Sofía

Una propuesta

Caia la noche, Gabriel se sentó en el sillón de cuero, su aroma familiar lo envolvio como un cálido abrazo del pasado. Las fotografías de María, con sus bordes dorados y el papel ligeramente amarillento, estaban dispersas sobre la mesa de centro. Sus dedos trazaron el contorno de su sonrisa, tan radiante como el primer día en que la vio. Recordaba el sonido de su risa, como campanas tintineando en un día soleado, y el calor de su mano en la suya.

Habían pasado cinco años desde que se había ido, pero el dolor seguía siendo tan intenso como la primera vez. A veces, sentía su presencia en la brisa que soplaba a través de la ventana, en el aroma de las rosas que ella tanto amaba. Otras veces, la soledad lo abrumaba, y sentía un vacío insoportable en su corazón.

Levantó la mirada hacia la puerta de la habitación de Sofía. Oyó los suaves sonidos de un lápiz sobre el papel y una melodía clásica que provenía de su computadora. Su hija, con los ojos de María y su determinación, estaba estudiando para su examen de medicina. Se sentía orgulloso de ella, de cómo había honrado la memoria de su madre al seguir sus pasos. Pero también la envidiaba un poco, por tener una vida por delante llena de posibilidades.

Sediriguio a la cocina, sirvió una taza de cafe y se acercó a la ventana. Observó cómo el sol se ponía, pintando el cielo de tonos cálidos. Se acordó de la noche en que Maríalr dijo que estaba embarazada. Habían bailado bajo la luz de la luna, llenos de esperanza y amor por el futuro. Ahora, mientras miraba el atardecer, se preguntaba si alguna vez volvería a sentir esa misma alegría.

Gabriel se llevó la taza de café a los labios, el calor reconfortante contrastando con la fría tarde. Miró por la ventana, las luces de la ciudad titilando como estrellas fugaces, mientras se van prendiendo. Sus ojos se pierden en la distancia, recordando las noches interminables en las que había vigilado desde los tejados de Bangkok, y el sonido de los motores de las lanchas rápidas surcando los canales, la tensión era palpable en el aire.

Había sido un tiempo oscuro, pero también había sido una época de gran satisfacción. La sensación de haber rescatado a esos niños de las garras de sus captores, de haberles devuelto la esperanza, era algo que lo acompañaría por el resto de su vida. Sin embargo, las imágenes de los niños malnutridos y asustados seguían persiguiéndolo en sus sueños.

Se preguntó si alguna vez podría dejar atrás ese pasado. A veces, sentía que la violencia había impregnado su alma, como una mancha que nunca se borraría. Pero luego miraba a Sofía, con su sonrisa radiante, y se daba cuenta de que había luchado por un futuro mejor para ella y para tantas otras personas.

Caminó  alejandose de la ventana, inhalando profundamente el aire fresco de la tarde. Había dejado atrás la agenciade inteligencia donde presto servicio por mas de 20 años, pero no había dejado atrás sus valores. Seguiría luchando por lo que creía, aunque fuera de otra manera. Y aunque las cicatrices de las misiones estuvieran grabadas en su alma, también lo estaban los momentos de triunfo y los lazos de camaradería que había forjado con sus compañeros.

Gabriel tenía 48 años cuando su esposa María falleció, el dolor aún palpitaba en su pecho como una herida abierta. Recordaba la noche en que le dieron la noticia, la sensación que experimento en ese momento era que el mundo se le venía encima. Desde entonces, Gabriel se dedicó a criar a su hija Sofia, quien tenía solo 13 años en ese momento.

Él siempre había sido un padre involucrado en la vida de Sofia, pero después de la muerte de María, se convirtió en su principal cuidador. Al principio, había sido difícil conciliar el trabajo con la crianza de una adolescente. Las noches sin dormir, las tareas escolares, los problemas típicos de la adolescencia. Pero con cada paso que Sofía daba, con cada logro que alcanzaba, sentía un inmenso orgullo.