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⠀ ⠀ ⠀ ⠀ ⠀ ⠀ ⠀ ⠀Había algo en la calidez que brindaba el sol en su pálida dermis que le sabía reconfortante. Yumeko estaba segura de muchas cosas, entre ellas, que había algo mucho más reconfortante que el mismo sol, la manera en la que la luz del astro brillante besaba su piel y conseguía sonrojar sus mejillas, era un efecto que alguien más podía conseguir.
Con nostalgia, se dedicó a observar el bonito atardecer que hyogo le brindaba, queriendo olvidarse por enteró de lo que la rodeaba. Volver junto a su padre, tras dos años de su ausencia cuando más lo necesitaba se estaba convirtiendo en algo incómodo, quería correr a sus brazos y que la estrechará fuerte, pero no podía olvidar, que cuando estuvo al borde de caer él la dejó a la deriva.
Pero si quería tener una convivencia más amena tendría que poner un poco de iniciativa, no estaba dispuesta a pasar los últimos años de su adolescencia cargando rencor, intentaba ser empática, comprender que Yoshiro no había tomado la decisión de mandarla a Tokio a la ligera, simplemente buscaba su bienestar y el calor de la familia que le haría falta, pero él también debía entenderla por lo menos un poquito ¿no?
No podía esperar que los cambios abruptos en la vida de Yumeko fueran algo que tomar a la ligera, tras el primer infortunio, sin siquiera consultarlo con ella que sería la más afectada, la envió a Tokio, alejándola de todo lo conocido para ella, obligándola a vivir con el pesar de dejar atrás todo con lo que había vivido, después, cuando su vida en el ruidoso y hermoso tokio estaba tomando forma, fue obligada a regresar.
Amaba el lugar en el que había crecido, lo que la enloquecía era que Yoshiro esperara que tantos cambios fueran bien aceptados, lo único que la tenía con el corazón latiendo lleno de ilusión era volver a ver a Yuta.
— Tu habitación se mantiene exactamente igual que la última vez, ¿No es agradable, cariño? —preguntó el hombre rubio, adentrándose a la habitación a pasos lentos tras bastante tiempo cuestionandose hacerlo.
