CAPÍTULO IX

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En estos diecinueve años que llevo de vida siempre he pensado que me conozco. Prefiero los sabores salados, el olor que se genera antes de que llueva, que bailar me ayuda a olvidarlo todo. Que soy una persona alegre pero no muy soñadora, sé lo cruel y dura que puede ser la vida, que a veces soy más atenta con los demás que conmigo misma. Me gusta lo ordenado y soy bastante reacia al cambio, y ahora, el orden y estilo de vida que he construido a lo largo de los años se ve afectado por las palabras de una sola persona.

También sé que me gusta socializar con personas que no conozco de nada y pocas veces la vergüenza se hace presente en mí. Que me gusta admirar los paisajes durante horas solo haciendo eso, observando y detallando mientras mi mente se encuentra en otra parte, y que soy más de amaneceres que de atardeceres.

Y por esa afirmación podría justificar que esté despierta incluso antes de que salga el sol pero, no es por eso.

Aunque caí rendida apenas toque la cama, mi cuerpo quedó en desvelo a las 5:30 de la madrugada. Digamos que intenté volver a dormirme varias veces pero, la inquietud que habitaba en mí me lo complicó hasta el punto de que me rendí y me puse de pie.

Como no sabía qué hacer y quedarme sin hacer nada no era opción porque sino el agobiante recuerdo de que en unas horas volvería a ver a Karl me ponía de los nervios. Así que decidí que la mejor opción sería un baño.

Un largo baño.

Me quedé sumergida en el agua hasta que mis músculos se relajaron y mis pensamientos se disiparon. Mi cuerpo entero quedó sereno y el olor cítrico del jabón llenó mis pulmones.

La mayoría de las veces —por no decir nunca—no me baño en las mañanas, por el simple hecho de eventualmente voy a sudar como una desgraciada y habría servido para bastante poco. Pero ahora mismo me gustaría quedarme en este baño por lo que me queda de día, mes o directamente existir aquí pero las ganas se desvanecen cuando el agua se empieza a enfriar.

Me seco y visto con calma. Cuando salgo han pasado más de veinte minutos pero como es obvio, aún queda bastante para que siquiera el primer gallo se despierte.

Sin muchas ideas y sin muchas más alternativas tomo una decisión muy madura, ir a la cocina y robar algo de comer.

Con cada paso que doy las botas que uso para el entrenamiento se sienten como si fueran más pesadas y que si camino muy rápido podría hacer retumbar toda la casa.

—¿Sarah? —Y casi me da un infarto cuando al colocar el primer pie dentro de la cocina, la voz de tía Agatha se alza en la oscuridad.

Agradezco que de mis labios solo se escapara un grito ahogado.

Que manía tiene la gente de asustarme en esta casa.

—Tía. ¿Qué haces despierta?

—Lo mismo debería preguntarte, jovencita. —Me habla tan tranquila con su típico tono de mujer de la alta sociedad. Aunque ya lleve viviendo con mi tía una semana, aún no me acostumbro a su forma de hablar. En su timbre siempre encuentro esa seguridad que se llega a confundir con altanería pero es solo una impresión ya que sus nítidos modales y su amabilidad le borran toda esa imagen de mujer vanidosa. Mi tía detalla mi vestimenta y se le arruga la frente. —¿Porque ya estás vestida? Queda mucho aún para que sea la hora de entrenar.

Yo misma le di un repaso, y sí, tenía razón pero es que necesitaba hacer tiempo en algo y vestirme para el entrenamiento fue algo que hice sin meditarlo mucho. Tampoco le doy tanta importancia.

—Me desperté y no sabía que hacer. —Respondo sin mucho detalle y con algo de incomodidad. Hasta ahora no he tenido mucho contacto con mi tía, ni hemos intercambiado más allá de unas cortas frases.

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