veredicto final.

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El hospital tenía esa frialdad que no solo helaba la piel, sino el alma. Las paredes blancas eran como un lienzo vacío donde cada mala noticia quedaba pintada, dejando una huella indeleble. Me senté frente al doctor, notando el peso de su mirada evitando la mía. Sus ojos repasaban los papeles, como si buscara las palabras adecuadas en ellos, pero yo ya sabía que no había manera amable de decir lo que estaba a punto de escuchar.

"Meredith, los resultados han llegado," comenzó, su voz carente de toda calidez. "Lamento decirte que el cáncer está en una etapa avanzada. Tienes… seis meses, tal vez menos."

En ese momento, todo el mundo pareció detenerse. Sus palabras eran afiladas, como una navaja cortando el último hilo que sostenía mi vida tal como la conocía. Sentí cómo la realidad se hacía trizas a mi alrededor, dejando un eco vacío donde antes estaba mi seguridad. Seis meses. ¿Eso era todo lo que me quedaba? ¿Seis insignificantes meses para ordenar una vida de décadas? Era como intentar contener un océano en un vaso.

"Entiendo," logré susurrar, aunque la voz se me quebraba en cada palabra. Me sentía pequeña, insignificante frente a la inmensidad de lo que estaba por venir. "¿Qué opciones tengo?"

El doctor me miró finalmente, y sus ojos revelaban esa mezcla de compasión y distancia que uno espera de alguien que ve esto todos los días. Para él, yo era solo otro caso.

"Podemos intentar quimioterapia, pero debes estar preparada para lo difícil que será. En esta etapa, es más sobre calidad de vida que cantidad. Te recomiendo que hables con tu familia, Meredith. Este es el momento de rodearte de quienes te aman."

La ironía me golpeó como un puñetazo. Mi familia. Esos buitres que solo se acercaban cuando olían la posibilidad de herencia. Para ellos, ya estaba enterrada desde hacía años. La riqueza que había acumulado, ese monumento frío de mi éxito, se había convertido en una barrera entre nosotros. "Ellos no van a estar ahí," respondí con una risa amarga, más para mí misma que para él. "Mi familia hace tiempo que me dio por muerta."

El doctor asintió, como si entendiera, aunque su comprensión era superficial. “Es importante que no pases por esto sola, Meredith. Hay recursos, grupos de apoyo, incluso puedes considerar la ayuda de un consejero.”

“¿Consejeros? ¿Para qué? ¿Para que me digan que me aferre a la vida cuando sé que todo se me escapa como arena entre los dedos?” Las palabras salieron más duras de lo que pretendía, pero eran sinceras. Mi vida siempre había sido una batalla de control, de asegurarme de que cada pieza estuviera en su lugar, y ahora, todo se derrumbaba sin que pudiera hacer nada al respecto.

El silencio se instaló entre nosotros, pesado como una losa de mármol. Yo miraba por la ventana, buscando en el cielo alguna señal, un indicio de que aún quedaba algo por lo que luchar. Pero todo lo que vi fue una nube gris arrastrándose lentamente, como si incluso el cielo estuviera cansado.

Finalmente, el doctor rompió el silencio. "Tomate tu tiempo para procesarlo. Y si decides seguir adelante con el tratamiento, estaremos aquí para apoyarte."

“¿Y si no decido seguir adelante?” pregunté, mirando a los ojos a la muerte en forma de médico.

Él exhaló lentamente. “Eso también es una elección válida, Meredith. Pero tómate unos días. No tomes decisiones apresuradas.”

Salí de su despacho sintiendo que mis pasos resonaban en un túnel interminable. Cada eco era una cuenta atrás hacia el final. La vida, que alguna vez fue un río impetuoso, ahora era solo un goteo constante que se agotaba sin remedio. Afuera, la luz del sol parecía grotesca, ajena a la oscuridad que ahora me envolvía.

Caminar por la calle se convirtió en un juego cruel. Los rostros de los desconocidos eran espejos distorsionados, reflejando versiones de una vida que pronto dejaría de pertenecerme. ¿Qué importa todo lo que logré, las riquezas acumuladas, si al final del día moriría sola, en el olvido? Los lujos, las mansiones, los coches caros… todo era solo un escaparate vacío. La verdadera riqueza, el amor, el apoyo, la familia, me habían sido arrebatados mucho antes de que el cáncer hiciera su aparición.

La voz del doctor seguía resonando en mi cabeza, hablándome de la importancia de no estar sola. “No tienen idea de lo sola que he estado siempre”, murmuré, mientras mi sombra alargada en la acera parecía reírse de mí. Sola había llegado hasta aquí, y sola me enfrentaría al final. Mi vida, en retrospectiva, era un teatro de máscaras, y ahora todas se caían, dejando solo la verdad desnuda y aterradora.

Seis meses, tal vez menos.

La arquitectura de su propia ruina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora