CAPÍTULO VIII

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Las constantes voces a mi alrededor se convierten en ruido de fondo. Mi mente está en un lugar mucho más distante que la mesa del desayuno.

Las ideas deambulan a su paso por mi cabeza con tanta frecuencia que lo único que puedo hacer aparte de atar cabos y crear teorías es conducir la porción de pan hacia mi boca y masticar con lentitud el delicioso alimento mientras estoy ajena a lo que sucede.

Karl Nótt, brujo e hijo de alientos.

Es la frase que mi cerebro se esfuerza por rememorar una y otra vez, y que no permite que me centre en nada más.

Después de que Karl pronunciara esas palabras mi mente—como siempre— se quedó en blanco pero fue un efecto breve pero consiguió que la situación cambiara radicalmente y a la vez no. Por una parte seguía siendo el mismo hombre ante mis ojos, metro noventa y poco, una leve barba perfectamente tallada, un manto de pelo que le cubre la nuca y le cae con gracia sobre la frente tan negro como el azabache, y lo más llamativo, sus ojos tan verdes que consguien que todo se disipe al mirarlos. Y por otro lado ya nada era lo mismo, tenía delante a un brujo, a un ser mágico y aunque él ya lo hubiera admitido, escuchar su raza y su tipo de descendencia hizo que fuera consciente finalmente contra lo que me enfrento.

Pero aparte de que mi mente se quedara en blanco no ocurrió nada más. Mis piernas no fallaron y me caí o perdí el conocimiento como hubiera sido lo esperado, de hecho, no ocurrió nada normal y, lo que más me sorprende es que ni siquiera sentí miedo o la necesidad de huir. Lo único que hice fue detallar sus pupilas oscurecidas a unos escasos metros de distancia e intente escarbar en su interior, como si tratara leer a través de él, pero como es obvio, no puede ver nada más allá que un gesto atento a mis reacciones.

Por suerte, ese incómodo momento solo duró unos pocos segundos porque finalmente reaccioné con un simple asentimiento y me gustaría decir que para ocultar todas las emociones de asombro o miedo pero no fue por eso, sino que fue que algo en mi interior estar frente a un ser mágico era algo que me atraía más de lo que deseo admitir.

Cuando dimos la conversación por cerrada después de que me explicara un par de cosas como: Soy un mercenario, por eso no tengo un bando fijo ante la guerra... o iba camino a un trabajo cuando pase por la plaza y tu carga me llamó, dimos la conversación por concluida, conversación en la que yo no hacía más que asentir, me di media vuelta y camine muy despacio de vuelta a la casa, y cuando volví a tocar la cama no pude pegar ojo en toda la noche.

Justo ahora sigo igual.

—...hemos podido capturar a unos cuantos esta madrugada. —Por primera vez en lo que llevo de día, mi interés por fin es ganado y de la peor manera: preocupación. Centro toda mi atención en Korles que es quien ha pronunciado esas palabras con un tono de lo más casual para después darle un largo trago a su café que aún se le escapa el vapor. No entiendo como no se ha achicharrado la lengua.

Soy la única que las palabras de Korles le causan inquietud porque nadie más presente en la mesa reacciona de forma que no sea naturalidad, no mostrando mucho interés o como es el caso de Anna, pasar deliberadamente de él y centrarse más en su próximo bocado al pan, que lo devora como si su vida dependiera de eso.

Vuelvo a centrarme en Korles, que al parecer no tiene intención de seguir con el tema y mi alarma comienza a sonar con más fuerza en mi cabeza. Y antes de darme cuenta le dirijo la palabra a Korles.

—¿Seres mágicos? —Pregunto y el marido de mi tía no es el único que se sorprende, porque todos en la mesa han dejado lo que estaban haciendo para juzgarme con el ceño fruncido, excepto Anna, claro está. Ignoro el gesto de interrogación que ahora ocupa el rostro de mi madre y vuelvo a centrar mi atención en Korles.

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