5. Ella es el plato fuerte

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Sydney me llevó a un bar elegante, lleno de luces tenues y una atmósfera vibrante. Cuando entramos, todas las miradas se dirigieron a nosotros, o mejor dicho, a ella. Sydney Sweeney, con su vestido atrevido que apenas cubría sus hombros y dejaba ver su escote de manera escandalosamente hermosa, era imposible de ignorar. La manera en que el vestido se ceñía a sus curvas, revelando un cuerpo que parecía esculpido por los dioses, hacía que todos a nuestro alrededor se quedaran boquiabiertos.

Nos dirigimos a una mesa en el centro del lugar, y Sydney pidió la mejor mesa disponible sin siquiera dudarlo. Los hombres la miraban con deseo, y las mujeres con una mezcla de envidia y admiración. Sydney se sentó con una gracia natural, acomodando su vestido para que mostrara justo lo suficiente para mantener a todos al borde de sus asientos.

Llamó al mozo con una sonrisa encantadora y luego se volvió hacia mí. 

—Pide lo que quieras— dijo, su tono suave pero firme. —Después de todo el placer que me has dado, te mereces lo mejor—.

Me sentí un poco avergonzado por la atención que estábamos recibiendo, y por la forma en que ella hablaba tan abiertamente sobre nuestros momentos íntimos. 

—Ehm... creo que pediré una hamburguesa con papas— dije, intentando mantener la compostura.

Sydney soltó una risa suave. 

—Nada raro ni extraño, ¿eh?— bromeó. —Bueno, yo pediré una ensalada y una copa de vino blanco—. Hizo su pedido con una seguridad que me dejó admirado, y luego nos quedamos esperando mientras los murmullos continuaban a nuestro alrededor.

Las conversaciones en las otras mesas eran un murmullo constante de curiosidad y especulación.

—¿Es ella de verdad?— susurró alguien detrás de nosotros. —¡Es Sydney Sweeney!—

—Ese vestido es increíble, ¿cómo puede llevarlo con tanta confianza?—

—¿Quién es ese chico? Parece que no se lo puede creer...—

Sydney notó los susurros, pero los ignoró con una sonrisa satisfecha. Se volvió hacia mí, inclinándose ligeramente hacia adelante. 

—Entonces, dime— dijo con una voz que era a la vez casual y curiosa. —¿Alguna vez has trabajado para otra famosa?—

Asentí, un poco nervioso por la dirección que podría tomar la conversación. 

—Sí, trabajé para Sasha Grey, Gal Gadot y Jennifer Lawrence— mencioné, tratando de sonar profesional.

Los ojos de Sydney se iluminaron con sorpresa y una chispa de malicia. 

—¿Sasha Grey?— preguntó, su tono lleno de interés. —Eso fue después de que dejó el porno, ¿no? ¿Cuando hizo esa peli con Vigalondo?—

Asentí, recordando mi tiempo con la icónica actriz. 

—Sí, fue justo entonces—.

Sydney se rió, una risa suave pero llena de picardía. 

—Déjame adivinar— dijo, mirándome con esos ojos brillantes. —¿También te masturbabas con Sasha, como lo haces conmigo?—

Me sentí arder de vergüenza, mi cara seguramente estaba tan roja como un tomate. 

—Bueno... sí— admití, tartamudeando. —Tenía un póster de ella... lo usaba bastante...—

Sydney se echó hacia atrás en su silla, riéndose suavemente. 

—¿Un póster? ¿Cubierto de semen?— preguntó, sus ojos brillando con diversión. —Eso es... halagador, de alguna manera—.

Yo me encogí de hombros, sintiéndome extremadamente expuesto. 

—Sí, algo así...— murmuré, deseando poder desaparecer en ese momento.

Sydney se inclinó hacia adelante, sus ojos penetrantes y llenos de malicia juguetona. 

—¿Y tienes un póster mío en casa, también manchado de... jugos?— preguntó, su voz baja y cargada de insinuación.

Mi corazón se aceleró, y supe que no había forma de escapar de esta conversación. 

—Sí, sí lo tengo— admití, sintiendo que mi rostro estaba al rojo vivo. —Es una de las escenas de "Euphoria". No puedo evitarlo... siempre me excito viéndote—.

Sydney se rió, un sonido bajo y lleno de diversión. 

—¡Eso es increíble!— exclamó, claramente disfrutando de mi incomodidad. —¿Sabes? Me encanta que hayas usado mi imagen para... tus momentos privados—. Hizo una pausa, mirando alrededor para asegurarse de que los demás pudieran oír. —Pero ahora, parece que no necesitas un póster, ¿verdad?—

Los murmullos a nuestro alrededor aumentaron, y pude sentir las miradas de curiosidad e incredulidad de las personas en las mesas cercanas. Sydney, notando mi creciente vergüenza, se inclinó aún más cerca, sus labios casi rozando mi oído. 

—No te preocupes, cariño— susurró. —No soy de las que juzgan. Me gusta que la gente se divierta conmigo, de una manera u otra—.

El camarero regresó con nuestras bebidas y las colocó sobre la mesa. Sydney lo agradeció con una sonrisa coqueta antes de tomar un sorbo de su martini. Luego, mirándome fijamente, se relamió los labios.

—Entonces, ¿te gustó cuando me tomaste por atrás?— preguntó, su tono insinuante y provocador.

Me atraganté un poco con mi bebida, sorprendido por su franqueza. —Sí, me... me gustó mucho— admití, sintiendo mi rostro calentarse de nuevo. —Nunca lo había hecho antes—.

Sydney sonrió, claramente complacida con mi respuesta. —Yo tampoco, pero fue increíble sentir cómo se abría mi culito— dijo con voz suave, pero lo suficientemente alta como para que los hombres en las mesas cercanas pudieran escuchar. —Me encantaría sentirte aún más adentro, más fuerte, más duro—.

Su confesión dejó a todos en el bar con la boca abierta. Las mesas cercanas estallaron en murmullos y risas sorprendidas. Sydney, sin inmutarse, continuó disfrutando de su bebida como si nada hubiera pasado.

—¿Te imaginas eso, cariño?— continuó Sydney, girándose hacia mí con una mirada de desafío. —¿Todo el mundo aquí sabiendo lo que me hiciste y deseando estar en tu lugar?—. Su tono era juguetón, pero había una nota de desafío en su voz. —Es emocionante ver cómo todos nos miran y se preguntan si alguna vez estarán en tu posición—.

Sentí cómo mi rostro se volvía aún más rojo. —No sé qué decir— murmuré, sintiendo que el calor en mi cuerpo aumentaba.

Sydney se inclinó hacia mí, su rostro tan cerca que podía sentir su aliento cálido en mi piel. —No te preocupes— susurró con una sonrisa traviesa. —Solo relájate y disfruta el momento. Esta noche es nuestra—.

El bar estaba lleno de murmullos y risas, y el ambiente se cargaba con una mezcla de envidia y asombro. Los clientes estaban claramente entretenidos por la escena que Sydney había creado. Ella, con su actitud segura y su deslumbrante presencia, estaba en su elemento, haciendo que la noche fuera inolvidable tanto para mí como para todos los presentes.

—Vamos, cariño— dijo Sydney, levantando su copa en un brindis. —A disfrutar y a hacer que esta noche sea aún más memorable.—

Mis noches con SydneyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora