Capítulo 6: La Oscuridad Detrás del Lienzo

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El viento soplaba con fuerza, arrastrando consigo las hojas secas que cubrían las calles de Madrid. El inspector Luis Medina se dirigía con paso firme hacia el estudio de la primera víctima. El cuaderno de bocetos que había encontrado en la escena del crimen lo tenía intrigado. Sabía que había algo más, algo que no había visto antes, algo que podría acercarlo al monstruo que estaban persiguiendo.

La ciudad parecía más oscura aquel día, como si un velo de sombra se hubiera posado sobre ella. Los transeúntes caminaban rápidamente, con los rostros sombríos y los hombros encorvados, como si presintieran que algo terrible estaba por ocurrir. Medina apenas se daba cuenta de su entorno; su mente estaba fija en la tarea que tenía por delante.

Cuando finalmente llegó al edificio donde vivía la primera víctima, un hombre llamado Álvaro Romero, un escalofrío recorrió su espalda. La fachada estaba deteriorada, con grietas en la pintura y ventanas rotas que parecían ojos vacíos. Subió las escaleras, cada paso resonando en el silencio del lugar. El estudio de Romero estaba en el último piso, una habitación pequeña y desordenada que había sido sellada tras el crimen.

Medina usó una llave que había conseguido en la comisaría y entró al estudio. El olor a polvo y moho lo recibió, junto con la penumbra de una habitación en la que la luz apenas entraba. La atmósfera era opresiva, cargada con la presencia invisible del horror que allí se había desatado. Observó el lugar, buscando algo, cualquier cosa que pudiera haber pasado desapercibido en la primera inspección.

En una esquina, los restos de un caballete roto y varios lienzos destrozados llamaron su atención. Se acercó, observando más de cerca los trozos de pintura que se aferraban al lienzo rasgado. Tomó uno de los fragmentos y lo sostuvo a la luz que entraba por la ventana. El color era oscuro, casi negro, con pequeñas manchas de rojo que parecían haber sido hechas con algo más que pintura. Un pensamiento perturbador cruzó su mente: ¿y si ese "rojo" no era pintura?

Decidido a obtener respuestas, Medina comenzó a revisar cada rincón del estudio. Los estantes estaban llenos de libros, la mayoría sobre arte y anatomía humana, un detalle que no había pasado por alto en su primera visita. Pero ahora, con el conocimiento del cuaderno de bocetos, esos libros parecían más siniestros, como si fueran la inspiración de una mente enferma.

Tras una hora de búsqueda meticulosa, algo llamó su atención: un pequeño cajón en un escritorio antiguo, bloqueado por una cerradura oxidada. Sin pensarlo dos veces, usó su navaja para forzarlo, y tras varios intentos, el cajón se abrió con un chirrido. Dentro, había varios papeles, entre ellos, una carta sin remitente.

La carta estaba escrita en una caligrafía temblorosa y apresurada, como si quien la escribió hubiera estado bajo una gran presión. Medina comenzó a leerla:

"Álvaro, sé lo que estás haciendo. No puedo permitir que continúes con esta locura. Si recibes esta carta, significa que no hay vuelta atrás. Alguien debe detenerte, y si nadie lo hace, lo haré yo. Esto no es arte, es una abominación. Por favor, detente antes de que sea demasiado tarde."

El inspector frunció el ceño. No estaba claro quién había escrito la carta ni a qué se refería exactamente, pero el tono sugería que alguien cercano a Álvaro había notado su comportamiento extraño antes de su muerte. ¿Podría ser que Álvaro no fuera simplemente una víctima, sino que estuviera involucrado de alguna manera en los crímenes? ¿Era posible que, de alguna manera, hubiera colaborado con el asesino antes de convertirse en una de sus "obras"?

Medina guardó la carta en su abrigo, sintiendo cómo una nueva capa de misterio se añadía al caso. El estudio, en lugar de ofrecer respuestas, solo le había proporcionado más preguntas. Sin embargo, algo le decía que estaba en el camino correcto, que la conexión entre las víctimas y el asesino era más profunda de lo que había imaginado.

Antes de irse, echó un último vistazo al estudio. Sus ojos se posaron en un lienzo grande, cubierto por una sábana polvorienta en la esquina más oscura de la habitación. Se acercó lentamente, levantando la sábana con cuidado. Lo que vio le hizo retroceder instintivamente, con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho.

El lienzo mostraba un retrato detallado y grotesco, una figura humanoide formada por lo que parecían ser partes de varios cuerpos diferentes. La imagen era tan vívida y realista que Medina tuvo que luchar contra la urgencia de mirar hacia otro lado. Era como si el asesino hubiera pintado su siguiente obra antes de llevarla a cabo, un macabro presagio de lo que estaba por venir.

Medina sabía que había descubierto algo crucial. Este asesino no era un simple maníaco; era alguien con una mente meticulosa, calculadora, que planeaba sus crímenes con una precisión artística. Y lo más perturbador era que Álvaro, la primera víctima, había sido parte de ese proceso de alguna manera.

Con un último vistazo al lienzo, Medina salió del estudio. La carta, el cuaderno de bocetos y el cuadro formaban un rompecabezas que aún no podía completar, pero que estaba determinado a resolver. Sabía que el tiempo jugaba en su contra y que el asesino ya estaba preparando su próxima "obra".

Mientras descendía las escaleras, sintió que las sombras lo rodeaban, como si el mismo estudio estuviera vivo y lo siguiera, cargado de secretos oscuros que esperaban ser desvelados. Pero Medina no se dejaría intimidar. Este era solo el principio, y estaba decidido a seguir las pistas, sin importar a dónde lo llevaran.

Obras de MuerteWhere stories live. Discover now