Tras seis horas de viaje, el pueblo de Crownwall emergió entre dos valles. El pueblo estaba envuelto en una bruma espesa que lo transformaba en un paisaje casi irreal. Los contornos de las casas, construidas con piedra envejecida, se difuminaban en la niebla, dándoles un aspecto fantasmal. Los techos de pizarra oscura estaban perlados de humedad, y las ventanas, con sus marcos de madera gastada, parecían ojos antiguos que observaban en silencio.
Las calles estrechas y sinuosas, empedradas con adoquines irregulares, se perdían en la neblina, como si condujeran a ningún lugar. Los faroles, apagados a esa hora del día, se alzaban como guardianes solitarios, sus figuras apenas visibles entre la neblina.
El mar, como telón de fondo, aunque cercano, solo se insinuaba con su presencia, el rumor de las olas llegaba amortiguado, como un eco lejano. Los árboles que bordeaban el pueblo parecían sombras retorcidas, sus ramas desnudas extendiéndose hacia el cielo gris.
El ambiente era tan denso y silencioso que cada paso resonaba de manera inquietante. Matt podía sentir el frío húmedo que penetraba hasta los huesos, y la quietud del lugar le daba la sensación de estar atrapado en un sueño o en un recuerdo perdido en el tiempo.
Matt nunca había visto un lugar así, tan silencioso, tan cargado de memorias. Aparcó su coche en una de las calles desiertas. Las aceras seguían siendo de piedra y adoquín antiguo. Aunque eran las cuatro de la tarde, una neblina cubría el lugar, haciendo que pareciera mucho más tarde.
No había un alma. Matt miró su móvil, pero no tenía ni una sola raya de cobertura.
-Fantástico... Hemos viajado en el tiempo doscientos años -murmuró para sí mismo.
Se subió el cuello de la gabardina y sacó su bolsa del coche. El frío en aquel lugar era palpable. Miró a ambos lados y, a lo lejos, divisó a un hombre que barría con suavidad el portal de su casa. Sin pensarlo dos veces, se acercó.
El hombre se sorprendió al verlo, parecía que no había visto un humano en años.
-Disculpe -dijo Matt-Donde puedo encontrar un hotel. -Preguntó de forma amable disimulando un escalofrío.
El anciano, que llevaba puesta una boina de cuadros, relajó los hombros ante la pregunta.
-Puede cruzar esa calle y llegará a la plaza del reloj. Allí encontrará el hostal de Dolores.
-Muy amable, señor. -Matt levantó una mano a modo de despedida y se dispuso a marcharse.
-Que Dios te acompañe, muchacho -respondió el hombre, levantando su gorra en señal de cortesía. Sin más quehacer, continuó barriendo.
El hostal, más que un simple alojamiento, era una casa antigua, con siglos de historia impregnados en sus muros de piedra. Situada en la plaza del reloj, su fachada de granito oscuro y cubierto de musgo hablaba de épocas pasadas, cuando los viajeros se resguardaban del frío viento del mar.. Los tejados inclinados estaban cubiertos de pizarra envejecida, y las pequeñas ventanas, con sus marcos de madera tallada, parecían observar desde el pasado.
La plaza del reloj, una pequeña explanada rodeada de arcos de piedra, tenía un aire de vida tranquila y atemporal. Gente se reunía en las terrazas bajo los soportales, charlando con calma, mientras las mujeres conversaban en los rincones y los niños jugaban a la pelota sobre los adoquines irregulares. El sonido de las risas y el murmullo de las conversaciones contrastaban con la silenciosa serenidad del hostal, que, como una reliquia del pasado, se mantenía firme y acogedor, ofreciendo un refugio a quienes buscaban paz en un lugar donde todo parecía llevar otro ritmo temporal.
Matt tocó la campanilla del mostrador, y al instante una mujer alta y huesuda, vestida con un vestido granate de terciopelo, le mostró una gran sonrisa.
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El pueblo de la bruma
Mystery / ThrillerMatthew Smith es acosado por pesadillas recurrentes que lo arrastran siempre al mismo lugar. Desde la trágica muerte de su esposa, un faro misterioso se repite en sus sueños, atormentándolo noche tras noche. Perdido en su dolor y olvidando quién sol...