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Debido al largo tiempo que llevaba en ese apestoso psiquiátrico, me permitían salir al patio, ir al comedor, y socializar con otros pacientes. Pero algo que todavía me llamaba más la atención de ese rubio nuevo, es que aún después de un mes ahí metido, nunca lo habían dejado salir.

Los médicos le llevaban la comida en bandeja hasta su habitación y volvían a cerrar la vieja puerta con llave.

Ya que nuestras habitaciones se encontraban frente a frente, algunas noches, cuando todo se encontraba en absoluto silencio, podía escuchar murmullos y hasta risas viniendo del otro lado del pasillo.

A la mayoría, esto les habría molestado, pero sinceramente, a mí solo me despertaba más curiosidad.

Durante toda mi vida me había mantenido en el silencio y la tranquilidad, pero desde lo sucedido, después de pasar meses encerrado en casa con mi locura, y más tarde, casi un año en esta especie de cárcel, incluso esos tétricos murmullos me alegraban.

Y eso duró semanas y semanas, hasta que al tiempo, una noche cualquiera, dejaron de escucharse susurros.

El silencio que yo tanto detestaba había vuelto y me sacaba de mis casillas. Quizás ese era el momento de intentar hablar con él, y eso hice.

— Hey ¿me escuchas?

Eran como las cuatro de la mañana, la única luz que permitía tener un poco de visión era la tenue y amarillenta que entraba por el pasillo desde una ventana lejana.

Me senté en el frio y polvoriento suelo y me apoyé en la puerta oxidada, para acercarme lo más posible al pasillo y asegurarme de que el rubio me escuchara.

— Me llamo Gonzalo. Soy tu compi de pasillo.

Esperé una respuesta que nunca llegó, pero no podía callarme.

— Hace como un minuto te escuché caminando. ¿Estas despierto?

Más silencio.

— ¿No te gusta hablar o es que estás dormido?

Nada.

— ¿Holaa?

No conseguí nada. Así que me lamenté y me apoyé para levantarme, pero entonces escuché un suspiro proveniente de la habitación de enfrente.

El estaba ahí, despierto y escuchándome. Y no se porqué, eso me ilusionó como si fuera un niño y me acabaran de regalar una chocolatina. No tardé ni un segundo en volver a sentar mi culo en el frío suelo.

— Sabía que estabas ahí. Esto es muy aburrido últimamente, pero ahora que tengo a un compañero de pasillo podemos al menos hablar ¿no? ¿O no te gusta hablar?

No recibía respuesta.

A pesar de ello, yo seguía hablando, de lo que sea pero hablando, hasta que terminaba durmiéndome apoyado en la puerta. Le cogí costumbre y pasé a hacerlo noche tras noche. Le conté anécdotas de pequeño, mi trabajo, cuanto tiempo llevaba ahí, chistes malos y creo que le conté algún cuento para niños.

Hasta llegué a decirle que le quería mucho y era mi mejor amigo varias veces, sinceramente no se porqué, era como una necesidad de recordarle todo el tiempo que estaba ahí para el, y que era importante para mí.

Nunca respondía, pero de alguna manera yo sabía que estaba ahí, sentado, y escuchando todo lo que le decía. Lo cual me alejaba de sentirme solo, y eso era todo lo que necesitaba.

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⏰ Última actualización: Sep 21 ⏰

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// 𝐏𝐫𝐢𝐧𝐜𝐢𝐩𝐢𝐨 𝐝𝐞𝐥 𝐟𝐢𝐧. // Isidoro navarro o Gonzalo. //Donde viven las historias. Descúbrelo ahora