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Coloqué la silla con lentitud mientras que con la otra mano sostenía la soga.

Era hora de acabarlo todo. Quería acabar todo.

Han pasado diez meses desde que todo empezó, desde que empecé a imaginar que habría esperanza. Pero me he dado cuenta que estoy simplemente desarrollando algún tipo de trastorno.

Prefiero terminar ya mi sufrimiento, a continuar con el durante el resto de mi vida.

Después de todo, durante estos 26 años, no he hecho nada por mí misma ni por nadie.

Soy un ser inútil que lo único que sabe hacer es lamentarse y quejarse.

Soy un estorbo para todos.

Mientras cuelgo la cuerda, mi móvil suena, con cinco llamadas perdidas de Giselle. Ya han pasado dos horas desde que comenzó la jornada laboral y yo todavía no me he presentado.

Pero la ignoro, esto es lo mejor para todos.

Me subo a la silla y lentamente rodeo mi cuello con la soga. Tengo tantas ganas de estirarla con fuerza y que estruje mi cuello hasta asfixiarme.

Empiezo a dejar de respirar, siento un leve mareo. Es doloroso, pero pronto acabará.

El teléfono sigue sonando, ¿por qué llama tanto?

No me importa, solo tengo que tirar de la cuerda y todo por fin terminará.

Tomo el extremo de la soga con mis dedos, preparada para tirar.

En 3...

2...

1...

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.

.

.

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Toc, toc.

Escucho que alguien llama a la puerta.

Una parte de mí quiere saber quién hay detrás, pero la otra tiene miedo.

¿Qué hago?

Estoy parada en la silla e inconscientemente voy soltando la cuerda.

Siento como si una fuerza imaginaria me baja de la silla.

Sin darme cuenta, estoy enfrente de la puerta de mi piso.

¿Abro? ¿O quizás se ha ido al ver que no respondo?

Toc, toc.

No, no se ha ido. Es insistente.

Agarro el pomo de la puerta con mi mano. No sé por qué siento miedo.

Quizás es solo el cartero, quizás es un vecino, o quizás es Giselle viniendo a buscarme.

No quiero hacerle esperar más y giro el pomo, abriendo finalmente la puerta.

Hay una bonita chica. Su pelo lacio dota de un color azabache y sus orbes celestes brillan por el reflejo de las luces del pasillo del edificio.

Es bastante pálida y toda su figura es elegante.

Siento una especie de dejá vu. Siento que la conozco de algún lado.

- ¡Hola! Soy Karina. Acabo de mudarme al edificio. - Dijo animadamente con una amplia sonrisa.

Era una persona muy iluminada, transmitía luz, alegría, cariño, amor, amabilidad.

- Soy Kim Min-jeong, pero todos me dicen Winter. Encantada. - Respondí, titubeando. - ¿Qué necesitas?

- No encuentro a los trabajadores que ayudan con la mudanza, ¿sabes dónde están?

Mi madre solía decir que ayudar a los demás nunca era en vano.

- No lo sé exactamente, pero puedo ayudarte yo.

Su rostro se iluminó y su sonrisa se agrandó aún más.

- ¿De verdad harías eso por mí? ¡Muchísimas gracias! ¡Ven conmigo! - Con delicadeza, tomó mi mano y me guió hasta su piso.

Esta chica...era igual a la del sueño. Su físico, su sonrisa, su tacto.

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Quizás no todo está perdido, creo que... todavía no es hora de rendirse, me queda mucha vida por disfrutar, a su lado.

Mi madre tenía razón. Los sueños siempre se cumplen.

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