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Después de despertar en una camilla de hospital horas mas tarde, me recordaron la noticia de que la noche anterior un grupo de delincuentes se había colado en mi casa y me había arrancado la vida de mi mujer y mi hijo de mis manos.

Nadie había ido a visitarme mientras estaba inconsciente, mis padres llevaban años sin dar señales de preocupación o interés hacia mí así que no me sorprendía, y por culpa del trabajo y las horas que me quitaba, los pocos amigos o conocidos que mantenía se alejaron. Por lo tanto tampoco se presentaron.

La luz entraba vagamente por la ventana atravesando la fina tela de las cortinas y las heridas y golpes provocados anteriormente estaban vendados. Salvo mi cuello, que solamente estaba algo amoratado por los agarres.

No tardaron en darme el alta y me permitieron una baja por las perdidas y la tragedia. Y ahí fue cuando todo empezó a empeorar, poco a poco.

Estuve durante dos largos meses encerrado en esa casa, una casa llena de recuerdos, llena de momentos que en su momento eran bonitos y felices, pero ahora cada vez que volvían a mi cabeza solo escuchaba gritos, sollozos y el sufrimiento de mis seres queridos, el olor a sangre y muerte.

La soledad, la culpabilidad y la locura poco a poco empezaron a consumirme, no me levantaba de la cama, comía y bebía lo justo y necesario para no arrastrarme por los pasillos. Tenía ataques de pánico constantes que acababan en quedarme casi inconsciente por la falta de aire.

Todos los cuadros, fotos, juguetes, recuerdos... Todos estaban destrozados, contra el suelo, quemados, rotos en mil pedazos.

No podía verlos, no podía acordarme de todo porque cada vez que lo hacía dolía tanto como si me estuviera quemando vivo.

Cada vez que recordaba que los tenía delante de mi y no fui capaz de salvarlos sentía un nudo en el estómago que no me permitía hablar y un dolor en el pecho que me hacía encogerme.

La única solución que encontré fue engañarme a mi mismo. Bajaba las persianas sin dejarme ver la luz del día. Dormía todo lo que podía porque, en mis sueños, nada de esto había pasado, y ellos seguían vivos.

Al principio era difícil, no quería despertar porque sabía que si lo hacía ese mundo que yo mismo había creado desaparecería.

Pero poco a poco mi cerebro se adaptó, cada vez era todo más real. Las alucinaciones eran más realistas. Casi podía sentirlo de verdad. Y entonces el dolor desapareció.

Estuve todo ese tiempo en casa, pensando que realmente mi familia seguía viva, auto convenciéndome de ello. Y conseguí animarme lo suficiente como para volver al trabajo, aunque ya no era para nada lo mismo.

Tenía que leer por lo menos tres veces los informes para entenderlos bien porque no conseguía enfocarme en lo que hacía.

En varias ocasiones casi choco con el patrulla por distraerme o quedarme en blanco.

Hacía mal los procedimientos en comisaría varias veces a pesar de saberlos de memoria.

Perdía rápidamente la paciencia con todo el mundo lo que me llevó incluso a apuntar con un arma a una persona inocente.

Ya no estaba dispuesto a hacer todo lo que me dijeran y complacer al resto.

Obviamente mis compañeros y superiores notaron todas estas cosas en mi en cuestión de pocos días, pero nadie se acercó a preguntarme como estaba, o si necesitaba algo. Ignoraban el tema, solo sonreían y me saludaban, lo que alimentaba mi locura.

// 𝐏𝐫𝐢𝐧𝐜𝐢𝐩𝐢𝐨 𝐝𝐞𝐥 𝐟𝐢𝐧. // Isidoro navarro o Gonzalo. //Donde viven las historias. Descúbrelo ahora