Un bar cualquiera, bien oculto en las fronteras de Londres, donde la mayoría de sus clientes son militares en servicio con un poco de tiempo libre luego de su trabajo, es mi nuevo objetivo de crecimiento en mi nueva vida profesional, o eso espero.
El ambiente suele ser tranquilo, y sus trabajadores formales, pero el hecho de ser una joven mujer, sola, a altas horas de la noche, en un sitio donde la mayoría son hombres alejados por mucho tiempo de sus familias o solteros, no me favorece mucho, y menos con las tentaciones que podrían darme de un techo o comida por algún tiempo a cambio de sexo por una noche. Aunque, no perderé la dignidad, es lo único que me queda en este mundo.
Empujo la puerta de entrada, y para mi suerte, nadie nota mi insignificante presencia. Todos están concentrados en sus actividades; desde una charla entre colegas, hasta beber a solas en un rincón.
Avanzo con una imaginaria confianza que estoy tratando de recrear en la realidad hasta la barra, donde algunos me miran con total extrañeza, y los demás se abren espacio para mi comodidad, algo que no me esperaba. De todas formas, mi objetivo está cada vez más cerca, y no puedo desaprovechar el buen humor del que parece ser, el gerente del bar.
—Muchacha, ¿Qué se te ofrece? —me pregunta el bartender más cercano, adelantándose al hombre de traje que antes hablaba con un general reconocido en el país.
Tantas personas importantes aquí, y yo arruinando mi futuro por mis sueños.
—Quiero hablar con el gerente. —contesto, casi en un susurro, pero siendo totalmente escuchada por el joven frente a mi, quien no demora en hacerle una señal al hombre de traje elegante y sonrisa amable.
Este último se acerca y me invita a tomar el asiento vacío a mi lado, con una gracia y cortesía casi de la realeza.
—Alexander Gold, ¿En qué la puedo ayudar? —cuestiona, mientras él mismo se encarga de hacer dos cocteles, supongo que para nosotros.
—Me gustaría usar su micrófono y escenario, por favor. —le ruego, con total pena, antes de tomar un sorbo de lo que preparó en tan poco tiempo.
Por fortuna, no había ningún pianista o cantante usando esa área, casi nunca es tocada por nadie, según me han dicho, por falta de postulantes.
—Oh, ¿Cuentas con algún acompañante para tocar? —me pregunta, y ante mi negación, se rasca su barbilla, pensativo—. Entonces, ¿Cantarás o tocarás el piano?
—Solamente cantaré, por el resto, no se preocupe. —le aseguro, a lo que parece convencido de buenas a primeras.
Me permite usar su escenario cuando quiera, las veces que quiera, si esta noche sale bien, claro está.
Termino de tomar el Margarita que amablemente me preparó el señor Gold, y trato de repasar un poco la letra de la canción que voy a interpretar cuando ya tenga todo listo.
Saco de mi maleta el parlante junto con su cargador, y mi teléfono tiene la suficiente batería como para dos horas de karaoke. Los nervios provocan un sudor frío en mis manos y pies, y mientras subo los pequeños escalones hacia el escenario, casi caigo al resbalarme en el pulido suelo. Me escondo tras el piano, agachándome un poco y dejando mis pertenencias en el suelo, pero, recuperándome rápidamente de la vergüenza que sentí al atraer unas cuántas miradas curiosas por mi aparición en escena.
Pocos minutos después, me vi afrontando un terrible silencio frío en todo el bar, al comenzar la música a sonar entre estas elegantes paredes. Preparé en tiempo récord todo, y creía estar lista para cualquier cosa; la letra de la canción bien aprendida, los tiempos de entrada, el tono de voz, menos algo bastante importante que debí considerar al tomar este nuevo riesgo.
—¡Oye muñeca! —exclama un ebrio, bastante cercano al escenario, jalando de mi ropa con brusquedad cuando apenas había abierto la boca para cantar.
Logró tirarme con facilidad al suelo, y un instinto oculto en mi se activa ante el peligro en el que estoy; le doy una fuerte patada en el pecho que lo hace retroceder unos cuántos pasos, seguido de esto, me levanto con torpeza y temor por todo lo que he causado; una batalla.
Todos comenzaron a lanzar sus copas contra el borracho que me tiró al suelo, y otros cuántos lo defendieron, creando así un escenario poco favorable para mi reputación.
Una mano cae con pesadez en mi hombro, palmeándome en repetidas ocasiones, como consuelo por mi culpabilidad muy notable en mi rostro.
—Hiciste bien, el viejo Henry siempre ocasiona riñas aquí, pero nadie nunca lo había reprendido, es un veterano de guerra y, ya sabes, esas cosas de respeto hacia los mayores. —me explica, y cuando por fin puedo girarme para verlo, me doy cuenta que parece un civil cualquiera, uno de esos que se dedica a hacer grafitis en cuánta pared limpia ve en las calles.
Una ceja se arquea de mi parte, y esto le saca una sincera risa que logró contagiarme.
—Sargento MacTavish. —se presenta, y estrecha su mano conmigo, aún alegre—, deberías unirte a nosotros, los militares, tienes talento para dar golpes, al menos.
—Y una muy acertada dirección para darlos. —se une a él un hombre moreno, que luce de su misma edad, mirándome con orgullo al igual que el otro.
No, este no es mi mundo.
Me alejo de ambos rápidamente para ir por mis pertenencias, y en medio de todo el caos, logró salir ilesa, y con una nueva idea en mente para subsistir sin ayuda de nadie.
El Ejército Británico ahora es mi nueva esperanza.
Continuará...
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Neon Lights {Simon "Ghost" Riley}
ActionTu padre te echó de la casa al perder el último año de secundaria, tu madre murió cuando tenías catorce años, y no tuviste otra opción más que aplicar al ejército británico para poder subsistir. Eres tan sólo una joven de veinticuatro años, una gue...