la primavera eterna

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La madre de Sofía regresó a casa después de un largo viaje de trabajo. Entró en la casa con paso silencioso, sintiendo la opresión del silencio que envolvía cada rincón. La casa se había convertido en un mausoleo de silencio, cada rincón, cada objeto, cada sombra, resonaba con la ausencia de Amelia.

Al adentrarse en la sala de estar, vio a Sofía y a su abuela, Amelia, durmiendo plácidamente en el sofá. Una calma casi sobrenatural se había apoderado de la habitación, como si el tiempo se hubiera detenido en ese instante.

La madre se acercó con cautela, observando a su madre y su hija en un profundo sueño. Un escalofrío recorrió su espalda al ver la paz que se reflejaba en los rostros de ambas. Sin embargo, un presentimiento ominoso se apoderó de su corazón, como si intuyera que algo no estaba bien.

Al acercarse aún más, notó que la respiración de Amelia era tranquila, pero irregular. Un temor profundo se apoderó de ella. Con manos temblorosas, tocó la frente de Amelia, que estaba fría al tacto. La madre de Sofía sintió un nudo en la garganta al comprender lo que estaba sucediendo.

Con lágrimas en los ojos, la madre de Sofía despertó suavemente a Sofía. "Sofía, cariño, despierta", susurró con voz entrecortada por la emoción.

Sofía abrió los ojos lentamente, confundida por el ambiente cargado de tensión. Al ver la expresión preocupada de su madre, se incorporó rápidamente. Fue entonces cuando la madre de Sofía notó que Amelia ya no respiraba, que su alma había emprendido el viaje hacia la eternidad.

Un grito desgarrador escapó de los labios de la madre de Sofía al darse cuenta de la trágica verdad. Sofía, aturdida por la conmoción, se aferró a su madre en busca de consuelo. El dolor y la angustia llenaron la habitación, creando un aura de despedida y pérdida.

La madre de Sofía abrazó a su hija con fuerza, sintiendo el peso de la pérdida en su corazón. Juntas, lloraron la partida de Amelia, dejando que las lágrimas lavaran el dolor y la tristeza que las embargaban.

El invierno se había instalado en la casa, pero no era un invierno frío, sino un invierno de silencio. Un silencio que se extendía como una niebla espesa, envolviendo cada rincón, cada objeto, cada recuerdo. Sofía, con los ojos hinchados por el llanto, se acurrucaba en el sofá, aferrada a un oso de peluche que su abuela Amelia le había regalado. La muerte de su abuela había dejado un vacío inmenso en su corazón, un vacío que no podía ser llenado.

"Mamá, ¿por qué la abuela no está aquí?", preguntó Sofía, su voz apenas un susurro.

La madre de Sofía se sentó a su lado, rodeándola con un brazo. "La abuela está en un lugar mejor, Sofía. Un lugar donde no hay dolor ni tristeza."

"Pero yo quiero verla", dijo Sofía, sus lágrimas volviendo a brotar. "Quiero que me cuente historias, quiero que me juegue con sus trenes."

La madre de Sofía la abrazó con fuerza, sintiendo el dolor de su hija como si fuera propio. "Yo también la quiero, Sofía. Pero la abuela ya no está con nosotros. Su cuerpo se ha cansado, pero su espíritu sigue vivo en nuestros corazones."

Sofía se aferró a su madre, buscando consuelo en su abrazo. "Mamá, ¿tú estarás bien?", preguntó, su voz llena de preocupación.

La madre de Sofía la miró con una sonrisa triste. "Sí, Sofía. Estaré bien. Siempre estaré bien mientras tenga a mis hijos."

Sofía la abrazó con fuerza, "Yo también te quiero mucho, mamá."

La madre de Sofía la besó en la frente, "Yo también te quiero mucho, Sofía."

El silencio volvió a invadir la casa, un silencio que era más pesado que la nieve que caía afuera. La madre de Sofía se quedó sentada junto a la ventana, mirando el jardín cubierto de blanco, sintiendo el vacío que había dejado Amelia en su vida.

El invierno se había instalado en su corazón, un invierno que la congelaba por dentro, dejándola fría y vacía.

Pero a pesar de la tristeza, la madre de Sofía sabía que tenía que seguir adelante. Tenía que ser fuerte por Sofía, por sus hijos, por la vida que seguía adelante.

La memoria de Amelia seguía viva en su corazón, como una llama que se resistía a apagarse. Y aunque el silencio se había apoderado de su casa, ella sabía que el amor que habían compartido siempre estaría presente, como un eco que resonaría en su alma para siempre.

El invierno había llegado, pero la primavera volvería. Y con la primavera, volverían las flores, las hojas verdes, y la vida.

Y con la vida, volvería la esperanza.

Un día soleado, la madre de Sofía llevó a Sofía a la cima de la montaña, donde Amelia y Daniel habían sido enterrados bajo el árbol de cerezos. El cielo estaba azul y brillante, y el aire fresco llenaba sus pulmones.

"Sofía, ¿recuerdas la historia que te contaba la abuela sobre los Nacidos de la Escarcha?", preguntó la madre de Sofía, señalando el árbol de cerezos.

Sofía asintió, sus ojos llenos de lágrimas. "Sí, mamá. La historia de Jarl, Nive, Sikky, Brído, Kolin y la Guardiana de la frontera del norte."

"La abuela decía que los Nacidos de la Escarcha eran héroes que lucharon contra la oscuridad y crearon un nuevo reino", dijo la madre de Sofía. "Y que su amor por su pueblo era más fuerte que la muerte."

Sofía se acercó al árbol de cerezos y lo tocó con su mano. Las raíces del árbol se extendían hacia el cielo, como si quisieran abrazar a Amelia y Daniel en un eterno abrazo.

"Mamá, ¿la abuela está en el cielo?", preguntó Sofía, con un tono de curiosidad.

La madre de Sofía la miró con una sonrisa triste. "No lo sé, Sofía. Tal vez sí, tal vez no. Pero siempre estará en nuestros corazones."

Sofía se quedó en silencio, mirando el árbol de cerezos. La madre de Sofía la abrazó con fuerza, sintiendo el dolor de su hija como si fuera propio.

"Sofía, mi amor, la abuela siempre estará con nosotros. En cada primavera que llega, en cada flor que florece, en cada canción que cantamos, en cada recuerdo que guardamos en nuestros corazones."

Sofía asintió, sus ojos llenos de lágrimas. La madre de Sofía la abrazó con fuerza, sintiendo el dolor de su hija como si fuera propio.

Fin

El Silencio De Las Hojas CaidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora