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"El boo"

—¿Alguna otra cosa que se le ofrezca mi niña?

—Por ahora no, muchas gracias Mari.

— Bueno niña, he dejado un poco de flan en el refrigerador por si gusta un bocado, yo saldré con el chofer a hacer las compras de la semana.

— Gracias Mari, tan linda.

— Para eso estoy mi niña, volveré más tarde, sus padres estarán fuera este fin de semana, así que no dude en pedirme ayuda.

Sonreí a mi nana y ella de inmediato tomó las llaves de la casa y salió a buscar al chofer de mi padre.

Tristemente este sábado no sería tan grato como lo hubiese querido, pues había acordado con Mady y Kenia la primera sesión con el "malipapi", y aunque prefería aventarme de cabeza en el gran cañón, mis obligaciones como estudiante de excelencia eran más importantes.

Mady esperaba ansiosa afuera de mi casa, mientras que yo no quería poner un pie fuera de ella.

Cargada con varios libros y un plan de estudio para alumnos retardados, con poca decisión, salí al lado de mi mejor amiga hacia uno de los retos más importantes de mi vida, enseñarle a un testarudo todo lo visto en el semestre.

La casa de Kenia y su hermanito estaba muy cerca de la mía, por lo que me parecía increíble jamás haberme topado al bobo ese.

Un par de cuadras y estábamos frente a un portón de madera rústica y una enorme barda plagada de enredaderas que la hacían ver muy bonita.

El timbre sonó y no tardamos mucho en la puerta cuando Kenia nos recibió de beso.

— Lindas, lindas — saltó la anfitriona —, pero no se queden ahí paradas, pasen, pasen.

Mady me guiñó el ojo y pasó primero que yo.

La casa de Kenia y Fernando era mucho más grande que la mía, tenían una piscina enorme, un pasto tan verde que cubría el patio del tamaño de un campo de fútbol promedio.

Aparte contaban con algunas fuentes y enormes jardineras repletas de todo tipo de flores que eran regadas por aspersores de agua.

Llegamos a la enorme puerta principal, un portón de madera de dos alas que pesaba más que todos los pecados de la humanidad.

Y adentro una casa con un piso de porcelana blanco y paredes con algunos cuadros de paisajes, fotos familiares tapizando la mansión.

De pronto llegamos a una enorme escalera que conducía a la segunda planta de la casa, comenzamos a subir de tras de Kenia, quien parecía que nos rescataba de un enorme laberinto de un gigante blanco con pasillos y puertas de madera rústica bien trabajada.

— Bueno hermosas, mi hermano está en su habitación, aguarden un momento y le hablo, ustedes pueden instalarse aquí — Kenia señaló un escritorio con tres sillas y una vista hacia el patio trasero que era otro jardín con un pequeño bosque de pinos.

Mady miró por el vidrio del ventanal asombrada.

— Algún día esta será mi casa, te lo juro Eris.

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