Discutí con mi madre después de que llegué a casa. Estaba enojada como siempre; enojada como lo había estado estos últimos seis años.
Siempre me pregunté si el problema era yo. Tal vez lo era, tal vez no. Aún así, mi madre se sentía miserable.
Corrección: yo la hacía sentir miserable.
—Nunca te veo estudiando, Cora —exclamó ella a la par que se levantaba de su cómoda silla. Había sido un regalo del trabajo por su gran esfuerzo. Puedo ver en su expresión, en su postura, en sus ojos inyectados en sangre lo cansada que estaba.
Yo no lo sabía entonces, pero mi madre lloraba cada vez que podía.
Se había enfurecido mucho por teléfono. Mientras caminaba con mis amigos luego de la escuela, no dejaba de pensar en mi madre, en lo enfadada que estaba; probablemente mi padre también lo esté. Si batallo con uno, batallo con el otro. Siempre es así, y todas las peleas que hemos tenido hasta ahora tratan de lo mismo.
Soy un desastre.
—¡Mamá, no voy a recursar! —alcé el tono de voz—. ¡¿Por qué no puedes entender eso?! ¡Llevas seis años diciendo lo mismo y mírame, aquí estoy, en mi último año de secundaria!
—¿Te crees que aprobarás todo solo porque durante los años anteriores funcionó? ¡No podemos seguir con esto, Cora!
Fui a mi habitación dando zancadas y lancé la mochila sobre la silla de plástico, blanca y limpia a diferencia que la de mi hermano. Hubiera elegido ser un desastre en el orden en vez de tener un torbellino en mi cabeza cada vez que entraba a casa después de la escuela.
Mi hermano aún no había llegado a casa, y cuando lo haga, la casa para él será como caminar en un campo minado.
La culpa me carcome cada vez que lo veo sentado en un rincón de la casa con su teléfono en la mano. Sé perfectamente que puede oírnos. Nunca interviene ni hace preguntas, pero sé que se preocupa.
Solo quiere que todo esto termine. Y yo también.
—¿Qué está pasando? —Finalmente mi papá hizo aparición—. ¿Por qué le gritas a tu madre?
—¡No estoy gritando! —Estaba tan nerviosa y fastidiada que no podía escuchar mi propia voz—. Dice que no podré aprobar las materias.
—¡No te veo estudiando, Cora! ¡¿Cómo pretendes que te crea?! ¡Todas las veces que nos has mentido con que no tenías examen, que no te habían dado el resultado de tus exámenes!
Solía ser mucho peor que los años anteriores, y te estarás preguntando qué tan peor puede ser que la actualidad. Recuerdo las llamadas telefónicas provenientes de la escuela. Mi madre descolgaba la llamada y escuchaba con atención, en silencio. Eso no podía significar nada bueno, y justo en ese momento mi corazón comenzaba a latir; cada vez más y más rápido. Los ojos se me llenaban de lágrimas y me quedaba mirando a la puerta de mi habitación esperando a que mi madre atravesara el umbral y me grite de todo.
Siempre era así. Lo tengo tan presente con lo que me estaba por decir a continuación.
—¡Eso es porque no me ves estudiar! —Como siempre, las lágrimas comienzan a rodar por mis mejillas.
Es un círculo vicioso. No termina. Siempre es el mismo patrón.
—¡Ah! Qué conveniente, ¿no? Yo siempre soy la estúpida.
—¡Nunca dije eso!
—No grites, Cora —mi padre intervino una vez más—. Baja tu tono de voz.
—¿Me lo dices a mí? ¿Siempre soy yo la que tiene que comportarse?
Mi madre se aleja de la sala y camina en dirección a su habitación. Antes de entrar se gira y me dice:
—No voy a ir al desayuno de despedida mañana.
Me quedé pensando unos segundos y lo recordé. La escuela organizaba un desayuno junto con los padres, a modo de despedida. Era nuestro último año escolar faltaba poco más de un mes para que terminase todo.
—¿Y ahora qué hice? ¿Estás enojada?
—No estoy enojada —espeta.
—Bueno, no lo parece. Te ves enojada.
—¿Sabes lo que sucede? Veo a las otras madres, conversando con sus hijas. Todas tan cercanas a sus madre, y tú... Ni siquiera me conoces, no sabes que estoy triste. He pasado todos estos años tratando de comunicarme contigo; poder entender qué es lo que pasa por tu cabeza —su voz tembló.
Oh, no.
No, no, no.
Por favor, no me hagas esto.
—¿No vas a decir nada? —protestó ella como siempre.
Un monólogo. Eso es lo que era. Yo era incapaz de pronunciar una sola palabra.
—No iré a menos que tú me lo pidas, Cora.
—¿Por qué todo esto, de repente? Estamos discutiendo sobre mis notas, ¿por qué insistes en que no irás?
—Porque siento que me desprecias.
Eso fue lo que me hizo entender que yo era el problema.
Nunca me había sentido tan egoísta en mi vida.
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Relato de una persona
NonfiksiEsta no es una historia. No tiene hilo de continuación, ni personajes con los que encariñarse o empatizar. Este es un relato de una persona. Momentos, bloqueos, caídas, esfuerzo. Estos relatos no buscan empatizar; no buscan fanatismo ni deseo por v...