Capítulo 4: Ecos de un Pasado Sombrío

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Las primeras luces del amanecer apenas comenzaban a asomar cuando Javier llegó a la casa de Enrique Ortega. Una fina niebla cubría las calles de Madrid, dándole a la ciudad un aire de misterio y melancolía. La casa de Enrique era pequeña, modesta, y estaba situada en una esquina tranquila de un barrio envejecido, donde el tiempo parecía haberse detenido décadas atrás. La fachada de piedra, cubierta de musgo en algunos rincones, emanaba una sensación de abandono, como si la muerte de su propietario hubiera dejado una huella indeleble en su estructura.

Tomás Ribera y su equipo ya estaban allí, esperando para iniciar la búsqueda. El forense se acercó a Javier, mostrándole un leve asentimiento antes de hablar.

—Inspector, hemos revisado la casa de arriba abajo, pero aún no hemos encontrado nada que se parezca a un paquete —dijo Tomás, con la preocupación evidente en su voz—. Sin embargo, hay algo extraño en el sótano. Es un lugar que parece haber sido poco usado, pero encontramos indicios de que alguien estuvo allí recientemente.

Javier frunció el ceño, sintiendo que algo no cuadraba. Si Enrique había recibido un paquete tan perturbador, tendría sentido que lo escondiera en un lugar donde no quisiera que nadie lo encontrara. Pero, ¿por qué en el sótano, un lugar que incluso él mismo evitaba?

—Vamos a echar un vistazo —respondió Javier, indicando a Tomás que lo guiara.

El sótano era oscuro y frío, con un olor a humedad que impregnaba el aire. Las paredes estaban cubiertas de estanterías llenas de cajas y objetos antiguos, muchos de los cuales parecían no haber sido tocados en años. Tomás iluminó el espacio con su linterna, mientras Javier exploraba cada rincón, buscando algo fuera de lugar.

Finalmente, en el fondo del sótano, encontraron lo que estaban buscando. Oculto detrás de una pila de cajas, había un pequeño cofre de madera, cerrado con un candado. El cofre, aunque polvoriento por fuera, mostraba señales de haber sido manipulado recientemente. Javier sintió una punzada de anticipación mientras se inclinaba para examinarlo más de cerca.

—Este es el paquete, o al menos parte de él —murmuró Javier, más para sí mismo que para Tomás—. Enrique lo escondió aquí, lejos de los ojos curiosos, pero ¿por qué? ¿Qué hay dentro que lo asustó tanto?

Tomás se acercó con una pequeña herramienta para forzar el candado. Con un chasquido metálico, el candado se abrió, y Javier levantó la tapa del cofre con cuidado, temiendo lo que pudiera encontrar en su interior.

Lo que vio lo dejó helado.

Dentro del cofre, envuelto en un trozo de tela descolorida, había un objeto que parecía ser una especie de medallón antiguo. Pero no era un medallón común. Estaba tallado con símbolos arcanos que Javier no reconocía, y en su centro había una piedra roja que brillaba con un resplandor inquietante, como si estuviera viva. Alrededor del medallón, había varias hojas de papel amarillentas, cubiertas con una escritura que Javier no podía leer.

—¿Qué demonios es esto? —exclamó Tomás, asombrado al ver el contenido del cofre.

Javier no respondió de inmediato. En lugar de eso, tomó una de las hojas y trató de descifrar lo que estaba escrito. Las letras parecían latinas, pero el idioma no era familiar. No obstante, había algo en esos símbolos, en la manera en que las palabras estaban dispuestas, que le hizo sentir un escalofrío recorriendo su espalda.

—Esto no es solo un objeto antiguo —dijo finalmente Javier, con la voz cargada de gravedad—. Es un símbolo, algo que tenía un gran significado para quien lo envió. Enrique no quería que nadie lo viera porque sabía que estaba maldito, o al menos eso creía.

Tomás lo miró con escepticismo.

—¿Maldito? —repitió, tratando de racionalizar lo que veía—. Javier, no podemos dejar que nuestras creencias personales nublen el juicio. Necesitamos analizar esto de manera científica, entender su origen y su propósito.

—Lo sé —admitió Javier—, pero no puedo ignorar la sensación de que este objeto está conectado con el asesino de alguna manera. Hay algo oscuro aquí, algo que va más allá de la lógica.

De vuelta en la comisaría, Javier y su equipo comenzaron a investigar el medallón y los documentos que lo acompañaban. La investigación resultó ser más complicada de lo que habían anticipado. Los símbolos eran difíciles de identificar, y ningún experto en antigüedades o lingüistas contactados pudo ofrecer una interpretación clara. Sin embargo, todos coincidieron en que el medallón era una pieza rara y posiblemente peligrosa, ligada a cultos o prácticas esotéricas del pasado.

Sara, que había estado investigando otros casos de asesinatos no resueltos, entró en la oficina de Javier con una expresión preocupada.

—Javier, he encontrado algo —dijo, dejando caer una pila de archivos sobre su escritorio—. Hay un patrón en estos asesinatos antiguos. Todos ellos están conectados por un elemento común: cada víctima recibió un objeto similar al medallón antes de morir. Pero lo más inquietante es que estos objetos parecen haber desaparecido de las escenas del crimen después de las investigaciones iniciales.

Javier levantó la vista de los documentos, sorprendido.

—¿Desaparecidos? ¿Cómo es posible?

—Nadie lo sabe —respondió Sara, su voz tensa—. En cada caso, los investigadores mencionaron el objeto en sus informes, pero cuando se revisaron las pruebas más tarde, esos objetos ya no estaban. Es como si alguien hubiera ido después y se los hubiera llevado.

El corazón de Javier comenzó a latir con fuerza. Esto no era una simple coincidencia. El asesino no solo estaba matando; estaba siguiendo un ritual, uno que involucraba estos objetos malditos.

—Necesitamos encontrar a quien esté detrás de esto antes de que ataque de nuevo —dijo Javier, con una firme determinación—. Este medallón es la clave, y no podemos permitir que desaparezca como los otros.

Mientras Javier y su equipo trabajaban incansablemente para descifrar el misterio, la noche cayó una vez más sobre Madrid. La ciudad, envuelta en la oscuridad, parecía respirar con una vida propia, una vida llena de secretos y sombras. En algún lugar, oculto entre las sombras, el asesino observaba, esperando el momento adecuado para hacer su próximo movimiento.

Pero esa noche no sería como las anteriores. Javier estaba decidido a adelantarse al asesino, a descubrir su identidad antes de que pudiera reclamar otra vida. La carrera contra el tiempo había comenzado, y con cada minuto que pasaba, el peligro se hacía más real.

Sin embargo, mientras Javier se sumergía más en la investigación, no podía sacudirse la sensación de que estaban lidiando con algo más que un simple asesino. Algo antiguo y oscuro, algo que había estado latente durante años, había despertado. Y ahora, Madrid estaba atrapada en su red, con solo un grupo de investigadores entre la ciudad y el abismo.

La tensión en el equipo era palpable, pero también lo era su determinación. Sabían que no podían permitirse fallar. El asesino había convertido la muerte en arte, y su próximo lienzo estaba listo para ser pintado. Pero Javier no iba a permitir que eso sucediera.

El medallón, con su resplandor inquietante, permanecía sobre el escritorio de Javier, como un testigo silencioso de los horrores por venir. Mientras lo observaba, Javier no podía evitar preguntarse: ¿Qué significaba realmente? ¿Y hasta dónde estaba dispuesto a llegar el asesino para completar su obra?

La respuesta, sabía, no tardaría en llegar.

Obras de MuerteWhere stories live. Discover now