El Mar

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Cuando Matt entró en el hostal con el corazón acelerado y la mano en el pecho, la mujer del mostrador acababa de organizar su espacio de trabajo.

—Ah, señor Smith, llega justo a tiempo para la cena —dijo ella. Pero al levantar la vista y verlo pálido como una hoja, con la mirada desencajada, su tono cambió—. Señor Smith, ¿se encuentra bien?

—¿Quién es...? —Matt apenas logró balbucear, tambaleándose en busca de una silla.

—¿Quién es quién? —preguntó la mujer, frunciendo el ceño.

—El hombre del faro.

La expresión de la mujer cambió abruptamente, endureciéndose.

—No sé de qué me habla, señor Smith.

—¿Quién vive en el faro? Usted dijo que estaba abandonado, pero allí había un anciano... y una mujer que salió de...

—¡Basta! —la voz de la mujer se alzó de repente, cortándole—. ¡Nunca hablamos de ese hombre!

—Entonces, ¿sí hay alguien? —Matt, que había logrado recuperar algo de compostura, se levantó lentamente—. ¿Quién es?

—No hablamos de él —repitió la mujer en un susurro, sin mirarlo a los ojos.

—¿Por qué?
—Está prohibido —respondió la mujer, con una firmeza que igualaba la intensidad de su mirada.
—¿Y la mujer? ¿Quién es ella?
—También está prohibido.
—¿Prohibido por quién?
—Señor Smith... —la mujer suspiró, con el peso de una advertencia en su voz—. Por favor, recoja sus cosas y márchese de este pueblo. Deje el faro en paz.

Matt Smith la miró desafiante. No había viajado hasta aquel rincón olvidado del mundo para rendirse ahora. Apretó los puños y, sin meditarlo más, salió del hostal con paso decidido, dirigiéndose al coche.

—¡Señor Smith! —la voz de la mujer se alzó en la distancia, pero no consiguió detenerlo. Matt arrancó el motor y se dirigió nuevamente hacia el faro, acelerando al salir del pueblo.

Empezó a llover cuando Matt llegó de nuevo a aquel oscuro paraje. El sonido del mar resonaba en la distancia, y la luna, una enorme esfera luminosa, brillaba en un firmamento repleto de estrellas titilantes. La cala estaba desierta, pero a lo lejos, la luz del faro permanecía encendida. Matt reunió todo su valor y descendió hasta colocarse frente a la puerta.

Si había alguien dentro, sería imprudente intentar abrirla de golpe, así que optó por tocar. Pero antes de que su mano llegara a posarse sobre la madera, la puerta crujió y se abrió lentamente, con un chirrido que rompió el silencio, revelando su interior.

La estancia era pequeña, una cocina antigua que había sucumbido al polvo y a las termitas. El aire estaba impregnado de un olor a viejo, a humedad y a whisky. En el centro de la habitación, una mesa con solo dos sillas sostenía varias velas encendidas, que proporcionaban la única iluminación en aquel lugar cargado de misterio.

—Es de mala educación no pasar.

Matt se sobresaltó, al fondo de la sala, una figura encorvada manipulaba alguna cosa que no llegó a ver. Dio un paso al frente y pasó cerrando la puerta tras él. El sonido del mar cesó, en aquel lugar hermético. El anciano se dejó ver a la luz de las velas, estaba cosiendo redes.

Era un hombre delgado, con barba blanca y piel desgastada. Las arrugas que cubrían sus ojos impedían ver el color del iris, pero Matt podría jurar que eran de un azul claro, casi blanco.

El anciano no cesó en su quehacer.

—¿Y bien? —Preguntó sin levantar la vista.

—¿Qué?—Matt no supo qué decir.

—¿Cómo que "qué"? —la voz del anciano resonó con una mezcla de irritación y curiosidad—. Eres tú quien ha venido a mi casa... ¿qué te trae por aquí, señor Smith?

El corazón de Matt comenzó a latir con fuerza, su respiración se aceleró mientras trataba de encontrar una respuesta.

—¿Cómo sabe mi nombre?

—Yo sé muchas cosas, demasiadas diría yo. Sé que has venido aquí, por culpa de un sueño, ¿Estoy en lo cierto?

—¿Qué es este lugar?

—Un faro. —Respondió el anciano con suavidad.

—En el pueblo me dijeron que estaba abandonado. ¿Por qué está usted aquí?

El anciano dejó escapar un suspiro cansado y se levantó lentamente de la pequeña butaca donde estaba sentado. Sus huesos crujieron al moverse.

—¿Esas son todas las preguntas que vas ha hacerme?....Menuda estupidez. —Abrió uno de los armarios corroídos y sacó una botella de whisky turbia por el polvo que llevaba encima y dos vasos— Toma asiento si quieres beber algo.

Matt observó detenidamente al extraño anciano. Parecía tener cientos de años, pero le habían advertido que la vida de un marinero era dura y envejecía prematuramente a quienes la llevaban. Si es que realmente era marinero. El hombre vestía unas botas de agua desgastadas y un pantalón de felpa gris, acompañado de una camiseta azul marino verdosa, corroída y con algunas manchas. Extraños tatuajes serpenteaban alrededor de sus brazos; sin embargo, eran indescifrables, pues la tinta se había fundido con su piel arrugada y curtida por el tiempo.

Debía de ser un marinero seguro, encajaba en el perfil de cualquier descripción de libro.

El joven se sentó en una de las sillas. El anciano se sentó frente a él y sirvió dos vasos de whisky sin hielo alguno.

—¿Y Bien?...¿Qué has venido a buscar aquí, señor Smith?

—No lo sé, ni siquiera sé por qué estoy sentado hablando con usted.

El anciano dejó escapar una risa extraña.

—Pues vaya un comienzo.

—Me dijeron que el faro estaba abandonado. ¿Qué hace usted aquí? —fue lo único que Matt logró articular.

—Yo vivo aquí, así que, como ves, no está abandonado —respondió el anciano, sin dejar de mirar a Matt mientras daba un trago a su whisky.

—¿Quién es usted? —preguntó Matt, sintiendo cómo el ambiente se volvía cada vez más denso.

El anciano sonrió, con una mueca que parecía esconder secretos antiguos.

—Ahí va la pregunta correcta —murmuró, levantando el vaso y observando cómo el líquido giraba en el cristal, formando suaves ondas—. He tenido muchos nombres... tantos que ya ni los recuerdo —rio en voz baja, como si disfrutara de un chiste que solo él entendía.

—¿Es usted Dios? —se atrevió a preguntar Matt, su voz apenas un susurro.

—¿Dios, dices...? —El anciano clavó sus ojos azules en los de Matt, inclinándose lentamente hacia él antes de responder—. Yo soy el mar.

El pueblo de la brumaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora