece de color azul a las ocho de la mañana no lo entendía, pero a las 12 de la tarde ya me sentía como una nueva mujer.

Creando a CalíopeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora