Ceder a los instintos

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¿Cómo acabó en aquella posición, separado del resto de la sala de urgencias solo por una cortina, haciendo una exploración manual a un omega en celo del que nadie más prestaba atención?

-Por favor.

Le suplicó el joven y el Davos en control de sus instintos debería haberle dicho, no, claro que no, me gustan las mujeres, las tetas grandes y cómo aprieta una vaina.

Pero este no era él, por supuesto que no se reconocía en ese alfa que había encontrado ahí en la camilla de su hospital algo que bo sabía que estaba buscando y que necesitaba para sobrevivir.

-Por favor alfa, no puedo más.

Davos sabía lo que necesitaba, el joven temblaba, se le notaba desesperado, demasiado alterado para poder verbalizar algo más que unas súplicas.

Sin embargo, Davos estaba como médico, no debía cruzar una línea muy clara, donde el paciente es eso, sólo un paciente y no un omega para ser reclamado. Pero esos firmes preceptos éticos existían para un mundo donde no hay omegas en celo ni instintos alfa buscando marcar, reclamar, poseer.

El joven toma la mano de Davos y la lleva a ese lugar entre sus piernas que no sabía que necesitaba explorar. Los omegas solo se mencionan en la escuela, su anatomía es similar a la de una mujer beta solo con una fertilidad mayor, pero el caso de un omega masculino es algo de mayor complejidad. Hay un coño entre sus piernas tan húmedo que sus dedos se deslizan sin resistencia, que produce un aroma adictivo, que despierta su necesidad de subir encima de él, sostener sus piernas muy abiertas y enterrarse profundo hasta perderse por completo.

Dejar dentro su semilla, anudar y asegurar que un hijo se gestara en ese vientre fértil.

Davos, con sus dedos explorando las reacciones del omega, no puede dejar de pensar en que nunca habia sentido esa necesidad de procrear con alguien. ¿Hijos? Siempre pensó que sería el peor padre, pero justo ahora parecía tan buena idea.

Hijos con él, de semejante belleza que le rogaba tocarlo y sus dedos no eran suficientes para poder satisfacerlo y eso estaba frustrando a Davos porque un deseaba complacerlo y llevarlo al éxtasis.

Davos escucha los pasos de su médico de base, los conoce a la perfección. Saca su mano de dentro del omega y da un paso atrás, toma la tableta electrónica para fingir estar realizando la historia clínica.

-Bien, ¿qué tenemos aquí?

El joven se retuerce en la cama, aprieta sus piernas, Davos sabe lo que hace, estimulando con la presión y recordando sus dedos dentro de su cuerpo.

-Ay corazón, esto es una crisis - le dice ella nada más verlo, gira hacia Davos y le ordena - llama a psiquiatría, toma laboratorios por si acaso.

Ella se va, así, sin interesarse por nada más. Pero es normal, los pocos omegas son como Lucerys, en control de su persona, sin celos súbitos e incapacitantes. O son como ese enfermero omega, ajenos a su biología y llevando una vida normal hasta que un alfa decide iniciar un cortejo.

Su jefa no reconoce un celo y Davos tampoco lo haría si no fuera porque este omega parece estar hecho para él. Su aroma, su hermoso rostro, su delgado cuerpo, su verga pequeña y ese lugar en dónde debe de conocer el cielo.

-No te vayas, por favor. Te necesito.

Davos debió irse, debió tomar su actitud normal cuando le pedían algo más, algo formal, un compromiso. Debió sonreír y decir alguna pendejada como "nada que eso solo fue exploración física, que ahora debo llevarte al loquero".

Pero no haría eso porque desilusionaría a tan precioso joven que solo lo quiere a él.

Ese momento de duda lo lleva a que el joven jala de nuevo su mano, lo acerca y lo tumba encima de él. Se estremece al tener su cuerpo, su peso, aplastándolo y mueve la pelvis de forma tan provocativa que Davos se siente duro e interesado.

La Dosis PerfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora