iii. almost

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Con la luz reflejada en sus azules ojos, fue castigado por el rector de la universidad. Lo obligaron a perder el examen ordinario de la asignatura, y solo tener la oportunidad para aprobarla en la extraordinaria. Eso no era complicado, Vanitas era alguien muy inteligente, pero su audacia y falta de decoro, habían traído esas consecuencias. 

Quizá le pareció exagerado aquel castigo, pero se obtuso de objetar algo.

Asistió a su siguiente asignatura de dos horas, y se fue de la facultad. Estaba claro que no volvería a pisar la primera asignatura; por lo que había visto era fácil de aprobar con las diapositivas y libros de lecturas. Estaba chupado. Y tampoco tenía ganas de volverle a ver el careto a ese maestro que, de por si, se tardó más de lo debido en acudir a la primera clase y por no verlo, y hablar de obscenidades delante suyo, habían tomado esas represalias.

Pisando suavemente la acera, se colocó mejor su chaqueta. Se notaba a leguas que el frío se acercaba. Inmediatamente se acordó de la típica y tan reconocida frase de la clásica serie fantástica de juego de tronos, y declaró en lo alto de su cabeza. 

«El Invierno se acerca».

Rio escandalosamente por su genialidad, y cruzando la carretera escuchó como alguien lo llamaba a su espalda. Dio la vuelta paulatinamente, fijándose en aquella cabellera ginger tan reconocida para él. 

—¡Dante! —vociferó en llamado a su amigo.

Este terminó de acercarse, con un abrigo algo gordo para el frío que aún no había comenzado.

—¡Oe, charlatán! —le saludó con un golpe en el hombro cuando terminó de acercarse—. Cortaste la llamada y no pude seguir escuchando lo de tu nuevo amorío.

Vanitas bufó rascando su bajo abdomen, que se veía bajo su crop top y alzó su melena larga en la coleta como signo de hastío. —El idiota de mi profesor me pilló hablando, e hizo que me suspendieran el primer examen ordinario de la asignatura. Menudo hijo de su madre, no pienso volver a verme dejar ver.

Dante rascó su mano derecha, moviendo un mondadientes que llevaba en la boca.

—Que mierda, encima el primer día —respondió compartiendo su sentimiento de tristeza. 

Vanitas miró la cafetería a un lado de donde estaban.

—¿Tomamos algo y te sigo contando sobre el bombón de esta mañana? —le preguntó el de ojos azules.

Dante miró el teléfono, probablemente comprobando que no tuviese mensajes de su novio, escribió y asintió a lo que le pidió Vanitas. Juntos entraron por la puerta, escuchando la ligera campanita colgada en una esquina. El aire olía a café, galletas calientes y un aroma de lavanda. Vanitas siempre fue seguidor de los dulces suaves y, aunque no había entrado nunca en este lugar, con esto ya se habían ganado un punto.

Una chica de cabello recogido y oscuro, de facciones delicadas, los invitó a una mesa cerca de la ventana. Agradeciendo, se sentaron con prisa y pidieron dos cafés cortados, con dos cruasanes. Uno untado de miel y el otro seco sin nada, dicho último para Vanitas. 

Dejando los bolsos en el suelo, el rostro del de cabello de azabache se iluminó al empezar a contar.

—Fue algo rápido, no hablamos mucho pero sé que hubo algo entre los dos, tu me entiendes. Quizá podría tener una relación de cuatro años como tú y Johann, ¡es posible que haya encontrado al amor de mi vida, calvo! —le dijo, extrañamente feliz.

Incluso Dante estaba sorprendido.

 Lo vio enrarecido, desde la rojez de su nariz hasta sus exaltados azules y acostumbrados opacos ojos. 

HOFTE | VanoéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora