Visenya entró por la puerta al comedor, en la mesa, Helaena ya estaba sentada, veía directamente a su plato vacío. La joven se acercó y tocó su hombro para saludarla provocando que Helaena diera un pequeño saltito del susto.
—Visenya, hola—dijo mirando el suelo todavía, algo apenada. Así era ella, siempre discreta, callada y penosa.
—Cómo has estado, tía?—preguntó ella.
—Pues bastante bien.—respondió fluidamente.—He escuchado que aún no te has comprometido.—agregó.—No ha llegado algún príncipe o caballero o... un Lord?—preguntó intrigada.
Visenya sonrió ante las preguntas de Helaena.
—Pues no, nadie parece estar dispuesto a reclamar este dragón—bromeó sonriente, Helaena sonrió.
—Él será apuesto y digno. Traerá frialdad pero para ti será como la llama más ardiente que hayas sentido jamás.
Visenya no le contestó nada a Helaena, a veces, su tía decía algunas cosas extrañas o incluso fuera de lugar, pero nadie jamás le prestaba verdadera atención. Se sentó frente a ella.
Daemon y Rhaenyra entraron junto a Lucerys y Jacaerys, quienes amablemente saludaron a la princesa Helaena también.
Alicent llegó acompañada de sir Criston, quien se paró a un lado de la puerta, Rhaenyra miró con desagrado. Aegon llegó y saludó de manera cortante mientras se sentaba al lado de Helaena y finalmente Aemond, entrando y sentandose sin saludar a absolutamente nadie.
—Princesa Rhaenyra...—habló Alicent.—Y príncipe Daemon. Ha pasado mucho desde que nos agraciaron con su presencia. De igual manera con los príncipes y la princesa.—dijo mirando a Jace, Luke y Visenya.
—Así es, majestad.—respondió Rhaenyra.
—Pero no lo suficiente para ameritar una bienvenida a nuestra llegada.—dijo Daemon.
—No te preocupes amor, estoy segura que la reina tiene asuntos más urgentes. Despues de todo, qué sabemos de gobernar un reino nosotros?—agregó Rhaenyra.
—No lo gobierno, como bien sabes.—respondió Alicent.—Mi padre y yo representamos la voluntad y sabiduría del rey.
—Y cómo se expresa esa sabiduría?—preguntó Daemon.—Con guiños y resoplidos?
—La salud del rey Viserys ha empeorado desde la última vez que ustedes lo vieron.—dijo firme Alicent.
—Sí, eso está más que claro, su majestad.—habló Visenya.—Mi abuelo es un extraño ahora, dificilmente recuerda quién es su favorita y heredera.—agregó con orgullo viendo a su madre, Aemond no había apartado los ojos de ella desde que llegó, observando y escuchando en silencio.
Daemon la miró sonriendo. Alicent no respondió. La comida llegó en pequeños carritos empujados por las sirvientas, que se encargaban de dejarla en unas mesas elegantes donde ellos podrían pararse y servirse. Como un buffet.
—Muy bien, niña—dijo Daemon, acercandose a Visenya y tocando su espalda, dando unas pequeñas palmaditas.
Visenya se empezó a servir, sin pena, era pequeña de tamaño pero si había algo que le gustaba y disfrutaba era comer.
—Sobrina—Aegon se paró a su lado para servirse.
—Qué quieres, Aegon?
—Nada, sólo saludar.—dijo aún intentando acercarse a ella.
—Déjala Aegon—Aemond apareció a un lado, Visenya estaba al medio de ambos.
—Dioses.—expresó—Se nota que no ven mujeres hace mucho—se burló la joven, tomando un último pedazo de pollo y yendo a sentarse a su lugar.

ESTÁS LEYENDO
𝐁𝐀𝐒𝐓𝐀𝐑𝐃𝐀
Ficción históricaVisenya Targaryen, primogénita de Rhaenyra, creció bajo las sombras de un linaje incierto y la cicatriz de un acto imperdonable: arrancó el ojo de Aemond, y desde entonces él la ha deseado con la misma intensidad con que la odia. Ahora, en una guerr...