Soy conocido por ser un gran jugador de cartas, no hay baraja que no domine en unos pocos movimientos. Tal vez te preguntes cómo me volví tan bueno; pues te contaré mi historia con mi mayor pasión. Cuando aún la creación era joven y la humanidad solo era un extraño vagando por el cosmos, yo ya existía. Es bien sabido que la baraja tiene cincuenta y dos cartas reglamentarias y dos jokers. Cada número representa un legado: diez son los días que vagué por el mundo, nueve las noches en vela, ocho las palabras de una frase, siete los días de la semana, seis un acróstico, cinco una promesa vacía, cuatro las letras, tres un día, dos personas, y el as representa el momento. Dejaremos el resto de las cartas para después.
Mientras viajaba por los inexplorados páramos y las tristes llanuras sin vida, llegué a un reino. Ese lugar era muy peculiar: el día era noche, la noche era día, arriba era abajo, abajo era arriba, e incluso la verdad era mentira y viceversa. Era un lugar moralmente cuestionable, pero era mejor que vivir en la nada y solo. Mientras caminaba por el boulevard, entré a un café y conocí a un muchacho. Era muy loco, me agradaba; su nombre era J.K., un nombre inusual, pero no me sorprendió en un lugar tan ridículo. Decidimos hablar con una taza de café; fue la primera charla que no me pareció efímera e insignificante. Me contó que le gustaba hacer reír a la gente, algo que me pareció noble de su parte. Luego de aquella taza, seguí mi camino.
Acercándome a una vitrina, observé objetos poco usuales, entre ellos –si ya lo adivinaste, sí– una baraja de póker. Era algo que nunca había visto. Entré en el almacén para preguntar qué era. Cuando crucé la puerta, sin dejar de mirar la vitrina, llamé al dueño. Sin apartar mi mirada afanada de los naipes, le pregunté qué era eso, y su voz me sacó del trance. Era una voz cálida, con un acento que no era de ese lugar. Me dijo que era un juego inventado por ella; esa baraja solo constaba de cuarenta cartas. Le pregunté cómo se jugaba. Ella me lo explicó, pero no le entendía bien; sentía que estaba incompleto, y así era. Ella me dijo que aún no estaba perfeccionado, así que prometió avisarme cuando estuviera completo. Al salir de la tienda, avancé hasta un mercado. Tenía productos muy únicos, pero preferí comer una fruta y me dirigí al sitio donde me hospedaba.
Pasando unos días, mientras conversaba con J.K., que siempre salía con sus ocurrencias, apareció la señorita. Fue por un café. Cuando me reconoció, se acercó a nuestra mesa para preguntarnos cómo iba el día. J.K., con sus ocurrencias, le dijo que mal, pero que mejoraba ya que ella estaba allí. Ella solo se rió y me preguntó a mí. En el momento en que sentí sus hermosos ojos en mí, me quedé helado; no supe qué decirle más que "bien". Le pregunté si había tenido algún avance con el juego y su respuesta fue un no rotundo. Entonces decidí echarle una mano. Le propuse juntarnos un día y salir a caminar; capaz se inspiraba por el camino, y así yo me enteraría de primera mano cuando estuviera terminado. A lo cual ella aceptó.Pasó una semana. Nos encontramos en el parque principal del reino. Decidimos emprender un viaje por la ciudad para ver si hallaba alguna inspiración. El primer lugar al que fuimos fue a una heladería. Desde fuera, observé por primera vez lo que era un helado, nunca los había visto, y ella, sin pensarlo dos veces, me dijo que entráramos. Una vez dentro, el olor de los helados inundó mi nariz; era un aroma dulce. Le pregunté a ella –a estas alturas será mejor ponerle un nombre, será Rose– qué le parecía esa fragancia. Su cara de confusión fue notoria; me dijo que no olía nada. Extrañado, le insistí que a mí me había llegado un exquisito olor. Me dijo: "Sigue el olor". En el momento en que seguí el aroma, me acerqué a ella de golpe; el perfume de su cuerpo era inigualable. Ella, riendo, me dijo: "¿Ves? No eran los helados". Yo, con mucha vergüenza, asentí con la cabeza. Le pregunté si los helados podrían estar dentro de su juego; ella dijo que no.
Al salir, observé un desfile y, preguntando a uno de los participantes qué celebraban, me dijo: "Nuestro rey se va a casar". Entonces le dije a Rose: "¿Y si metes a un rey?" Ella, confundida, me sonrió y me dijo: "A este paso meteré todo lo que veas". Fue una expresión divertida, a decir verdad. Seguimos buscando nuestro objetivo y llegamos a una tienda de vestidos. En aquel lugar observé lujosas prendas; eran confecciones dignas de la realeza. También pasamos por un establo y observé a los animales; fue divertido verlos, pero no encontré algo significativo para ayudar a Rose, aunque ella parecía divertirse mucho.
Al acabar el día, le pregunté si había conseguido su objetivo. Me dijo que todavía no. Le dije que si quería ayuda me avisara. Luego de eso, seguí hacia la posada. Al día siguiente, pasé por una floristería. La dueña era una anciana de casi 70 años; era amable y me preguntó si deseaba algo. Le dije que no, que solo pasaba a observar. Vi las hermosas flores que ella cultivaba y la elogié por semejante don que tenía. Ella, sonriente, me dio las gracias. Le pregunté: "Anciana, ¿cuáles son las flores más bonitas que has cultivado?" Ella, riendo, me dijo: "¿Anciana? Mi nombre es Queen. Las mejores flores de este lugar son las lilas. ¿Acaso vas a comprar?" Sonreí y le respondí que era por curiosidad.
Al salir de aquel lugar, me dirigí al café donde se encontraba J.K. y le pregunté: "¿Cómo sé que estoy enamorado?" Él, riendo, me dijo que si no lo sabía ya, esa era respuesta suficiente. Al principio no entendí, así que, al ver mi cara de confusión, me explicó: "Si te haces esa pregunta, es porque lo estás". Tal vez se cuestionen por qué salió la pregunta. Pues antes de llegar al café, vi un parque, no muy grande, pero estaba repleto de parejas que me hicieron recordar mi salida con Rose, por eso tenía curiosidad. Dejando eso para después, salí unas cuantas veces con Rose. No sé si habrán sido siete u ocho, pero fueron más de cinco. Era extraño; ella se sentía cómoda conmigo. Salíamos a comer, me contaba todo, reíamos siempre de cualquier tontería, pero en ocasiones la veía muy distante. Una vez me dijo que pronto se tendría que apartar de mí porque debía cumplir con sus obligaciones. En mi mente me preguntaba qué tan importantes labores deben tener las vendedoras de juguetes.
Pasando los días, salimos a tomar un café, pero antes de llegar pasamos por la floristería a saludar a Queen. La visitaba con frecuencia para que me enseñara sobre flores. Al llegar al lugar, llamé a Queen como de costumbre, pero era raro porque ella no salía. Pensé que debía haber salido a hacer algunas compras, así que decidimos dejarlo para después. Al salir, vi llegar a Queen, que venía con un joven. Ella dijo que era su nieto, llamado Jax. Jax era mucho más joven que yo, alrededor de sus 16 años. Era fuerte, valiente, audaz y astuto. No vivía en esta ciudad; solo vino a visitar a su abuela. Queen me preguntó si necesitaba algo, y yo respondí que solo venía a molestarla con mis preguntas. Ella, sonriendo, me dijo: "¿No me vas a presentar a la hermosa señorita?" Le dije que era una amiga. Ella, toda indiscreta, me preguntó: "¿Esa amiga de la que siempre me cuentas? Rose era su nombre, ¿verdad?" Yo, como un tomate, le dije que parara de decir tonterías mientras la perseguía. Rose no pudo aguantar la risa; ese lugar era un caos.
Después de toda esa algarabía, nos sentamos a comer juntos los cuatro. Estaba fascinado por las incontables aventuras que Jax nos contaba en la mesa. Después de J.K., no había existido otra persona con la que hubiera tenido conversaciones tan amenas. Una vez llegada la noche, Rose me hizo la siguiente pregunta: "Si tuvieras que elegir a una persona favorita, ¿quién sería?" Yo, confundido por la pregunta, le dije: "Si tuviera que elegir a una, es clara mi respuesta. Pero, ¿para qué quieres saber?" Rose, sonriendo, me dijo que tenía curiosidad. Así que, respondiendo a su pregunta, dije su nombre. Ella, con unos ojos melancólicos, me dijo: "¿Quiénes son las personas más importantes para ti?" Yo le dije: "Tú, J.K., Queen y Jax". Es claro que no conocía a nadie más. Luego de aquellas raras preguntas, entró a su casa y yo fui a la posada.
Al tercer día después de esas preguntas, Rose me propuso salir esa tarde. Recorrimos los prados más hermosos, caminamos por el río hasta llegar a un lago. Sentados bajo un árbol, presenciando el amanecer, ella sacó una caja. Dentro de ella se encontraba la baraja, pero tenía algo distinto: tenía cuatro nuevos personajes: J, que significa Jax; Q, que significa Queen; Joker, por J.K.; y K, que es King, que en el idioma de la ciudad era "rey". Yo, asombrado por tal gesto, pregunté por el precio. Ella me dijo que era un obsequio para mí. Sin saber qué responderle o cómo pagarle por lo que hizo, le agradecí.
Rose, mirándome triste, me preguntó si recordaba que siempre solía decir que ella se iba a ir. Mi respuesta inmediata fue un sí. Con lágrimas, me contó la verdad: ella estaba comprometida. La tienda era el único lugar donde podía ser libre. Conocerme fue un escape a toda su tormentosa realidad. Me dijo que la razón por la cual no quería poner un rey en la baraja es porque su compromiso era con la realeza. Para mí era una mentira; no podía creer que la persona que tuve en frente todo este tiempo me haya ocultado tal secreto, y mucho menos ahora que me estaba enamorando de ella. Sostuve el regalo mientras las lágrimas salían de mis ojos, y ella me decía: "No llores". Me tomó diez días reconocer que estaba enamorado, las nueve noches en vela pensando que eras la indicada. Para mí era real. No podía creer que la tenía en frente diciéndome las ocho palabras que me marcaron: "Cuídate, y no olvides que yo te amaré". Siete eran los días que esperaba para verte una vez más. Seis era el acróstico con el que te describía: sería, elegante, inteligente y sincera. Cinco la promesa que te hice: "Yo te esperaré por siempre". Cuatro las letras de tu nombre, tres el día en que me dejaste, dos las personas que se dejaron atrás, y as el lago donde pasábamos nuestras tardes. Luego de ese día, nunca la volví a ver. Era la reina; no tenía tiempo para un forastero como yo, así que decidí emprender nuevamente mi viaje, atesorando la baraja que me dio.
Al abrir la caja, me di cuenta de que venía con las instrucciones del juego, mucho mejor explicadas, y todas las posibles modalidades de juego. Me dediqué a ser diestro en su juego y a enseñarlo por el mundo. Con el tiempo, el reino se hizo leyenda, y yo distribuí el juego por el mundo. Pero el precio que pagué por ser el mejor fue muy alto. Sigo esperando encontrarla nuevamente para que en esta vida o en la siguiente podamos estar juntos.Texto dedicado a la mujer amada del autor.

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Cuentos para niños
Cerita PendekConjunto de pequeñas narrativas de la vida del autor.