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Él estaba orgulloso, no solo de lo que tenía sino también de lo que era y lo que había conseguido con su propio esfuerzo

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Él estaba orgulloso, no solo de lo que tenía sino también de lo que era y lo que había conseguido con su propio esfuerzo.

Como sus padres solían decirle: Era un Alfa increíble, el mejor de su especie. Un imponente leopardo que había nacido de la dichosa unión de dos destinados, formaban la viva imagen de una familia perfecta. Su padre, el Alfa Jeon Seojun, con aroma a eucalipto; siendo un prestigioso abogado con años de experiencia y un historial casi perfecto de victorias en sus casos y su madre Lee Iseo, una hermosa Omega con aroma a manzanilla y dueña de una prospera pastelería en el centro de la ciudad de Busan.

Ambos se habían conocido en la secundaria y desde el primer momento en que sus ojos se cruzaron supieron que eran almas gemelas, su diosa protectora, Oneuli, los había guiado para que su relación florezca y lograse ser consumada con el nacimiento de su primogénito.

El Alfa Jeon Jungkook.

No iba a mentir, le gustaba cuando se referían a su persona con tal respeto y admiración. Su ego era inflado cada vez que las miradas y susurros halagando su varonil figura llegaban a sus oídos, también le encantaban esos comentarios con tintes de envidia y supuesto odio que le profesaban, eso solo le hacía pensar que estaba haciendo las cosas bien y por eso las personas se dedicaban a criticar los triunfos que conseguía.

Pero bueno, Jungkook no tenía la culpa del fracaso y mediocridad de los otros.

—¿Tienes todo listo, hijo? —la voz femenina logró sacarlo de su pequeña ensoñación y asintió terminando de guardar sus pertenencias en una mochila que dejo junto a un par de maletas más grandes.

—Sí, ya estoy listo para irme. —la mujer de cálidos ojos castaños y baja estatura lo observó con nostalgia y tristeza, el Alfa sonrió acercándose a ella para abrazarla—. Tranquila mamá, estaré bien. —susurró y solo eso bastó para que ella rompiera en llanto.

El joven consoló a su madre con inmenso cariño, cualquiera diría que con esa apariencia de chico rudo, tatuado y con perforaciones podría ser un completo patán que solo buscaba aprovecharse de los demás, pero era todo lo contrario; un joven dulce y amable que solamente buscaba alguien que lo ame de verdad, quería vivir un amor tan lindo como el de sus padres.

—Ay cachorro, voy a extrañarte demasiado. —hipó la mujer entre los brazos del menor—. ¿Ahora a quien voy a reprender por dejar sus calzoncillos tirados por todo el piso de la habitación? —volvió a sollozar aferrándose a su chaqueta.

Jungkook no pudo evitar reír, sus mejillas tomando una coloración algo rojiza por la ligera vergüenza. Sí, no era alguien tan organizado, pero siempre era partidario de que su "desorden" es una forma perfecta de distribuir sus pertenencias y que así lograba encontrarlas con facilidad, podrían juzgar sus métodos pero no sus resultados.

—Yo también te voy a extrañar mucho, a ti y tus postres de manzana. —la mayor sorbió su nariz levantando su cabeza, sus ojos brillantes por las lágrimas. Sin dudar, el menor le secó las mejillas tal como ella lo hacía cuando de cachorro se lastimaba las rodillas al jugar.

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