Esa Podría Ser Yo ¿Verdad?

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En medio de un paisaje de sombras y niebla, Beatriz Pinzón, conocida por todos como Betty, se encontraba rodeada de retratos flotantes. El ambiente era surrealista, bastante onírico. A su alrededor, los retratos mostraban diferentes versiones de sí misma: algunas feas y desaliñadas, otras  con miradas vacías y tristes; también, elegantes y sofisticadas, irradiando confianza y poder.

Betty caminaba lentamente entre los retratos, sintiendo una mezcla de curiosidad y desconcierto. Sus ojos se detuvieron en un retrato en particular: una versión de ella misma vestida con un traje elegante, de corte impecable, y con una mirada gélida y desafiante. Esta imagen la atrajo irresistiblemente, como si viera un reflejo de lo que siempre había deseado ser pero nunca se atrevió a imaginar.

Con un susurro, casi temerosa de romper el hechizo, preguntó:

—¿Tú eres yo?

La figura en el retrato sonrió con una frialdad que parecía cortar el aire. Sus labios se movieron con una gracia calculada mientras respondía:

—Tal ves si o tal vez no—dijo con un tono muy dulce y tentador, extendiendo su mano hacia Betty—. Acércate a mi y lo averiguaremos.

Betty, titubeante pero impulsada por una fuerza interior desconocida, extendió su mano hacia el retrato. Al tocar la mano de su otra versión, una corriente de energía recorrió su cuerpo, llenándola de una sensación de poder y claridad que nunca antes había experimentado.

—¿Lista para ver tu mejor versión? —preguntó la figura, su voz resonando como un eco en la mente de Betty.

Antes de que pudiera responder, Betty se sintió arrastrada por una oleada de luz y color. La realidad a su alrededor se disolvió y se reconfiguró en un torbellino de sensaciones. Cuando todo se calmó, Betty abrió los ojos y se encontró de nuevo en su cama, pero algo había cambiado.

Se levantó y se miró en el espejo. La mujer que le devolvía la mirada no era la Betty que todos conocían. Era una versión nueva y mejorada: a pesar de que  su cabello seguía exactamente igual, su piel estaba radiante, y sus ojos, antes llenos de inseguridad, ahora brillaban con una frialdad y determinación implacables.

De repente, la figura del sueño apareció detrás de ella en el espejo, como una sombra incorpórea.

—Ahora seremos una sola —dijo la figura con una sonrisa malévola—. Seremos la nueva Beatriz.

Betty se volvió para mirar a la figura directamente.

—¿Qué debo hacer?

—Simple. Sé tú misma, pero no la que los demás esperan. Sé la que tú quieres y deseas ser.

Betty asintió lentamente, entendiendo la profundidad de esas palabras. La figura comenzó a desvanecerse, pero no sin antes dejar una última advertencia.

—Recuerda, Beatriz. Ahora somos una sola...aprovéchalo

Con esas palabras resonando en su mente, la figura desapareció completamente. Betty se quedó sola frente al espejo, observando a la mujer poderosa en la que se había convertido. Sintió una oleada de confianza y decidió que estaba lista para enfrentar el mundo con su nueva actitud.

Sin saber exactamente cómo, sus manos comenzaron a trabajar con una precisión que la sorprendió. Arregló sus cejas, aplicó una crema hidratante en su rostro y se maquilló de manera impecable, resaltando sus rasgos sin exagerar. Era como si tuviera un conocimiento innato de cómo embellecerse. Luego, se ocupó de su cabello, peinándolo con destreza hasta dejarlo brillante y perfectamente ordenado.

Al terminar, se dirigió a su guardarropa. Miró con disgusto la ropa anticuada y sin gracia que colgaba en sus perchas. Sabía que necesitaba algo más apropiado para su nuevo papel en Ecomoda. Miró el reloj: eran las 6:00 am. Si se daba prisa, podría pasar por una tienda de ropa antes de ir a trabajar. Revisó su cartera y vio que aún tenía algunos ahorros, suficientes para comprar un atuendo adecuado.

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