el eco de recuerdos

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La casa estaba envuelta en un silencio sepulcral, solo interrumpido por el suave murmullo de la radio que emitía música clásica en la sala. Amelia se sentó en su sillón favorito, junto a la chimenea que crepitaba con un fuego débil, y cerró los ojos. Los recuerdos de su vida con Daniel inundaron su mente, como un torrente de emociones que la arrastraban a tiempos pasados.

Recordaba los días de juventud, cuando Daniel y ella se conocieron en un baile de primavera en el pueblo. Su risa contagiosa, sus ojos brillantes, su corazón valiente que conquistó el suyo. Recordaba las tardes de verano en el jardín, donde plantaban flores y cultivaban sueños juntos. Recordaba las noches de invierno, acurrucados bajo las mantas, compartiendo secretos y promesas de amor eterno.

Pero también recordaba los días difíciles, cuando la enfermedad había llegado a sus vidas como un ladrón en la noche, robándoles la felicidad y la tranquilidad. Recordaba las visitas al médico, las pruebas y los tratamientos que parecían no tener fin. Recordaba las noches en vela, cuidando a Daniel mientras él luchaba contra el dolor y la confusión.

Amelia abrió los ojos y vio a Daniel sentado frente a ella, su mirada perdida en el fuego de la chimenea. Sus manos temblorosas sostenían una fotografía antigua, en la que se veían jóvenes y felices, con el sol brillando sobre sus cabezas.

"Daniel, ¿qué estás mirando?", preguntó Amelia, su voz suave como un susurro.

Daniel levantó la mirada y le mostró la fotografía. "¿Recuerdas este día, Amelia? Fue en nuestro primer aniversario de bodas."

Amelia tomó la fotografía entre sus manos temblorosas y la observó con cariño. "Sí, Daniel. Fue un día hermoso, lleno de amor y promesas."

Daniel suspiró, "Echo de menos esos tiempos, Amelia. Echo de menos ser el hombre que solía ser, el hombre que te hacía reír y te amaba con toda su alma."

Amelia sintió un nudo en la garganta, las lágrimas asomaron a sus ojos. "Yo también te echo de menos, Daniel. Echo de menos al hombre valiente y generoso que siempre estuvo a mi lado, en las alegrías y en las tristezas."

Daniel se acercó a Amelia y la abrazó con ternura. "Te amo, Amelia. Siempre te amaré, aunque mi mente se pierda en la niebla del olvido."

Amelia se aferró a él, sintiendo el latido de su corazón débil pero aún lleno de amor. "Yo también te amo, Daniel. Siempre te amaré, aunque el tiempo y la distancia nos separen."

El eco de los recuerdos resonaba en la sala, como una sinfonía de emociones que se entrelazaban en el corazón de Amelia y Daniel. El amor que los unía seguía vivo, a pesar de las sombras que amenazaban con apagarlo.

La noche cayó sobre la casa, envolviendo a la pareja en un manto de silencio y oscuridad. En la penumbra, Amelia y Daniel se abrazaron, recordando juntos los momentos felices y los momentos difíciles que habían compartido a lo largo de los años.

El eco de los recuerdos se desvaneció lentamente, dejando un silencio profundo que era roto solo por el crujido de la leña en la chimenea y el susurro del viento que soplaba afuera. En ese silencio, Amelia y Daniel encontraron consuelo y paz, sabiendo que su amor trascendía el tiempo y el espacio.

El otoño seguía su curso, las hojas caían lentamente de los árboles, como lágrimas de despedida en un adiós silencioso. Pero en el corazón de Amelia y Daniel, el amor seguía floreciendo, como una flor eterna que nunca se marchitaría.

El Silencio De Las Hojas CaidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora