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Eran las 7:30 de la mañana, y el humor de Julián claramente no era el mejor.

Los habían despertado a las siete de la mañana para ir a una excursión. Por lo tanto, había dormido un total de una hora. Y para incrementar su mal humor, se perdió la quinta comida. 

Estaba sentado en uno de los sillones del living del hotel, esperando por el colectivo que los llevaría a la primer excursión de aquel viaje. Su cara de mal humor se camuflaba con el cuellito negro que estaba usando para protegerse del frío de aquella mañana. 

De brazos cruzados, intentaba no quedarse dormido en aquel mullido sillón mientras observaba a sus demás compañeros con cansancio. El hotel donde se hospedaban era bastante grande y tenía muchos espacios para relajarse, con una decoración que te daban ganas de sacar miles de fotos, y ya lo había hecho. Todavía recordaba la cantidad de fotos y videos que hicieron en los pasillos de las habitaciones la noche anterior, todos con algo representativo de Argentina. 
Se había divertido muchísimo y la había pasado de diez, y por supuesto había cerrado boliche. 

Lo único que le carcomía la cabeza, y una de las principales razones de su mal humor, era que todavía recordaba aquella mirada oscura y pesada sobre su cuerpo. No entendía qué le pasaba a Enzo. Era la segunda vez que hacía eso de quedarse mirándolo mientras bailaba, ¿Estaría drogado? Julián prefirió culpar al alcohol por aquella actitud tan extraña que estaba teniendo el morocho. Seguro me mira porque me tiene bronca, pensó, pero ¿Por  qué?

Julián todavía no entendía por qué Enzo lo odiaba tanto. Él creía que nunca le había hecho nada como para caerle tan mal a Fernández. Incluso recuerda que, cuando llego al colegio en 2° año, había intentado caerle bien al joven del otro curso. Cosa que claramente no funciono. El bonaerense se había encargado de hacerle la vida imposible, empezando con patadas sutiles a la hora de educación física, hasta burlarse de él cuando comenzó a juntarse demasiado con un chico de un curso más grande, tratándolo de maricón y de miles de cosas más. 

El cordobés aun recuerda lo mucho que le habían dolido los malos tratos por parte de Enzo. Aún más por los sentimientos confusos que se presentaban en su pecho cada vez que veía al morocho en los recreos. Julián no iba a mentirse, Fernández le pareció un chico hermoso desde el primer momento en que lo vio, su sonrisa lo encandilaba y su piel morena le encantaba. 

El cordobés guardo su secreto de todos, ni siquiera sus amigos sabían sobre aquella atracción que sintió los primeros años por la persona que lo trataba tan mal. Sin embargo, había enterrado esos sentimientos hace mucho tiempo; comenzó a responder a los malos tratos que recibía, ya no se quedaba callado como cuando era más chico, devolvía las patadas y los insultos en cada clase de educación física.   

Prefirió callar a su corazón y enterrar los sentimientos que había formado, escondiéndolos con capas de enojo y bronca. 

Pero, a veces, pasaban cosas como las de la noche anterior, donde podía ver al moreno de cerca, y dejarse perder por aquellos ojitos chinitos por el alcohol, por aquella boca que lo insulto en miles de ocasiones, pero que sin embargo anhela tanto. Cuando Enzo se pierde en los movimientos de su cuerpo, y lo mira con tanta intensidad, algo se remueve dentro del cordobés, como si aquellos sentimientos que daba por olvidados todavía estuviesen ahí, como algo latente y sin resolver. 

Bariloche - enzulianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora