la sombra de la enfermedad

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La primavera llegó con lentitud, como un susurro en el viento. La nieve se derritió, dejando paso a un suelo húmedo y frío. Los primeros brotes verdes asomaron tímidamente entre la tierra, anunciando el regreso de la vida.  Las aves volvieron a cantar, sus melodías llenando el aire de un nuevo ritmo, un ritmo de esperanza y renacimiento.

Pero en la casa de Amelia, el invierno seguía reinando. La tristeza por la pérdida de Daniel se había instalado en su corazón, como una sombra que la perseguía sin descanso. El silencio de la casa, que antes era un compañero silencioso, ahora se había convertido en un peso que la oprimía.

"Abuela, ¿por qué no juegas conmigo?", preguntó Sofía, sus ojos llenos de preocupación. Sofía, con sus ocho años, no entendía la tristeza que había invadido la casa, la tristeza que se sentía en el aire, la tristeza que se reflejaba en los ojos de su abuela.

Amelia se giró hacia Sofía, una sonrisa triste se dibujó en sus labios. "Estoy cansada, Sofía. Tengo que descansar."

"Pero tú siempre juegas conmigo", dijo Sofía, su voz llena de tristeza. "Hoy me enseñaste a hacer un avión de papel, y me dijiste que lo lanzara al cielo para que volara con el abuelo Daniel."

Amelia sintió un nudo en la garganta. Sofía, con su inocencia, había tocado una herida que aún no había cicatrizado. Daniel, su esposo, había muerto hacía un mes, y el vacío que había dejado en sus vidas era inmenso.

"Sí, Sofía, el abuelo Daniel está en un lugar mejor, donde no hay dolor ni tristeza", respondió Amelia, su voz apenas audible.

"Pero yo quiero verlo", dijo Sofía, sus ojos se llenaron de lágrimas. "Quiero que me cuente historias, quiero que me juegue con sus trenes."

Amelia la abrazó con fuerza, sintiendo el calor de su cuerpo pequeño contra el suyo. "Yo también lo quiero, Sofía. Pero el abuelo Daniel ya no está con nosotros. Su cuerpo se ha cansado, pero su espíritu sigue vivo en nuestros corazones."

Sofía se aferró a Amelia, buscando consuelo en su abrazo. "Abuela, ¿tú estarás bien?", preguntó, su voz llena de preocupación.

Amelia la miró con una sonrisa triste. "Sí, Sofía. Estaré bien. Siempre estaré bien mientras tenga a mis nietos."

Sofía la abrazó con fuerza, "Yo también te quiero mucho, abuela."

Amelia la besó en la frente, "Yo también te quiero mucho, Sofía."

Sofía salió de la habitación, y Amelia se quedó sola, sintiendo el peso de la enfermedad sobre su cuerpo. Un dolor sordo le recorría el cuerpo, dejándola débil y sin fuerzas.

Se levantó de la cama con dificultad, apoyándose en el bastón que ya no le era ajeno. Caminó hasta la ventana y observó el jardín, donde los primeros brotes verdes luchaban por abrirse paso entre la tierra.

"Daniel, ¿por qué me has dejado sola?", susurró Amelia, su voz llena de dolor. "Te necesito a mi lado, te necesito como el aire que respiro, como el sol que ilumina mi camino."

La enfermedad se había apoderado de ella, como un ladrón que se había colado en su cuerpo y la estaba robando la vida. Un dolor intenso le recorrió el pecho, dejándola sin aliento. Se tambaleó hacia atrás, buscando apoyo, pero no encontró nada. Cayó al suelo, sintiendo que la oscuridad la envolvía.

"Sofía", susurró Amelia, con la voz débil y entrecortada. "Sofía, ayúdame."

Pero Sofía no estaba allí. Había salido a jugar con sus amigos.

Amelia se quedó sola, en el suelo frío, sintiendo que la vida se le escapaba entre los dedos. La sombra de la enfermedad se había extendido sobre ella, amenazando con apagar la luz de su amor, la luz de su vida.

El silencio de la casa se hizo más profundo, más pesado, más amenazante. El invierno había vuelto, y esta vez, no se trataba solo de un invierno en el jardín, sino de un invierno en su alma.

La primavera había llegado, pero para Amelia, la primavera se había convertido en un invierno cruel, un invierno que la estaba llevando hacia la oscuridad.

En ese momento, la puerta se abrió de golpe y Sofía entró corriendo, su rostro lleno de preocupación. "Abuela, ¿qué te pasa?", preguntó, sus ojos llenos de lágrimas.

Amelia la miró con una sonrisa débil. "Estoy bien, Sofía. Solo me he caído."

Sofía se arrodilló a su lado, sus pequeñas manos acariciando su rostro. "Abuela, no te preocupes. Yo te ayudaré."

Sofía la ayudó a levantarse y la llevó de vuelta a la cama. Amelia se acurrucó en las mantas, sintiendo el calor de su cuerpo pequeño contra el suyo.

"Sofía, ¿puedes quedarte conmigo un rato?", preguntó Amelia, su voz llena de debilidad.

Sofía asintió, "Sí, abuela. Yo me quedaré contigo."

Sofía se sentó en la cama junto a Amelia y le cantó una canción que su abuelo Daniel le había enseñado. La melodía suave llenó la habitación, creando un ambiente de paz y tranquilidad.

Amelia cerró los ojos, sintiendo el calor de la mano de Sofía en la suya. La enfermedad la estaba consumiendo, pero el amor de su nieta le daba fuerzas para seguir luchando.

El invierno seguía reinando en su corazón, pero la primavera seguía luchando por abrirse paso. Y mientras Sofía cantaba, Amelia sintió que la esperanza volvía a renacer en su alma.

El Silencio De Las Hojas CaidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora