el ultimo otoño

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Amelia, una mujer de ochenta y cinco años, con el cabello blanco como la nieve y la piel arrugada como la corteza de un árbol antiguo, se sentaba en el porche de su casa, observando el otoño que se apoderaba del jardín. Su mirada, labrada por el tiempo, reflejaba la tristeza de un corazón que había conocido la alegría y el dolor, el amor y la pérdida.

A su lado, Sofía, su nieta de ocho años, con ojos brillantes y llenos de curiosidad, observaba las hojas doradas que danzaban en el viento. Sofía era la luz que iluminaba la vida de Amelia, un faro de esperanza en medio de la oscuridad que se cernía sobre su alma.

La casa, una construcción centenaria de madera y piedra, estaba rodeada por un jardín donde los árboles centenarios se erguían como guardianes silenciosos. En su interior, el silencio era tan denso que se podía cortar con un cuchillo, un silencio que solo se rompía por el crujido de las hojas secas que se apilaban en el suelo.

En la sala contigua, Daniel, el esposo de Amelia, se sentaba en su sillón favorito, su cuerpo encorvado, sus manos temblorosas. Daniel, a sus ochenta y siete años, ya no podía recordar con claridad los nombres de sus nietos, ni las historias que solía contarles. Su mente, como las hojas que caían, se desprendía poco a poco de la realidad, dejando solo un vacío que se llenaba de recuerdos fragmentados y silencios.

Amelia y Daniel, unidos por un amor que había resistido el paso del tiempo, ahora se enfrentaban a la última etapa de su viaje, una etapa marcada por la enfermedad, la pérdida de memoria y la tristeza.


"Mamá, ¿por qué las hojas se caen?", preguntó Sofía, su voz aguda y llena de curiosidad.

Amelia, sentada en el porche, acarició la cabeza de su nieta con una sonrisa triste. "Porque el otoño ha llegado, Sofía. Es la época en que los árboles se preparan para dormir durante el invierno."

Sofía frunció el ceño, observando las hojas doradas que danzaban en el viento. "Pero papá dice que las hojas se mueren."

Amelia se quedó en silencio, mirando las hojas que se desprendían de los árboles centenarios que rodeaban la casa. "Tal vez es cierto, Sofía. Pero también es cierto que la vida es un ciclo, y que la muerte es solo una parte de ese ciclo."

"Entonces, ¿las hojas volverán a crecer?", preguntó Sofía, sus ojos llenos de esperanza.

Amelia asintió, "Sí, Sofía. En primavera, los árboles volverán a florecer y las hojas volverán a brotar, más verdes y más fuertes que nunca."

"Como el abuelo Daniel", dijo Sofía, su voz bajó a un susurro.

Amelia sintió un nudo en la garganta. Sofía, con su inocencia, había tocado una herida que aún no había cicatrizado. Daniel, su esposo, había estado luchando contra una enfermedad que le robaba la memoria y la fuerza, y el vacío que dejaba en sus vidas era inmenso.

"Sí, Sofía, como el abuelo Daniel", respondió Amelia, su voz apenas audible.

"Mamá, ¿el abuelo Daniel está en el cielo?", preguntó Sofía, mirando hacia arriba.

Amelia suspiró, "No lo sé con certeza, Sofía. Pero creo que está en un lugar mejor, donde no hay dolor ni tristeza."

"Y ¿volverá a vernos?", preguntó Sofía, sus ojos llenos de lágrimas.

Amelia la abrazó con fuerza, "No lo sé, Sofía. Pero siempre estará en nuestros corazones."

"Mamá, ¿por qué el cielo está gris?", preguntó Sofía, su voz llena de tristeza.

Amelia la miró, sus ojos húmedos, "El cielo está gris porque el otoño ha llegado, Sofía. Pero el sol volverá a brillar, y el cielo volverá a ser azul."

"Y ¿el abuelo Daniel volverá a brillar?", preguntó Sofía, con un hilo de esperanza en su voz.

Amelia se quedó en silencio, mirando las hojas que se desprendían de los árboles. "No lo sé, Sofía. Pero siempre lo recordaremos."

"Y ¿tú estarás bien?", preguntó Sofía, con un tono de preocupación.

Amelia sonrió, "Sí, Sofía. Estaré bien. Siempre estaré bien mientras tenga a mis nietos."

Sofía la abrazó con fuerza, "Yo también te quiero mucho, abuela."

Amelia la besó en la frente, "Yo también te quiero mucho, Sofía."

El viento soplaba con fuerza, arrancando las últimas hojas doradas de los árboles. Las ramas desnudas se extendían como brazos huesudos hacia el cielo gris, reflejando la melancolía que se apoderaba del corazón de Amelia.

Ella sabía que el otoño era solo una parte del ciclo de la vida, pero la tristeza de la despedida seguía pesando sobre su alma.

"Mamá, ¿qué es la muerte?", preguntó Sofía, su voz llena de curiosidad.

Amelia se quedó en silencio, buscando las palabras adecuadas para explicar algo que ella misma no entendía del todo. "La muerte es como el otoño, Sofía. Es el final de una etapa, pero también el comienzo de otra."

"Entonces, ¿el abuelo Daniel está en otra etapa?", preguntó Sofía, sus ojos llenos de esperanza.

Amelia asintió, "Sí, Sofía. Él está en otra etapa, en un lugar donde no hay dolor ni tristeza."

"Y ¿volverá a vernos?", preguntó Sofía, sus ojos llenos de lágrimas.

Amelia la abrazó con fuerza, "No lo sé, Sofía. Pero siempre estará en nuestros corazones."

"Y ¿tú estarás bien?", preguntó Sofía, con un tono de preocupación.

Amelia sonrió, "Sí, Sofía. Estaré bien. Siempre estaré bien mientras tenga a mis nietos."

Sofía la abrazó con fuerza, "Yo también te quiero mucho, abuela."

Amelia la besó en la frente, "Yo también te quiero mucho, Sofía."

El viento soplaba con fuerza, arrancando las últimas hojas doradas de los árboles. Las ramas desnudas se extendían como brazos huesudos hacia el cielo gris, reflejando la melancolía que se apoderaba del corazón de Amelia.

Ella sabía que el otoño era solo una parte del ciclo de la vida, pero la tristeza de la despedida seguía pesando sobre su alma.

En ese momento, Daniel salió de la casa, apoyándose en su bastón. Su rostro estaba pálido, sus ojos apagados, pero una leve sonrisa se dibujó en sus labios al ver a Sofía.

"Hola, Sofía", dijo con voz débil. "Te he traído un regalo."

Daniel le tendió a Sofía una pequeña caja de madera. Sofía la abrió con cuidado y encontró un collar con un dije en forma de hoja de otoño.

"Es muy bonito, abuelo", dijo Sofía, sus ojos brillando de alegría.

Daniel asintió, "Es para que siempre te acuerdes de mí."

Sofía se abrochó el collar y abrazó a su abuelo con fuerza. "Yo nunca me olvidaré de ti, abuelo."

Amelia observó la escena con una mezcla de tristeza y esperanza. La enfermedad había debilitado a Daniel, pero su amor por su nieta seguía intacto.

"Vamos a entrar, Daniel", dijo Amelia, tomando su brazo. "Está haciendo frío."

Daniel asintió y se dejó llevar por Amelia hacia la casa.

El viento seguía soplando con fuerza, arrancando las últimas hojas doradas de los árboles. Las ramas desnudas se extendían como brazos huesudos hacia el cielo gris, reflejando la melancolía que se apoderaba del corazón de Amelia.

Ella sabía que el otoño era solo una parte del ciclo de la vida, pero la tristeza de la despedida seguía pesando sobre su alma.

El Silencio De Las Hojas CaidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora