Capítulo 0

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Max, al igual que muchos adolescentes, ve el suicidio como la salida del sufrimiento y la llegada de la paz. El camino de los cobardes, le dicen algunos, pero ¿en verdad lo es? Cada año, cientos de jóvenes toman la decisión de quitarse la vida a causa de muchos factores. Uno de ellos, y el más conocido, es la depresión. Esa enfermedad invisible ante el ojo humano, que aparece para quedarse y nunca más irse.

Una enfermedad ficticia ante el ojo adulto, algo inventado por nosotros para no hacer nada. Qué gran mentira. Ese invento –según ellos– llega en el momento en que ya hemos empezado a caer. Nos abraza con su densa atmósfera asfixiante, nos ahoga y nos arrastra al lado más perverso, maligno y repulsivo de nuestras mentes: nuestra peor enemiga.

Cada mañana, al despertar, un vacío inexplicable llena su pecho y las lágrimas brotan de forma involuntaria. La tristeza y la soledad lo acompañan en su día a día. A veces, la desesperanza lo consume y busca algo con que aferrarse a esta vida, una vida de la que quiere huir y esconderse. Un ancla para sobrevivir al monstruo que es su mente.

No puedes y no quieres…” su subconsciente le dice, Max trata de ignorar las palabras, pero estás se siguen repitiendo en un intento de romperlo y lograr encadenarlo al vacío tan lamentable en el que se encuentra. Lo logra sin mucho esfuerzo. El adolescente se quiebra al igual que su alma —si es que tiene una. No es más que un caparazón vacío, sin luz, sin vida—.

“Eres insuficiente. Todo es tu culpa” ataca una segunda vez, los sollozos son silencios, si su padre lo escucha llorar lo golpeará.

Mientes. —Trata de defenderse de sí mismo en un intento fallido. Un nudo se forma en su estómago y la bilis sube por su garganta. El niega, no quiere vomitar, pero sin poder evitarlo corre a su baño y expulsa el líquido amarilloso con toques verdes. El ácido hace arder su garganta —por cuarta vez de lo que va del día—.

Se acuesta en los fríos azulejos en posición fetal mientras sus sollozos incrementan. No sabe qué hacer, no sabe a quién acudir, sólo sabe que está solo y nadie nunca escuchará sus gritos silenciosos de auxilio. Se está perdiendo.

Ahí, tirado en el suelo observa la pequeña habitación, la luz del techo palpita advirtiendo que en poco tiempo se quemará, cierra los ojos tratando de calmar su acelerado corazón, pero no lo logra. De forma involuntaria su mirada se dirige a la pequeña cuchilla que se encuentra no muy lejos de su alcance. 

Hazlo, es lo mínimo que te mereces. No seas cobarde” exige su subconsciente a qué haga lo que no se atrevió a hacer hace algunos días pasados.

No quiero. —se dice a sí mismo. Sin embargo, extiende su mano temblorosa agarrando el pequeño objeto de metal.

Su respiración se vuelve rápida y superficial, la presión en su pecho aumenta y la alegría bañada en tristeza de encontrar algo que lo haga liberar un poco el estrés lo consume. ¿Ese era el único camino a seguir muerto en vida o era una pequeña luz de felicidad errónea?

Pasaron algunos minutos en dónde Max se dedicó únicamente a observar el objeto, lo sostenía de forma delicada como si se tratara de algún tipo de material frágil y de valor. Ante los ojos de Max el metal —en cuestión de segundos– se volvió su tesoro, algo que lo haría llegar al éxtasis por un par de horas.

¿Qué mejor que eso?— En esos momentos la mente de Max volvió a ser un caos, los pensamientos oscuros y emociones desbordadas lo volvieron a atacar y la desesperación de no saber qué hacer lo frustraba y su cuerpo sudaba.

Hazlo, nadie lo notará. No te prestan la suficiente atención para saberlo”. Bingo, nadie nunca le prestaba atención, a nadie le interesaba cómo estaba o cómo se sentía. Su subconsciente tenía razón, ni su padre ni amigos lo sabían y eso era lo más triste. A nadie le importaba la vida de Max Verstappen; el niño obligado a alcanzar el éxito.

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⏰ Última actualización: Aug 08 ⏰

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