2. Mi vida no puede ser peor

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Erick:

Mientras camino hacia la universidad, ya sé qué será un día terrible.

Mi madre encontró salado el almuerzo, por lo cual, sé qué acabaré recibiendo una paliza al finalizar el día y acabaré durmiendo en el frío suelo.

La cantidad de sal estaba perfecta, lo puedo asegurar, y Elliot lo dijo, me defendió, pero como siempre, mi madre me acusó de querer matarla al no medir bien la sal, a causa de sus problemas de hipertensión.

Si yo quisiera matarla, lo haría de otro modo, no poniendo sal en su sopa, en todo caso echaría algo más potente, no sé, algo como el veneno para ratas que tenemos guardado en la despensa.

Eso si qué la mataría, no un poco de sal.

Pero no es qué quiera matarla o algo así, no soy un asesino.

DÉJAME AYUDARTE

No, no te dejaré.

Apresuro el paso hasta que veo el techo de la universidad a lo lejos.

Ya falta poco para llegar a mi tercera cárcel.

Mi vida consiste en ir de una cárcel a otra.

Cuando estoy en mi casa, estoy prisionero en la segunda cárcel, recibiendo malos tratos y palizas.

Escapo de ahí hacia la universidad, mi tercera cárcel, en la cual recibo más de lo mismo, pero de una forma más discreta.

Y de mi primera cárcel, de esa no puedo escapar ni un solo segundo.

Nadie escapa de su propia mente, de sus propias ideas, de su otra voz.

Algunos lo hacen, pero me niego a ser uno de ellos, de los que se rinde.

Cuando coloco el primer pie en la escalinata de la universidad, siento como unos brazos fuertes me toman por los lados y me sacan del área principal y me llevan hacia un callejón.

No pongo la mínima resistencia, siempre pasa lo mismo.

–Hola compañero—ese era Alisney, uno de los muchos imbéciles con los que compartía salón, y uno de los dos chicos que me esperaban cada día a la entrada para pedirme dinero que claramente no tengo—¿Cuánto dinero traes hoy?

Nada, no traía ni un solo billete encima.

No recibía paga de mis padres ni de ningún otro lado.

Y cómo no salía de casa salvo para venir aquí, no tenía forma de ganar dinero por mi cuenta.

–Nada—siento como ambos presionan el agarre que tienen sobre mí. No me creen, y no los culpo.

Soy el hijo menor de la segunda familia más rica del pueblo y una de las más ricas del país, voy a la universidad con la ropa que ya no le queda a Elliot, por lo cual es ropa de marca.

A la vista de ellos, debo de ser un rico caprichoso y mimado que nada en dinero.

Nada más lejos de la realidad.

–Por qué será que no te creo—el otro chico se acerca peligrosamente.

No sé su nombre, llevamos repitiendo esta rutina desde hace un año, pero en ese tiempo no he sabido su nombre o algo más que no sea el hecho de que tiene el cabello de un marrón horrible, sus ojos son pequeños y pardos, y su aliento apesta a alcohol.

Es todo lo qué sé.

Sin embargo, a Alisney lo conozco mejor, va en el mismo años que yo, en la misma carrera, administración de empresas, se sienta unos cuantos asientos por detrás de mí.

SevenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora