El peso de la decisión.

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Decidir ir a los estudios previos a la quimioterapia fue como firmar un pacto con la muerte, pero también con la vida. En ese momento, no sabía qué me aterraba más: luchar o rendirme. La sala de espera del hospital tenía ese olor característico, una mezcla de desinfectante y desesperanza. Era un lugar donde los sueños venían a morir lentamente, donde cada tic del reloj en la pared parecía contar los latidos que me quedaban.

"Señora Malcolm, sus resultados no son tan malos como esperábamos. La quimioterapia podría alargarle la vida... unos meses más, quizás un año." La voz del doctor era monótona, carente de emoción, como si anunciara el pronóstico de un día lluvioso en lugar de dictar mi futuro. Yo solo asentí, sintiendo cómo las palabras se deslizaban por mí como gotas de lluvia sobre una ventana.

Esa tarde, comencé con las sesiones. La primera quimioterapia fue como un golpe directo al estómago. Vomité lo poco que había comido y lo mucho que había acumulado en mi interior: miedos, resentimientos, y la amarga certeza de que mi cuerpo ya no era mi aliado, sino mi enemigo. La sensación de ahogo era constante, como si una mano invisible apretara mi garganta cada vez más fuerte. Pero, en medio de ese caos, Noah siempre estaba allí, observándome con esos ojos llenos de compasión y lealtad.

"Eres más humano que cualquiera de mis hijos, ¿lo sabías?" murmuré una noche mientras acariciaba su pelaje. Él me miró, ladeando la cabeza como si entendiera cada palabra. No necesitaba respuestas; su presencia era suficiente para mantenerme conectada con algo más allá del dolor.

En medio de todo, no dejé de trabajar. Era irónico, realmente. Mientras mi cuerpo se desmoronaba, mi mente seguía aferrada al diseño, como si pudiera dibujar una salida, una ruta de escape. Estaba trabajando en un plano para un edificio inteligente, una obra maestra que combinaría tecnología de punta y sostenibilidad. Cada línea que trazaba en el papel era una declaración de resistencia. Me aferraba a esos planos como quien se agarra a un salvavidas en medio de una tormenta.

Una tarde, mientras revisaba los detalles de las ventanas automatizadas, sentí una oleada de náuseas que me hizo tambalear. Me levanté rápidamente y corrí al baño. Vomité hasta que no quedó nada, ni siquiera las fuerzas para seguir de pie. Me desplomé en el suelo frío, sintiendo cómo la vida se me escapaba en cada jadeo. Y, como siempre, Noah estaba allí. Entró al baño, su pequeño cuerpo presionándose contra el mío, como si con su calor pudiera devolverme la energía.

"Lo siento, Noah. No sé si tengo la fuerza para seguir así..." susurré, mi voz apenas un eco débil en la inmensidad del baño. Pero él no se movió, no me dejó sola. No me juzgó, ni me reprochó como lo harían mis hijos. En su silencio, me ofrecía más consuelo que cualquier palabra.

Al final del día, mientras revisaba los planos por enésima vez, me di cuenta de lo absurdo que era todo. Aquí estaba, diseñando un futuro que probablemente no vería, construyendo sueños para otras personas mientras los míos se desmoronaban. Y sin embargo, seguí. Porque, de alguna manera, esos trazos, esas líneas y curvas, me mantenían viva. Era como si, al diseñar algo sólido y perdurable, pudiera redibujar mi destino.

Noah se acurrucó a mi lado, como un guardián fiel que no entiende de rendiciones. Le acaricié la cabeza mientras mis pensamientos divagaban. "Tal vez todo esto sea una lucha inútil, Noah. Tal vez lo único que estoy haciendo es postergar lo inevitable. Pero... ¿qué más me queda? Seguir adelante es lo único que sé hacer."

La noche cayó, y con ella llegó la oscuridad familiar de mis pensamientos. Pero había algo diferente esta vez. A pesar de la fatiga y el dolor, sentía una especie de calma. Quizás era la aceptación, quizás solo el cansancio. O tal vez, en algún rincón de mi alma, había encontrado una pequeña chispa de paz, sabiendo que, aunque mi cuerpo estaba fallando, mi mente seguía creando, trazando, soñando.

No sé cuánto más podré mantenerme en pie, pero mientras tenga un lápiz en la mano y Noah a mi lado, seguiré intentando redibujar mi final. Porque, al final del día, no se trata solo de sobrevivir, sino de encontrar algo por lo cual luchar, incluso cuando sabes que la batalla está perdida.

La arquitectura de su propia ruina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora