El aire de San Luis en la década de 1920 estaba cargado de la tensión y el peligro propios de la era de la Prohibición. Las pandillas dominaban las calles, y el jazz llenaba los clubes clandestinos, mientras los contrabandistas de licor como Rocky Rickaby y los asesinos a sueldo como Mordecai Heller navegaban este turbio submundo.
Rocky siempre había sido un espíritu libre, un músico con una inclinación por el caos y la aventura. Sin embargo, detrás de su sonrisa juguetona y su actitud despreocupada, se ocultaban profundos tormentos. Su vida se había vuelto una espiral descendente de violencia y desesperación. Las heridas físicas de sus numerosas peleas no eran nada comparadas con las cicatrices internas que lo atormentaban cada noche.
En un oscuro y lluvioso día de invierno, Rocky había alcanzado un punto de quiebre. El peso de sus errores y la constante amenaza de la muerte lo habían llevado al borde del abismo. Mientras caminaba por un puente sobre el río Mississippi, consideró terminar con todo. Pero justo cuando estaba a punto de dejarse caer, una voz fría y autoritaria lo detuvo.
—¿Crees que saltar resolverá algo, Rickaby?—
Rocky se giró para ver a Mordecai Heller, el gatillero de la pandilla Marigold, parado bajo la lluvia con su característico porte imperturbable. Mordecai siempre había sido un enigma para Rocky. Meticuloso, calculador y aparentemente insensible, Heller era todo lo contrario a la naturaleza caótica de Rocky. Sin embargo, en ese momento, hubo algo en su voz que transmitió una extraña forma de preocupación.
—¿Por qué te importa?— replicó Rocky con amargura.
Mordecai se acercó, su mirada fija en Rocky.
—No es cuestión de que me importe. Es cuestión de lógica. Si realmente quisieras morir, ya lo habrías hecho. Lo que necesitas es una razón para seguir adelante.A pesar de su desagrado por el contacto físico, Mordecai, con un evidente gesto de incomodidad, extendió su mano para tomar la de Rocky y evitar que saltara. Rocky miró la mano extendida, sorprendido por el gesto. La frialdad habitual en los ojos de Mordecai se suavizó, mostrando una determinación sincera.
El sonido del río Mississippi resonaba en el silencio de la noche, solo interrumpido por el tenue murmullo del tráfico lejano. Mordecai y Rocky estaban sentados en un banco cerca del puente, el lugar donde Mordecai había salvado a Rocky de tomar una decisión desesperada.
Rocky, con la mirada perdida en el agua, finalmente rompió el silencio. —No sé cómo llegué aquí, Mordecai. Todo se siente tan... vacío.
Mordecai, siempre observador, notó la lucha interna en los ojos de Rocky. —La vida en este mundo no es fácil. Pero vaciar tu vida en el Mississippi no es la solución.
Rocky suspiró profundamente, su voz temblando con una mezcla de tristeza y frustración.
—Cada día siento que estoy luchando contra fantasmas. Todo lo que hago, cada decisión que tomo, parece llevarme más lejos de donde quiero estar. Mis amigos... las personas que alguna vez importaron, ahora solo son sombras en mi vida. Siento que estoy constantemente al borde del colapso.— El violinista hizo un puchero.Mordecai escuchó en silencio, permitiendo que Rocky continuara. La empatía no era su fuerte, pero podía entender el peso de la desesperación.
—Me despierto cada mañana esperando que algo cambie, que haya una razón para seguir adelante, pero cada día es lo mismo. El ruido en mi cabeza nunca se detiene. El dolor... es como una sombra que nunca se va.— confesó Rocky, sus palabras cargadas de una vulnerabilidad que rara vez mostraba.
Rocky levantó una mano temblorosa hacia su frente, donde una cicatriz cosida recordaba el accidente que había sufrido. —Desde que Abelard Arbogast me atropelló con su vehículo, esta cicatriz en mi cabeza me recuerda el dolor constante. Mis ojos están inyectados en sangre desde entonces, y a veces siento que estoy perdiendo la cordura.
Mordecai, después de una pausa, respondió con una calma calculada. —La vida nunca es simple, y el dolor es una constante que todos enfrentamos de alguna forma. Pero el hecho de que estés aquí, hablando de esto, significa que tienes algo por lo que luchar, incluso si aún no lo has descubierto.
Rocky levantó la mirada, encontrando los ojos de Mordecai. —¿Y tú? Siempre pareces tan controlado, tan seguro de todo. ¿Cómo lo haces?
Mordecai esbozó una sonrisa casi imperceptible. —El control es una ilusión, Rickaby. Todos lidiamos con nuestros demonios. La diferencia está en cómo elegimos enfrentarlos. Yo encontré una forma de canalizar mi caos en algo que puedo controlar. No es perfecto, pero me mantiene en marcha.
Rocky asintió lentamente, absorbiendo las palabras de Mordecai. —Tal vez... tal vez pueda encontrar una forma de hacer lo mismo. Gracias, Mordecai. No sé qué habría hecho sin ti.
Mordecai se levantó y extendió su mano, esta vez con menos incomodidad. —No tienes que hacerlo solo. Nadie debería enfrentar la oscuridad sin ayuda.
Rocky tomó la mano de Mordecai, sintiendo una chispa de esperanza encenderse en su interior. En ese momento, supo que, con la ayuda de Mordecai, podría encontrar su camino fuera de la oscuridad. La cicatriz en su frente y sus ojos inyectados en sangre seguirían siendo un recordatorio de su lucha, pero ya no tendría que enfrentarlo solo.
— Liebling, please don't cry anymore. I'll be there for you, even in your most difficult moments.
When you think all is lost, hold me and don't let me go.
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In the name of love - Hellerby.
FanfictionAquí encontrarás escenarios que me gustarían que sucedieran en Lackadaisy respecto al Hellerby. - Quizás no somos tan diferentes... En el nombre del amor, liberanos de nuestros demonios.