1. El abandono

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Azul cielo.

Un profundo azul cielo es todo lo que hay sobre él.

Sus ojos verdes parpadean con asombro titilante, uno muy tranquilizante y lleno de armonía, perdiéndose y dejándose cautivar por lo que, de repente, aparece. Son cosas blancas y esponjosas manchando la infinidad de celeste, todas de formas diferentes: algunas tenues, otras más densas; corriendo en la misma dirección, acompañando al viento que choca contra su cuerpo.

Esas nubes, por su propia naturaleza, le causan mucha curiosidad y comienza a divertirse moviendo sus extremidades mientras las señala efusivamente, como si pudiera tocarlas, ignorando que hay kilómetros y kilómetros separándolos.

Más, sin preverlo, se detiene al visualizar sus pequeñas garras. Dos blancas patitas se sitúan frente a su gatuno rostro y las observa como si jamás les hubiera puesto una pizca de atención. Estira sus dedos, abriéndolos y cerrándolos, fascinándose por el movimiento y lo gracioso que es el tenerlas tan peluditas.

Sonríe de la rara forma en que su pequeña boquita se lo permite y se apresura a jugar con ellas.

Sin embargo, otra vez hay algo nuevo: varios crujidos que resuenan bajo sí mismo cuando sus patitas provocan un meneo.

Gira su cabeza de lado y se sorprende por la cantidad de color marrón que logra observar, incentivándolo a voltear todo su cuerpo, quedando boca abajo y dándole utilidad a las cuatro patas que pronto se yerguen sobre sí mismas y se escandalizan cuando las hojas secas, que cubren el césped, gruñen al ser aplastadas.

Con el rostro absorto y los ojos llenos de brillo, empieza a caminar por el jardín, maravillándose ante las hojas que se quiebran con facilidad. No obstante, otro ruido, uno muy diferente, es descubierto por sus astutas orejas y, con el entusiasmo al tope y la curiosidad emanando de sus bigotes, se deja guiar por él.

Un mundo nuevo lo recibe de la manera en que las olas del mar suelen llegar a la costa, pues el área calmada de los jardines parece pertenecer a una galaxia muy distinta y lejana, contrario a la que mira estar llena de explosiones de emoción, gritos y risas por parte de seres... ¿mininos también?

A ciencia cierta, no se conoce físicamente, no sabe cómo es porque jamás ha visto su reflejo, pero algo dentro de sí le sugiere que esos gatos grandes no son iguales a él: no tienen cuatro patas, ni pelo suavecito cubriendo todo su cuerpo. No hay qué ser muy listo para percatarse de eso.

De todos modos, lo importante es la felicidad que aquellos seres emanan al divertirse, alentándolo a emprender su camino rumbo al área de juegos infantiles donde la escena se desarrolla.

Más vuelve a quedarse estático como un farol cuando las almohadillas de sus patas degustan la suavidad de lo que están tocando: arena, suave arena color crema. Sonríe por el asombro y comienza a efectuar un movimiento rítmico y satisfactorio con sus patitas.

Amasa. Lo hace con un ímpetu tan impresionante que se gana la atención de muchos de los gatos sin pelo que antes jugaban y que ahora se dedican a admirarlo con ternura, descubriendo su carismática personalidad.

Un sentimiento alegre le llena el corazón, o al menos esa es la descripción que encuentra para cuando sus ojos verdes dan con todos esos seres que se acercaron para acariciarlo. Cierra los mismos y empieza a ronronear como si fuera su principal habilidad.

Entonces, los suspiros de los demás también llegan.

No tarda mucho para unirse al grupo y comenzar a jugar del mismo modo, corriendo sobre la arena y escondiéndose debajo de los juegos de metal, entretanto "las escondidas" se desenvuelven. Un par de esos mininos raros lo pasean en un columpio por un buen rato, para luego dejar que otro de aquella especie lo tome en brazos y se deslice por la resbaladilla más de tres veces, haciéndolo maullar del vértigo y felicidad.

Mikupido || kooktaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora